Ahora (Madrid), 15 de mayo de 1936
No hace mucho que el pontífice máximo —o sumo sacerdote— del actual republicanismo ortodoxo español, en una de sus definiciones doctrinales de lo que es la esencia y la sustancia de una república, se refirió a republicanos de cátedra. Que no sabemos bien en qué se diferencian de los republicanos de tertulia de café o de Ateneo. Aunque sí de los republicanos de calle o de plazuela. Y desde luego nos vino a las mientes lo que se llamó socialistas de cátedra, sin duda para distinguirlos de los de partido y programa político. Pero el mismo pontífice máximo del socialismo ortodoxo, Carlos Marx, cuando elaboraba su obra histórica El capital —y en ella lo del materialismo histórico—, no hacía sino labor de cátedra, era un socialista de cátedra y lo fue de partido cuando redactó el Manifiesto famoso. Primero fue un demólogo, es decir, una especie de teólogo; después, un canonista.
El socialismo que deja de ser de cátedra para hacerse de plazuela y de partido no es ya una doctrina ni una fe en ella, sino que es una iglesia con su disciplina. ¡Y cómo se parece su historia a la historia de las primitivas comunidades cristianas que dieron origen a la Iglesia Cristiana y a la Católica! ¡Las mismas logomaquias, la misma mística, la misma liturgia! La misma en el fondo de su forma, ya que la forma tiene fondo. El mismo horror a la herejía y a la crítica y al escepticismo y al libre examen.
Por camino parecido diríase que le quieren llevar a este misterioso republicanismo ortodoxo, con sus esencias, sus sustancias, sus autenticidades y demás mandangas. Y ya hay quien empieza a santiguarse no con el pulgar de la mano derecha, sino con el puño cerrado de la izquierda. Y ello se irá convirtiendo en una caricatura de religión.
El artículo 3.° de la actual Constitución de la República Española dice que: “El Estado español no tiene religión oficial”. Lo que parece estar claro, pero no lo está. Porque primero hay una u otra religión del Estado, de un Estado determinado, que puede ser la católica, o la calvinista, o la luterana, o la islámica, etc., y puede haber lo que cabe llamar religión de Estado, si no oficial, por lo menos oficiosa. En Italia, en Alemania y en Rusia hay, hoy por hoy, religión de Estado. Este, el Estado, es la Divinidad. ¿No iremos a eso? ¿A una oficiosa religión republicana de Estado? Con su Trinidad y todo. El Estado mismo, es decir: el Poder publico, es el Padre; el Parlamento soberano es el Hijo, y la Constitución es el Espíritu Santo. O sea la paloma.
Y a propósito de esto de la paloma, debo advertir al que se me ha quejado de que tratara tan irreverentemente a la Constitución como para llamarla galápago, que ahora no encontrará tan irreverente que la compare con una paloma.
¿Y qué va a hacer uno sino faltar a ciertas reverencias cuando ve una demología ortodoxa que tiende a confundir todas las nociones históricas convirtiéndolas en logogrifos sociológicos y políticos sin claridad ninguna? República es hoy el Reich germánico y Unión de repúblicas soviéticas se llama el actual Imperio —así, Imperio— ruso. ¿Cuál es más República, más esencial y sustancialmente republicana? Que nos lo diga el pontífice máximo del republicanismo de Estado definiendo “ex cathedra”. Que no suelen ser los catedráticos los que más se distinguen por la manía de definir "ex cathedra". Como hay quien pone cátedra en tertulia de café o de Ateneo o en banco de plazuela. Que ni el catedraticismo es cosa peculiar de catedráticos ni la abogacía lo es de abogados.
Y manteniéndonos en historia y en historia contemporánea, ¿cuál es más República, la de Colombia o la de Méjico de hoy? Que si en aquélla, en la de Colombia, se mantiene en gran parte una religión del Estado, en la de Méjico hay una religión de Estado que persigue a la otra. Ni cabe perseguir a una religión sino en nombre de otra religión. El nacionalsocialismo es religión; el sovietismo o bolchevismo es religión. ¿Lo va a ser aquí el republicanismo esencial, sustancial, constitucional y auténtico?
¿Son todas esas definiciones y excomuniones y esencialidades y sustancialidades y constitucionalidades y autenticidades no más que “bagatelas” y “bizantinismos”? Ah, es que todo eso mantiene esta salvaje guerra incivil en que por demencia colectiva estamos empeñados y somos muchos, pero muchos, no usted solo, mi tan querido amigo Prieto, los que comenzamos a pensar en serio si estaremos contagiados de la imbecilidad colectiva que aqueja hoy a nuestro pobre pueblo. Pues mientras siga eso de si éste es auténtico y aquel otro no, y si el ser algo es llamarse con tal nombre y si los enemigos de la derecha —o de la zaga— son más o menos enemigos que los de la izquierda —o del frente—, mientras siga eso no podrá haber guerra civil civilizada, que es, en el fondo, paz humana.
Espíritu histórico, que es espíritu critico —y en el primitivo y buen sentido del término: escéptico—, espíritu de libre examen, liberal, de cátedra —de cátedra, sí, de cátedra, aunque no dogmático, de “lo dijo el maestro”— sentido histórico es lo que nos hace falta para convivir y colaborar en debates civiles. Sentido histórico.
El otro día cité un pasaje del conde José de Maistre en que éste dice que todo gobierno es monarquía. Y cabe decir que todo gobierno, si es gobierno regular y normal, es república. República siguió llamándose el Imperio Romano. ¿Y por qué no? ¿Por qué hacer de ciertos epítetos contraseñas para perseguir a unos y no a otros? ¡Bizantinismos! Conviene repasar la terrible historia del Imperio Bizantino, donde las discusiones teológicas —basta recordar lo de los iconoclastas— llevaron a los más repugnantes crímenes. Se le sacaba a uno los ojos por si rendía o por si no rendía culto a las imágenes. Y era que debajo de aquellas discusiones bizantinas alentaban las más demoníacas pasiones, resentimientos, envidias, rencores, viles ambiciones cuando no rencillas de camarilla y acaso de serrallo.
Ay, mi querido amigo, no es lo peor el mirarse hacia dentro y sentirse imbécil; lo peor es sentirse recomido el corazón y devorado por la más triste de las pasiones. La que tralla con injurias.
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