Presentación


El miércoles 13 de mayo de 1931, coincidiendo con los últimos coletazos de la primera crisis severa de la joven República, la llamada quema de conventos, el prestigioso diario El Sol de Madrid, que reúne a buena parte de la intelligentsia española del momento, anuncia de este modo la incorporación de Unamuno a su plantel de firmas habituales:

D. Miguel de Unamuno, colaborador de EL SOL

Si D. Miguel de Unamuno no declinara el título por anticuado, habría que llamarle príncipe de las letras de la España actual. Porque el autor de Paz en la guerra es, irreplicablemente, entre nuestros escritores el de jerarquía más alta, y el de autoridad cimentada con más firmeza. Y no en España, sino en el mundo campea la obra de este guerrillero de la ciudad de Dios. Hace meses, la aristocracia del pensamiento de Europa proclamó la belleza y la profundidad del Sentimiento trágico de la vida. Nadie, en nuestro tiempo, ha encarnado con el brío beligerante de D. Miguel los caracteres más genuinos de la pasión ibérica.

Don Miguel, por su ardor polémico, por su doctrina y sobre todo por su actitud ante la vida y la muerte, es un clásico de la gran España, clásico no ya como los moralistas o los poetas de humor ascético, sino como los humanistas del tipo de un Vives o un Suárez, que fundan sistema y disienten de Europa.

Publicamos hoy el primer artículo de la serie “La promesa de España”, que Unamuno ha enviado al New York Times, y hoy envía a EL SOL. Con este trabajo se incorpora el autor de la Vida de Don Quijote y Sancho, a las filas de EL SOL, en las que, naturalmente, es el maestro y el animador a quien todos seguimos. Sea bien venido a esta casa como colaborador el gran desterrado de la Dictadura, de quien la República española se enorgullece y gloría.

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Su colaboración, habitualmente un artículo semanal, se mantuvo hasta el cambio de propietarios del periódico a finales de 1932, momento en el Unamuno pasó al diario Ahora, de Manuel Chaves Nogales, en el que mantuvo la mayor parte de su producción periodística hasta el estallido de la guerra civil. A ellos sumó ocasionales artículos publicados en la prensa regional, y algunos reportajes que recogían discursos o conferencias de don Miguel: en las Cortes, en la Universidad...

En total, son unos cuatrocientos los artículos publicados en la prensa periódica por el rector de Salamanca durante la Segunda República. En ellos brillan todas las facetas características del escritor, sus obsesiones, sus intereses, sus enfoques… y también su ego desmesurado que al principio le hace considerar la república como algo suyo: “Soy, ¿debo decírselo?, uno de los que más han contribuido a traer al pueblo español la República, tan mentada y comentada.” A su optimismo inicial le seguirán prontamente las dudas, los rechazos…

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Y a todo esto, ¿qué interés ―más allá del propiamente histórico y literario― puede tener hoy, 2017, la relectura morosa de estos escritos? Mientras trabajaba en su edición para comunicarlos en Clásicos de Historia, me llamaba la atención la actualidad de fenómenos y de actitudes, y la pertinacia de muchas de las reflexiones con que Unamuno quiere darles respuesta. Hasta de los mismos espejismos o certidumbres en las que en ocasiones se refugia, podemos hallar paralelos en cualquier foro o digital de nuestros días.

Propongo por ello un cierto ejercicio ucrónico, para el que podemos tomar por modelo al borgiano Pierre Menard, que escribió un Quijote coincidente palabra por palabra con el de Cervantes, pero naturalmente ―los siglos no pasan en balde― mucho más rico en múltiples sentidos que el original. O también al wilkiecollinsiano Gabriel Betteredge, que ante cualquier dificultad en su prolongada vida, siempre acude en busca de luces y resolución a su ajado ejemplar del Robinsón Crusoe.

Mi plan: comencemos cada día, tras ese primer vistazo a las noticias digitales o de la radio, con la lectura del correspondiente artículo de Unamuno. Y leámoslo como comentario, ilustración y advertencia de esa nuestra actualidad con frecuencia bastante lastimosa, en la consideración de que ochenta y seis años en realidad no son tantos, y en la esperanza de que podamos afirmar como el modelo de mayordomos Betteredge que “he encontrado siempre en él al amigo que necesitaba en todos los momentos críticos de mi vida”.


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