El Sol (Madrid), 10 de noviembre de 1931
Pero ¿es que puede usted creer, señorito mío, que encuentre yo un regodeo enfermizo, casi sádico, en zambullirme al hondón de la realidad, donde su idealidad descansa, en vez de chapotear en su sobrehaz? La sobrehaz de la realidad es lo que suelen ustedes, los señoritos, llamar la actualidad. La actualidad de lo real, a lo que yo opongo la potencialidad de lo ideal.
Usted, señorito mío, debe saber, aunque no lo sepa, la diferencia, muchas veces oposición, que hay entre lo en acto ―in actu― y lo en potencia ―in potentia―. Entre la actualidad y la potencialidad. Y no debería chocarle, por lo tanto, que me interese tan poco la actualidad española política y religiosa, como me interesa tanto la potencialidad. Me esfuerzo por descubrir lo quue pueda salir de las afirmaciones, hoy veladas, que laten en el fondo de nuestra vida espiritual común, de nuestra conciencia pública, porque en la sobrehaz, en la actualidad política y religiosa, no descubro más que negaciones. Negación fue ayer el movimiento anti-monárquico y negación es hoy el movimiento anti-republicano. Negaciones que llevan al desencanto del que cree llegar a la tierra de promisión, sin percatarse de que no es tierra, sino que es, como el Paraíso, sueño. Y lo mismo el Paraíso antes de la historia, o sea el cristiano, que el Paraíso después de la historia, o sea el comunista. Porque fuera de la historia es fuera de la realidad. Realidad que descansa, se lo repito, en idealidad, que es lo potencial.
Y ustedes, ¿qué potencialidad representan? ¿O qué idealidad?, que es lo mismo. ¿Cree usted que voy a tomar en serio ese santo y seña de “¡viva Cristo rey!”? ¿Qué quiere decir esto? ¿Es en este grito Cristo lo adjetivo y rey lo sustantivo, o al revés, Cristo lo sustantivo y rey lo adjetivo? ¿Quieren dar vida a un rey cristiano o a un Cristo monárquico? ¿Y no resultará todo ello, bien desmenuzado, un galimatías? ¿O no será como un “¡viva la Virgen!” o un “¡viva la Pepa!”? La Pepa era, ya lo sabrá usted, aquella Constitución liberal que se promulgó un día de San José.
No quiero volver a recordarle lo de que Jesús, el Cristo, huyó al monte cuando las turbas quisieron proclamarle rey, y cómo quien le proclamó tal fue Pilatos con el I. N. R. I. Quiero sólo recordarle lo del César y Dios. Cuando para tentarle a Jesús los escribas le preguntaron si era debido pagar tributo al César, y él tomando la moneda les preguntó a su vez, callándoles: “¿Cuyo es el cuño?”, y al responderle: “Del César”, dijo el Maestro: “Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.” Osea: al César el tributo, el dinero, la hacienda, y a Dios; ¿qué a Dios? Y nuestro poeta católico español, el de La vida es sueño y El alcalde de Zalamea, dejó dicho: “Al rey la vida y la hacienda / se ha de dar; pero el honor / es patrimonio del alma / y el alma es sólo de Dios.” Al rey o al César. Porque ya los judíos, cuando Pilatos les preguntaba si habría de crucificar a su rey, respondían: “No tenemos rey, sino César.” Al rey, al rey del alcalde de Zalamea la vida y la hacienda, y a Dios… ¿el honor? El honor, el honor caballeresco, calderoniano, no es un puro sentimiento cristiano, sino mestizo de cristiano y pagano. A Dios, pues, ¿qué? A Dios, el sueño de la vida, la fe de esperanza. Y he aquí por qué no me doy cuenta de lo que quieren decir con lo de “¡viva Cristo rey!”, sobre todo cuando de lo que tratan es de regatear, o acaso de escamotear al César, al Estado, a la República, el tributo que se le debe; de defraudar a la Hacienda.
No, no sé que buscan con clavar al Cristo a la realeza, como no sea volver a crucificarle; no sé qué potencialidad cela su campaña. Y menos sé lo que pueda llegar a ser un partido católico entre nosotros. Y cosa terrible, señorito mío, si debajo de ese santo y seña de Cristo rey se ocultara un designio de sisar el tributo debido al César. Porque usted sabe que hay casuistas que sostienen que el matute y el contrabando no son pecados. Que podrán no serlo contra el séptimo mandamiento, el de no hurtar; pero lo son contra el cuarto, honrar padre y madre, en que entra, según se nos enseñó en la escuela, obedecer a lo que mandan las autoridades legalmente constituidas, sea la del César, sea la del alcalde de Zalamea. Y las autoridades civiles mandan pagar tributos.
¡Ay, si debajo de ese “Cristo rey” se ocultan propósitos de orden económico! ¡Ay, si debajo de ese santo y seña está la raís de todos los males, que es, como dijo el apóstol, el amor al dinero! (I Timoteo VI, 10). ¡Ay, si no advierten el cuño de la moneda que buscan defraudar! Y aun me queda qué decirle de esa realeza de similor.
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