Ahora (Madrid), 16 de abril de 1933
El Instituto de Estudios Portugueses de la Universidad de Santiago de Compostela ha publicado, traducida del portugués al castellano, la obra Las dos Españas de Fidelino de Figueiredo, gran conocedor de la vida de la Península Ibérica toda y a quien su calidad de portugués le capacita para ver más claro y más hondo que nosotros en ciertos recovecos de nuestra historia común.
En general no me parece conveniente que se traduzca del portugués al castellano y del castellano al portugués, ya que debemos esforzarnos unos y otros en leer en las sendas lenguas, ya que el esfuerzo es pequeño y grandemente remunerador. Como no apruebo el que se traduzca del catalán al castellano y por la misma razón. Y en cuanto a traducir del castellano al catalán no pasa de ser una ridícula puerilidad. Pero en el caso de la obra de Fidelino de Figueiredo la meritoria empresa de la Universidad de Santiago de Compostela puede considerarse como una reedición de ella y un medio de que el público culto español —incluso, ¡claro está!, el gallego— se fije en la tal obra. Que lo merece.
Y no porque en su aspecto informativo, de erudición, nos ofrezca grandes novedades, ni el autor lo pretende. El valor de la obra de Fidelino de Figueiredo descansa en su penetración imaginativa y cordial en nuestra historia. Y por otra parte es más que un investigador, es un vulgarizador; su función es más honda y más alta que la de aportar nuevos datos o rectificar los ya adquiridos. Hay en su obra breves semblanzas de españoles, como por ejemplo las de Feijoo, Jovellanos, Menéndez y Pelayo, Giner, Costa, Ganivet —para no citar las de los que aún vivimos— que si no dan nuevas noticias nos permiten fijarnos mejor en el sentido de esos españoles.
Pero hay dos que se nos presentan como ideas directivas de esta obra. Es la una la de su profunda comprensión de que nuestra íntima historia espiritual estriba en nuestro carácter contradictorio, o si se quiere dialéctico y dilemático, en que somos un pueblo de contradicción. Yo diría, ensanchando la expresión del portugués, que la guerra civil es el estado normal de España. Normal, y si se quiere natural, si es que no sobrenatural o de gracia. Aun en las épocas en que pareció unificarse y uniformarse a España por obra de la Inquisición y de la expulsión de los judíos y de otras medidas coadyuvantes, la guerra civil, la de las dos Españas que dice Figueiredo, latía en el fondo. Y en el fondo de cada español, que vive en guerra civil consigo mismo.
“Los dos españoles más vivos, y, por tanto, más presentes en la conciencia española, son: Felipe II, que queriendo unificarla la dividió para siempre, y Don Quijote, que queriendo ridiculizar su gusto, la engrandeció y personificó las excelsitudes de su espíritu ante el mundo”. Así asienta este portugués. Y hay que notar primero el acierto de poner junto a lo que creemos un personaje histórico, un personaje de ficción, que no es menos histórico que aquél y que hoy existe y obra en la historia tanto como el otro. El Don Quijote vivo, claro está, el que sigue viviendo, haciéndose, deshaciéndose y rehaciéndose, y no el Ingenioso Hidalgo de los cervantistas. “El soberano espiritual de España”, “el mito colectivo de Don Quijote”, como dice el autor. Que se le ponga como el otro término a Felipe II, mito ya también, es más discutible. Acaso estaría mejor Íñigo de Loyola, a quien, no se adivina por qué, pasa por alto el portugués... Y es otro acierto no poner como los dos polos a Don Quijote y a Sancho, que en rigor son las dos caras de uno mismo. El fecundo mito completo es Quijote-Sancho.
No es cosa de seguir aquí el discurso dialéctico que de nuestra historia hace Figueiredo desde Felipe II hasta nuestra actual república y la lucha de los que llama filipizantes y de los desfilipizantes, de los que se llamaron en un tiempo serviles y liberales, carlistas y cristinos, progresistas y reaccionarios y con otros nombres... Lástima que mezcle alguna vez con ella esa ramplonísima anti-histórica y vacua denominación de derecha e izquierdas, comodín para la más lamentable pereza mental si es que no incapacidad de pensar la historia y de entenderla.
Lo que se podría llamar la permanente revolución española, nuestra guerra civil, está fielmente trazada en esta obra. En la que se lee una penetrante caracterización de su último acto y es cuando, refiriéndose a la quema de los conventos, se dice: “Y España, país de la violencia, por segunda vez mudó su régimen político, incruentamente, por vía legal. Pero la innata necesidad de un sello de violencia que crease una conciencia de vencedores y una situación de vencidos, satisficiéronla los conventos, las iglesias y sus tesoros artísticos, vandálicamente destruidos por un formidable auto de fe.” Y así ha sido, en efecto. La innata necesidad “de guerra civil intestina” —lo que llaman revolución—, la de convencerse de que habían superado algo, de que habían vencido algo, les llevó a aquellos inconcientes españoles a proclamar con un incendio la guerra santa civil y a provocar provocaciones. Después se proclamó que estamos en pie de guerra. Y se entró francamente en el período de las alucinaciones y de la manía persecutoria y a la vez perseguidora. Y aquella quema fue, en verdad, un auto de fe, un efecto de espíritu inquisitorial común a ambos bandos. Y es, como he dicho muchas veces, que esa dualidad —mejor: contrariedad— que es espíritu de lucha lo llevamos cada uno de los españoles dentro de nosotros mismos y cuanto más nos ensañamos con el adversario es que estamos peleando con el otro que llevamos por dentro, con uno de los dos.
El último capítulo de Las dos Españas de Fidelino de Figueiredo se titula: “El Despertar de la Esfinge”. Es la suposición de que en el cambio de régimen político, con la República, ha despertado la Esfinge española. ¿Será verdad? “Unir las dos Españas en una España nueva será la solución plena del problema, igual que en los viejos dramas, cuando los personajes, se reconocen y reconcilian”, dice el portugués. Pero luego reconoce que ese antagonismo de las dos Españas es la razón de vivir de España una.
Y el libro acaba con este párrafo: “¿Y qué objetivo ideal habría de servir una España así estructurada en forma nueva y original? Uno que es castizamente español y seguramente de mayor poder galvanizador que Marruecos, la policía del Mediterráneo y la oratoria ibero-americana: ayudar a restablecer la soberanía del espíritu en el mundo, saliendo toda ella, o mejor todas ellas, una vez restauradas internamente, a esa gran aventura nueva de quebrar lanzas por la inteligencia, por la dignidad y por la libertad individua], bajo el mando del Rey Don Quijote el Único...”
¡La soberanía del espíritu! Del espíritu, no de la razón. Del Espíritu, no del Verbo. Y la libertad individual. Espiritualismo e individualismo, pues. Mas para ello mejor será que la Esfinge no despierte sino que siga soñando. “Somnia Dei per hispanos”, que dije yo.
Y antes de cerrar esta larga noticia he de manifestar mi deseo y esperanza de que se traduzcan del alemán al español —castellano o portugués— dos libros fuertemente sugestivos y estimulantes de Reinhold Schneider que son La pasión de Camoens y Religión y Poder, siendo la figura central de este segundo libro el rey Felipe II. En ambos libros se contienen algunas de las páginas más hermosas que sobre el Portugal y la Castilla del siglo XVI y de siempre se hayan escrito. En ambos se alumbra —y se enciende— el fondo de esta santa guerra civil íntima que nos eterniza en la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario