El Norte de Castilla (Valladolid), 5 de diciembre de 1931
Como a alguien se le haya ocurrido ahijarnos a Larra a los que han dado en llamarnos la generación del 98 ―¡del mítico 98!―, me he puesto a releerle, ya que le tenía casi olvidado. Nunca le cultivé mucho al “Pobrecito Hablador”, al suicida de los veintiocho años. Y el suicidio fue, con el surtidor poético de Zorrilla, al borde de la tumba de aquel, lo que más le hizo. Fue el suicidio el que proyectó su trágica amargura sobre la moderada sátira del pobrecito hablador. “Metafísicas indagaciones” llamaba “Fígaro” a las someras divagaciones del “mundo todo es carnaval”, y otras veces les llamaba “filosofía”, cuando nunca pasaron de literatura en un sentido más estrechamente profesional.
“Ser leídos: este es nuestro objeto; decir la verdad: este es nuestro medio.” Sentencia ésta de Mariano José de Larra, que procede derechamente de un literato, de uno que se pregunta, como él se preguntaba: “¿no se lee porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee?” ¡Siempre el oficio de escritor! Pero el que, aunque viva en parte de escribir, obedece al hacerlo a otra necesidad íntima, o digámoslo con su nombre, a otra vocación, se dirá, al revés de Larra: “decir la verdad: este es nuestro objeto; ser leídos: este muestro medio.” No dirá la verdad para que se le lea, sino que buscará que se le lea para decir la verdad, y si diciéndola se le lee menos que callándola o disimulándola, dejará que se le lea menos y aun que no se le lea. Predicará en desierto, seguro de que las piedras de él oyen, o escribirá para un solo lector. O para sí mismo.
“Yo mismo habré de confesar ―escribe otra vez― que escribo para el público, so pena de tener que confesar que escribo para mí.” Y ¿porqué no? Y si no para sí, para un lector, para un solo lector, para el consabido lector. O para cada uno de los lectores, que no es lo mismo que escribir para el público. No, no es lo mismo. El público que lee artículos o ensayos como los de Larra, o como estos míos, se compone ¡es claro! De lectores aislados unos de otros. Su lectura no es una lectura pública. El autor puede ―y debe― coger a cada uno de ellos a solas y decirle a solas lo que no cabría decirles en agrupación. Cuando nuestro objeto, nuestro fin y no nuestro medio es decir la verdad, debemos decírsela a cada uno a solas.
Y aun lo que dicen que no debe decirse por evitar que los que suponen ser nuestros adversarios se prevalgan de ello y aprovechen para fines de polémica nuestras confesiones, deformándolas y tergiversándolas acaso. ¿Y qué?
“No hay que dar pábulo… etcétera.” ¡No hay qué!, ¡hay qué!, y luego lo de pesimismo y derrotismo. Pase para el que tiene por fin ser leído y por medio decir la verdad, que cuando diciéndola no consigue su fin o lo amengua, se la calla o la disfraza, pase para el literato, aunque acabe en suicida, pero hay algo sobre la literatura aunque de ella se valga.
Además, a Larra no le mató la tragedia de España, el dolor de España, como no le mató esa tragedia, ese dolor, a mi amigo Ganivet. Más sufrió de ella Costa, aunque sufriera de otros dolores privativos.
“Que el poeta en su misión / sobre la tierra que habita / es una planta maldita, / con frutos de bendición”, dijo, junto a la reciente tumba de Larra, José Zorrilla, que sí que era un poeta, el poeta de Don Juan Tenorio, el que sintió su misión como poeta, no como literato, y no se le ocurrió suicidarse sino que vivió largos años. Vivió encantando a su España con el hechizo de sus cantos, embalsamándola con leyendas. E hizo así el trovador errante más honda política que el pobrecito hablador.
Pongamos las cosas en su lugar, y sobre todo los llamados del 98 no reconozcamos que nuestra sublevación intelectual tuviera que ver con las “metafísicas indagaciones” de El mundo todo es carnaval. Asmodeo no es Segismundo. Hay clases. No, ni Asmodeo, el Diablo Cojuelo de que se prevalía Larra para su “el mundo todo es carnaval” es Segismundo el de La vida es sueño, ni las críticas literarias de Larra tuvieron gran influencia en la mentalidad de lo que llaman el 98. Las cosas en su punto.
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