El Sol (Madrid), 24 de octubre de 1931
Al señor Don B. C. D.
Con que ya lo sabe usted, señor mío, es acto de agresión a la República ―así, con letra mayúscula, me parece― la apología del régimen monárquico. No dice precisamente de la Monarquía. Lo cual podrá a usted parecerle no más que una tontería; pero guárdese de emplear expresiones así de menosprecio. Y la de llamarle a uno tonto es la más condenada en el Evangelio. Sea, pues, evangélico y guárdese del peligro de ser deportado o confinado. Y le vendrá a usted mejor el no poder hacer apología de su monarquía, de la monarquía que está usted soñándose.
Suéñela, sueñe su monarquía, su nueva monarquía, su monarquía restaurada. Ello le permitirá vivir mejor bajo este régimen republicano. Porque comprendo lo que le pesa el presente. Pero recapacite y dese cuenta de que “cualquier tiempo pasado es mejor”. Es, ¿eh?, es y no fue. Cualquier tiempo pasado es mejor y lo es porque pasó ya. Lo peor es lo que no pasa. Sí, sí; comprendo lo más de su pena y hasta me conduelo de ella. Sueñe su monarquía ―una monarquía imposible, por supuesto― y cuando le acongoje o siquiera le moleste algo de lo que pasa ―o mejor: que no pasa― dígase: “¡en ella sería otra cosa!” En ella quiere decir en esa monarquía por usted soñada tan íntimamente. Es un gran consuelo. Tan grande como el que se expresa en aquello de: “… ¿y qué es esto comparado con la eternidad?” Viva usted en el eterno sueño. Viva usted en la utopía y fuera del tiempo. Sueñe, sueñe esa su monarquía restaurada, pero que el Señor no le haga despertar en ella. Le sería horrible ese despertar. Le resultaría a usted esa su monarquía no ya soñada, sino vivida, es decir: sufrida, peor que esto que tan mal nos parece. Hágase agonizante de su ideal político; agonizante en ambos sentidos, el de quien agoniza y el de quien ayuda a agonizar: el despenador.
Siempre es así, señor mío, siempre es así para los que se proponen ser optimistas de profesión. También nosotros, los que aparecemos frente a usted, soñábamos otra cosa. Siempre se sueña otra cosa. También nosotros nos sentimos desencantados y más que por la realidad presente histórica, por las apologías que de ella se hacen. A mí, individualmente, me duelen menos los hechos que las explicaciones que de ellos dan sus apologistas. Lo peor de la República me parecen los republicanistas, que no son precisamente los republicanos. Sueñe usted, pues, sueñe.
Usted conoce sin duda al gran poeta pesimista y gran patriota italiano Leopardi. Usted conoce su Canto a Italia, y conoce La Retama, y Amor y Muerte, y A sí mismo, allí donde dijo lo de “la infinita vanidad del todo”. Del todo, que es algo más que la República y la Monarquía, y que las dos juntas, que la república monárquica y la monarquía republicana. Pues bien, en ese Leopardi, que decía despreciar el poder escondido que para común daño impera, encontrará usted una deliciosa poesía optimista ―aceptemos la fórmula― dedicada al sábado en la aldea. En la aldea sabatina. Vuelva a leer ese encomio del sábado, de la víspera del día de fiesta. Es algo reconfortador. No he encontrado que se le parezca más que una estrofa de Mosén Cinto Verdaguer en que canta la soledad querida de su infancia, de su infancia que no tuvo un mañana ―que no tingué demà―. Un mañana, no una mañana.
Viva, señor mío, en perpetuo sábado, en víspera inacabable, y que no le llegue el domingo ―dominicus―, el día del Señor. El día en que dicen que descansó el Señor. ¡Descansar el Señor! ¿Se ha fijado usted en esto de descansar el Señor? Figúresele en huelga; acaso en huelga de brazos caídos. Y fíjese en aquello de que Dios no nos deje de su mano, que no descanse. No, señor mío, no; que su Dios no descanse. Descanse usted más bien en Él.
Ya sabe que al pueblo español se le llama por ahí fuera el pueblo del mañana. Del mañana ―le demain―, no de la mañana ―le matin―. O en catalán demà y matí. “Mañana será otro día” ―decimos―. Y llega y es el mismo. Y eso del pueblo del mañana quiere decir del por venir. No de lo venidero, sino de lo por venir. De lo que está por venir y nunca viene. De lo que está para llegar. Viva, pues, señor mío, en el por pasar, viva en su ensueño.
Y ahora…, pero no, porque me voy acercando no a lo indecible ni a lo inefable, sino a lo nefando. Usted sabe qué es lo nefando, lo que no debe decirse. Basta, pues. ¿Basta? No, no basta. Pues usted sabe el verdadero fondo de mi actitud.
¿Que por qué le escribo estas cosas? Está en mi destino, acaso en mi misión. El Señor no me puso en esta España para dar facilidades a los cobardes.
Y ahora, sueñe su nueva patria por venir. Salud para encomendarla a Dios. Y le acompaña en su sentimiento
Miguel de Unamuno
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