martes, 1 de mayo de 2018

El espolón y el codaste

Ahora (Madrid), 14 de abril de 1936

¿Popular? ¿Qué es eso de popular? Había lo que se llamaba Acción Popular, y luego se formó el llamado Frente Popular. Populares los dos. ¿Y quién les impide llamarse así, aunque ello contribuya a confundir aún más la confusión que reina y gobierna en este manicomio suelto que es hoy España? Donde no hay policía gubernativa del lenguaje. Aunque quiero recordar que en el primer bienio de esta dichosa —de dicho y no de dicha— República se prohibió que ningún partido se apellidara nacional. Y se anatematizaba la designación de “Gobiernos nacionales”. Para que hace poco, volviendo por los fueros del bien decir, el actual presidente del Gobierno determinara —arrepentido acaso de su anterior inquisitorial (no inquisitiva) prohibición— lo que eso de “nacional” significa, y que no se refiere a unanimidad, sino a volumen. Aunque, desgraciadamente, quepa medir el volumen por la ley de la mayoría. Algo así como aquello de que justicia es lo que quieren dos donde hay tres. Mas de todos modos, parece que en lo de nacional nos vamos entendiendo. Mas ¿en lo de popular...?

¿Qué es el pueblo? ¿Quiénes componen el pueblo? ¿Es el pueblo una clase o es el conjunto de las clases sociales y nacionales todas? Pero dejemos esto, pues apenas hay quien esté dispuesto a dejarse instruir y convencer. Cada cual se atiene a su acepción de la fatídica y confusiva palabra.

Ahora parece que el Frente Popular, ganando popularidad, ha desplazado o poco menos a la Acción Popular; pero ¿quién nos dice que detrás de este Frente Popular no se esté formando un Cogote Popular, tan popular como el frente y en el mismo sentido en que los del frente toman eso de popular? Cuando una aldea, un villorrio o un lugarejo está dividido, como suelen estarlo, en dos bandos: los anti-equisistas que siguen a Ceda —médico, maestro, párroco, boticario o pescador de tencas, verbigracia— y los anti-cedistas que siguen a Equis, perteneciente a cualquiera de esas profesiones o a la de vago o mangante, ¿quién nos dice qué parte de ese pueblo así dividido es el verdadero pueblo? Porque lo de pueblo bajo y pueblo alto no es sino una mandanga. Y entre esos dos equipos se establece el turno de los parados.

Y ahora, una vez indicado esto del frente popular y del cogote popular, vamos a exponer el caso acudiendo a una muy socorrida metáfora del arte naviero. Es ya secularmente tradicional lo de comparar al Estado con una nave y al gobernante con un piloto. Como que gobierno quiere decir originariamente el de guiar, en bonanza o en tempestad, una nave; gobernalle es el timón, y gobernar es manejarlo. Y es lástima que de una tan fecunda metáfora no quepa sacar todo el partido sacable en países como el nuestro, donde el asiento central del gobierno esté tan tierra adentro. ¡En una nación en que desde El Escorial se pretendió gobernar una armada a la que se le supuso invencible antes de hacerse a la alta mar!

Un navío de combate, una galera —y acaso hoy un acorazado—, tenía en su proa un espolón metálico para embestir y echar a pique, si podía, al navío contrario. Esa proa espolonada era su frente de choque. Algo así como el frente popular. Además, tenía el navío su casco, y en éste, su obra muerta —como la tiene el Estado—, y detrás —lo que alguien llamaría su retaguardia—, el codaste, el grueso tronco —a las veces de hierro—vertical en que termina la quilla, que le hace al navío surcar los mares. Y cuando llega el choque de la embestida no es el espolón de proa el que lo aguanta y resiste, sino que es el codaste de popa. Como en las guerras es la retaguardia la que resiste. Y en la guerra civil política no es el frente popular, sino el cogote popular, tan popular —acaso más— que el frente, el que tiene que aguantar la acometida. Y es ocioso pensar que la masa del codaste se solidarice siempre con la masa del espolón de proa. ¡Hay que conocer los “pueblos”! Los pueblos, ¿eh?, no sólo el pueblo.

Sabido es, además, que la fuerza impulsora de un navío le viene de detrás, de popa a proa; de popa a proa, de atrás adelante: el viento que hincha la vela y el empuje de la hélice. Que un navío no navega a tiro, como un carro de que tiran caballerías. No es el porvenir el que tira de un pueblo, sino el pasado. Su progreso se debe a su tradición.

Y una vez desarrollada la metáfora naviera, ¿qué es eso de que aquí no cabe ni comunismo ni fajismo? ¿A qué gobernante, a qué piloto entre proa y popa, se le ocurre pensar que no se sobrepongan al casco ni el espolón de proa ni el codaste de popa? Tan populares el uno como el otro. Porque ¿de dónde se ha sacado que el fajo sea menos popular o, si se quiere, menos proletario que el soviet? Mussolini ha llamado a Italia una nación proletaria. ¿Y qué es eso de hablar del capitalismo de los Bancos, verbigracia? ¿Es que el Banco de un Estado totalitario —comunista o fajista— no es tan capitalista como el de la clase llamada así, capitalista? Un espectador acongojado y de espíritu liberal —como el que esto escribe— que contemple la inminencia del choque desde el puente de cubierta podrá temer o esperar lo que tema o lo que espere; mas no se le ocurrirá pensar que es la garita del timonel la que lo resiste y aguanta. Ni que el timonel pueda dirigir su navío con pactos ni de proa ni de popa. Sólo a un piloto de tierra adentro, escurialense, se le puede antojar que un pacto sirva de brújula o compás de marear. Como tampoco sirven ni maniobras de gabarras de ría ni de balandros de abra. ¿Está claro?

¿Enemigos del navío? ¿Quiénes? ¿Los de adelante o los de detrás?; ¿los de proa o los de popa? Y dejémonos de eso de izquierda y de derecha. Que en el avance del navío y, sobre todo, en sus embestidas o arremetidas, ni la obra muerta de babor —izquierda— ni la obra muerta de estribor —derecha—, obras ambas muertas, cuentan apenas para nada. Y aunque sobre la línea de flotación se hundirán al hundirse el casco por quiebra de espolón o de codaste, o de ambos. Se llama obra muerta a la de los bordes del casco, sobre cubierta, ya de izquierda o babor, ya de derecha o estribor. Y cuando esos bordes son desbordados, el navío se hunde, y ¡ay de los que no sepan nadar! Y de los otros. Si se está en alta mar y lejos de tierra firme.

Nota.—Debo advertirle a cierto privado y malicioso anónimo comentador de estos mis Comentarios que no me divierto con estos escarceos lingüísticos y metafóricos, sino que me quitan el sueño. Y que nuestro señor Don Quijote era hidalgo y a la vez ingenioso.

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