El Sol (Madrid), 12 de septiembre de 1931
¿Qué piensa el comentador de las responsabilidades; qué de la reforma agraria; qué de la separación de la Iglesia y del Estado; qué del cambio; qué de la C. N. T. y la F. A. I. y la U. G. T.; qué… de todo lo demás así? El comentador vive pensando históricamente la historia de España. Y pensar históricamente es pensar políticamente. La historia humana, civil, nacional ―y no hay otra― es la historia de la forja de las nacionalidades. El comentador profesa la concepción histórica , política, de la historia, no la llamada concepción materialista de ella. La política priva sobre la economía, que no es todavía plenamente humana. El hombre es un animal político.
Y así el comentador lo supedita todo a comprender históricamente la constitución nacional de España ―su historia―, base de toda Constitución del Estado ―con mayúsculas de nombres propios― es cosa minúscula junto a la constitución de la nación ―con minúsculas de nombres comunes―. Lo uno no es más que jurídico; lo otro es político. Y la constitución nacional de España, aquella que Cánovas del Castillo ―historiador político y estadista histórico― llamaba la constitución interna, más bien íntima, cuando hablaba de continuar la historia de España, esa constitución nacional interna no admite soluciones de continuidad. No lo fue el período de 1868 a 1876. Alcolea, Amadeo, la República del 73, Bilbao, la paviada y Sagunto, fueron escenas de un solo acto histórico nacional. Y quienes mejor lo abarcaron en visión fueron Cánovas y Castelar. Castelar, que soñando siempre en la España universal y una, sintió lo que se quemó en Cartagena.
¿Constitución nacional? ¿Y qué es ello? Aquí el comentador va a acudir a su oficio, el de lingüista. “Status” es el acto de ponerse y de estarse en pie, es la situación de lo que está en pie, y “statuere”, estatuir, es poner en pie algo. De aquí Estado y también estatuto, a los que vamos a dejar por ahora de lado. Y luego, con prefijos, se formaron “instituere”, instituir, poner en pie; destituir, echar abajo lo que en pie estaba; restituir, volver a ponerlo como antes, y “constituere”, constituir, que es poner o mejor componer en pie varios miembros. Y aun queda “prostituere”, o prostituir, que es poner algo en venta. El que se prostituye se pone en pie ofreciéndose al mejor postor. Nación, por otra parte, deriva de nacer, y popularmente “ciego de nación” quiere decir ciego de nacimiento.
La constitución nacional, la historia, es la acción de componerse y constarse juntos, en pie y en un haz, los nacidos en común, en comunidad de destino. Y ésta es la historia de España desde que es España, y sobre todo desde los Reyes Católicos, desde que con la toma de Granada y el descubrimiento de América se anuda, por voluntad divina, por la gracia de Dios, la unidad nacional española. Y si a esta íntima constitución nacional se intentó alguna vez por instintos prehistóricos, anti-históricos, prostituirla, ponerla a subasta y regateo cantonales, la continuidad histórica, que no tolera soluciones de ella, se sobrepuso.
¿Instintos prehistóricos? Sí, instintos prehistóricos, o si se quiere troglodíticos y cavernícolas. Porque los leyendarios primeros fundadores de la sociedad civil, de la nación, los soñadores contratantes del contrato, del pacto social de Rousseau, esos contratantes y pactantes no son más que un mal sueño, una pesadilla, y están fuera de la historia. El troglodita de la cueva de Altamira, el que trazó aquel mágico bisonte al que se ha tragado el león de España ―¡y cómo le duele en las entrañas!―, aquel troglodita no vivía en la historia, no vivía la historia. Y no podía pactar ni contratar nada. ¿Derechos individuales? Para que los haya, el individuo tiene que ser persona y el pobre troglodita no lo era.
Lo propio de todos los trogloditas, de todos los cavernícolas, díganse de derecha o de izquierda ―porque hay un izquierdismo troglodítico, tan troglodítico como el otro, si es que no más―, es querer poner soluciones de continuidad a la divina obra histórica de la constitución nacional de un pueblo con un destino común, a la divina obra de la unificación de misión histórica. No, los cavernícolas de nuestras cuevas prehistóricas no pueden volver a pactar nada, a contratar nada, como si Dios hubiese dejado de pensar España a fines del siglo XV. Y conviene que todos los españoles por la gracia de Dios nos demos cuenta de cuál es el verdadero cavernicolismo, sea de derecha o de izquierda, que lo mismo da.
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