Ahora (Madrid), 19 de julio de 1936
Cuando otros andan pensando en el veraneo —me gusta más la expresión francesa “villegiature”—, en viajes y excursiones turísticas estivales, me recojo en mi alcoba —“in angello cum libello”, en un rinconcito con un librito, que se dijo antaño— a volver a leer la insondable “monodia”—así la llamó Jorge Sand—del Obermann que en pleno estrépito napoleónico echó en cara al mundo íntimo Senancour, en 1804. Los años han corrido y aquella excursión por los abismáticos y desiertos páramos del alma humana sigue atrayéndonos con su desesperado consuelo.
“Que alguna vez todavía, bajo el cielo de otoño, en estos últimos hermosos días que las brumas llenan de incertidumbre, sentado cerca del agua que se lleva la hoja amarillenta, oiga los acentos sencillos y profundos de una melodía primitiva. Que un día, subiendo al Grimsel o al Titlis, sólo con el hombre de las montañas, oiga sobre la yerba corta, junto a las nieves, los sones románticos bien conocidos de las vacas de Underwalden y de Hasly, y que allí, una vez antes de la muerte, pueda decir a un hombre que me entienda: ¡Si hubiéramos vivido!” Y el hombre que escribió esto dejó escrito esto otro: “El que nada ha visto por sí mismo y está sin prevenciones, sabe mejor que muchos viajeros. Sin duda que si este hombre de espíritu recto, si este observador, hubiera recorrido el mundo, sabría mejor todavía; pero la diferencia no sería bastante grande para ser esencial; presiente en los relatos de los demás las cosas que éstos no han sentido, pero que en su lugar él hubiera visto.” ¡Qué exacto y qué justo es esto!
Creo saber respecto a tierras y pueblos que no he visitado merced a relatos ajenos mucho que los relatores no saben y que yo mismo no sabría si los hubiese visitado. Era maravilloso lo que de tierras y de pueblos —de geografía, de antropología, de etnografía— supo aquel solitario Manuel Kant que apenas si salió de su nativo Koenigsberg. Y es curioso saber que aquel Julio Verne que cuando niños nosotros nos encendió la fantasía con sus relatos de viajes por todo el mundo fue un escritor casero y recogido que apenas se movió de su villa natal.
“Andar y ver” —se dice—. Y el que esto os dice ha publicado una colección de relatos de excursiones con el título de Andanzas y visiones españolas. Pero es más lo que ha soñado que lo que ha visto. Y, sobre todo, lo que ha soñado ver. Y cada vez más se recrea —se re-crea en el sentido originario, se vuelve a crear a sí mismo— viajando no por el espacio, sino por el tiempo. Se va a la orilla del río a contemplar desde al pie de un aliso los dorados chapiteles de la ciudad alzándose sobre verdura en una silenciosa puesta solemne de sol y viaja por más de cuarenta años, por todas las veces que los contempló así. Un paisaje de costumbre nos hace recorrer toda una vida. Así como no se ve de veras un lugar cualquiera la primera vez que se le ve. Sólo se nos ahonda cuando se casa con su propio recuerdo. O tal vez al verlo materialmente por vez primera lo reconocemos de relatos. Cuando este año vi por primera vez Londres y la abadía de Westminster los reconocí como acostumbrados recuerdos.
Sólo re-crean al alma los viajes por el tiempo. Y por el tiempo íntimo, por el tiempo de los recuerdos personales. “¡Si hubiéramos vivido!” “Conocido el mundo no crece, antes bien, mengua”—contaba Leopardi—; “más grande que no al sabio le parece al pequeñuelo; descubriendo sólo la nada crece”. “¡A la landa verde! ¡A la landa verde!”, gritábamos de niños, en el colegio, en mi Bilbao, hace más de sesenta años, cuando íbamos a salir de modestísima excursión a una landa de Begoña. Y cuando después he vuelto a mi nativa villa he ido a la landa verde a viajar por años de recuerdos, por recuerdos de años, a la verde landa de mi niñez, a su verdor. Sacudiendo amarillenta hojarasca, me remontaba —así, me remontaba, pues me es cumbre— a mi niñez, a la fuente de mi vida íntima. ¡Qué subida hacia el pasado!
Pero es que este viajar por el tiempo no es propiamente viajar, no es lo que hacen excursionistas y turistas, que van huyendo de todas partes —por topofobia— y, sobre todo, huyendo de sí mismos; ese viajar por el tiempo es propiamente emigrar. Como emigran las golondrinas y las cigüeñas en busca de sus nidos de antaño. “Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar...” O mejor, acaso, a encontrar el viejo nido, aquel de que salieron y de que saldrán sus crías. Los animales emigrantes no son turistas, no son excursionistas, no son viajeros. Ni lo son, en rigor, los peregrinos ni los mendigos errantes. Golondrinas, vencejos, cigüeñas, peregrinos, buhoneros, mendigos errantes, pastores trashumantes recorren no el espacio, sino el tiempo. El leopardiano pastor errante de las estepas asiáticas que interroga a la luna por su destino peregrina por el tiempo, no por el espacio. ¿Andar y ver? Mejor acaso sentarse y esperar.
Hay una hermosa poesía del gran poeta valenciano Vicente Wenceslao Querol a un árbol que en el huerto familiar plantó su padre el día mismo en que nació el poeta. Y éste, que emigró a la Corte y luchó por la vida ausente de su ciudad nativa —qué estupendo su poema, titulado Ausente—, vuelve a ver el árbol gemelo que da flor en primavera y en otoño, “su aromado fruto”, “junto al torrente que sus plantas baña”. Y aquí, en estas dehesas salmantinas, me he detenido tantas veces a contemplar esas matriarcales encinas que han peregrinado en el tiempo, sin desprenderse del suelo nativo, a través de años y acaso de siglos.
¿Turismo? ¿Excursionismo? Mejor emigración por el tiempo, tiempo atrás, a través de recuerdos. Y como guía, un librito en un rinconcito, “in angello cum libello”. Ni el tiempo ni los tiempos están, además, para tragar espacios. Y para acabar esto, vaya el final del Obermann: “Si llego a a vejez, si un día, lleno de pensamientos todavía, pero renunciando a hablar a los hombres, tengo junto a mí un amigo para recibir mis adioses a la tierra, póngase mi silla sobre la yerba corta, y tranquilas margaritas ante mí, bajo el sol, bajo el cielo inmenso, a fin de que al dejar la vida que pasa, vuelva a encontrar algo de la ilusión infinita.”
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