sábado, 5 de mayo de 2018

La historia en plano

Ahora (Madrid), 2 de mayo de 1936

Otra vez quiero volver a una de esas expresiones que me he visto llevado a forjar y cuyo sentido no han llegado a alcanzar del todo algunos de mis lectores —de los míos— por las observaciones que respecto a ella me hacen. Es la del ex-futuro. O sea lo que pudo haber sido y no llegó a ser. Lo que habría sido si no hubiera sido lo que fue. Extraña categoría que tanto papel juega en la crítica histórica y que tan íntima relación guarda con el fatalismo y el providencialismo. Fatalismo y providencialismo que, bien mirado, son en el fondo una sola y misma cosa. La llamada Providencia es una Fatalidad, un Hado y el Hado es otra Providencia.

En historia este modo, tan cómodo y a la vez tan fantástico, de discurrir es frecuentísimo. Ya se trate de sucesos remotos, ya de próximos. ¿Qué habría sucedido si la Armada Invencible —antes de haber peleado— de Felipe II se adueña de las costas de Inglaterra? ¿Qué si Napoleón vence en Waterloo? ¿Qué si los ejércitos del pretendiente Carlos V de Borbón entran en Madrid de 1833 a 1839? ¿Qué si el actual Presidente de la República Española, la de la Constitución de 1931, no disuelve una u otra Cámara? (Prefiero llamarla Cámara y no Parlamento.) ¿Qué si...? El número de ejemplos que cabe poner es innumerable. Y las soluciones a estos ociosos problemas son, como casi todas las de los problemas supuestos históricos, disoluciones de ellos. En estos días, leyendo la Historia Eclesiástica de España del P. Zacarías García Villada, S. J., me he encontrado en ella con esta afirmación: “No quitemos, ciertamente, su valor a la cultura árabe española; pero convenzámonos de que si hubiera prevalecido en nuestro suelo, ahora se podría aplicar a España con toda verdad la frase de que África comenzaba en los Pirineos”. Lo que, bien examinado, no quiere decir nada. Porque, ¿qué quiere decir África? ¿Y todo lo demás? Cuestiones que me sugieren la de aquella que propuso, hace ya muchos años, en una tertulia uno de mis compañeros de estudios y que fue ésta: “¿Qué habría sucedido si en vez de descubrir los españoles América, guiados por Colón, descubren España unos navegantes caribes, mayas o aztecas?” A lo que otro de los tertulianos hizo notar que los indígenas de Santo Domingo descubrieron a unos navegantes españoles que arribaron a las costas de su isla y que los aztecas descubrieron a los soldados a Hernán Cortés.

Estas cuestiones de lo que habría sucedido de no haber sucedido un suceso como sucedió, si no de otro modo, me traen a las mientes aquello que se llamó geometría metaeuclidiana y que, si no estoy equivocado, ha traído la concepción del espacio universal curvo. Que no es, en el fondo, si no una metáfora. Y aquella geometría metaeuclidiana partió de suponer que desde un punto fuera de una recta se puede bajar más de una perpendicular —en rigor, innumerables— a dicha recta, en contradicción con el postulado de Euclides. Y de aquí lo de geometría meta-euclidiana, Pero se da el caso de que la geometría euclidiana es la del plano, la del espacio plano, de dos dimensiones, pues en cuanto se trasporta la geometría a una superficie esférica —como lo es, con ligera variante, la de la Tierra— ya el postulado marra. Porque desde uno cualquiera de los polos se pueden bajar Infinitas perpendiculares al Ecuador. Perpendiculares curvas como el Ecuador mismo. Y esto, que es ya conocidísimo —y perdón por haber tenido que recordarlo—, podemos trasladarlo al campo de la historia.

Que si hay una geometría, esto es: “metría” o sea medida, de la “gea” o sea tierra, considerando a ésta como plana, hay una historia que podríamos llamar euclidiana, considerándola en plano, sin profundidad. Y todos los errores que nacen del planisferio, de representar en mapas planos vastas superficies curvas, como son las de nuestra corteza terrestre —y sin tener, por ahora, en cuenta las otras curvaturas, de las llamadas curvas de nivel—, no son nada junto a los errores históricos que nacen de ver la historia representada en plano histórico y sin las curvas de nivel histórico. Los más de los relatos históricos son lo que podríamos llamar planos, sin profundidad. El narrador no percibe si no la superficie. Y de ahí que se pregunte a las veces qué es lo que habría sucedido de no haber sucedido lo que sucedió. Y es que acaso eso otro, lo que no sucedió en el plano, en la superficie, se quedó más dentro, en otra dimensión, en profundidad. En la leyenda.

Porque es en la leyenda donde queda lo que pudo haber sido y no llegó a ser. Es en la leyenda donde quedan las infinitas posibilidades y a las veces las más absurdas. Por lo cual no creo que andaba tan descaminado cierto amigo mío a quien se le encargó traducir un libro de Westermarck sobre el matrimonio primitivo y me decía: “Estoy desesperado con esta sociología, que si los olgonquinos se casan así y los chipewais de tal otro modo y que si esta tribu y la otra y la de más allá... Antes llenaban los libros de palabras; ahora, de esto que llaman hechos y que no son si no relatos de ellos; lo que no veo por ninguna parte son ideas”. Y añadía: “Si tuviese que aportar eso que llaman hechos para apoyar una teoría que se me ocurriese, los inventaría, seguro de que cuanto un hombre pueda inventar ha sucedido, sucede o sucederá alguna vez”. Hablaba cuerdamente al afirmar el primado —la primacía— de la imaginación.

La historia que llaman. crítica suele ser historia metaeuclidiana, de ex-futuro, más legendaria que las rechazadas por leyendas. En estos días, al leer las discusiones de las actas de diputados y ver, por ejemplo, que un desahogado orador aducía contra la validez de una elección un suceso ocurrido mes después de la elección discutida me asombré del sentido de desahogo del referido orador, que contaba —es su costumbre— con la ignorancia y la credulidad de los que le oían.

Y por todo ello repito una vez más que no sabemos lo que está hoy sucediendo en nuestra España y que los venideros se encontrarán perplejos ante el montón de leyendas, contradictorias entre sí, con que se les presentará esta que llamamos revolución y la que llamamos contra-revolución. Y esta es también la razón por la que no puedo ni debo decidirme a condenar a unos y absolver a otros porque me los presentan en plano, sin profundidad alguna. Y porque los más de los testigos no saben ver. ¿Se habla de “rumores”? Es el susurro de la leyenda que se está formando. Y esa leyenda es la del ex-futuro, la de lo que pudo haber sido y no llegó a ser.

Pero vaya usted a convencer de todo esto a todos esos energúmenos —y a la vez deficientes mentales— que se empeñan en que uno tome partido cuando no puede formar juicio. Y en tanto los hombres se insultan, se denigran y se matan por no poder conocerse unos a otros. Porque eso de la convivencia no es si no con-conocimiento. (¡Y a la porra con lo de la cacofonía!)

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