Ahora (Madrid), 4 de mayo de 1933
Privado de sentido y de sentimiento quien por debajo y por encima de las miserables compadrerías —peor que comadrerías— de si este partido o el otro, de si la crisis, de si a derecha o a izquierda, de si falta o sobra el hombre, de si... ¡basta! no siente los escalofríos que recorren el espinazo espiritual de España. Y de de fuera de ésta vienen los más de ellos. Los más extrañados no se sacan de la lectura de la Prensa diaria; no nos los da la desgarbada poltronería del reportaje de oficio y boca.
No es un mal-estar, un mal-hallarse, es ya un mal-ser. Este año ha coincidido, por sino, la celebración del segundo aniversario de la instauración de la segunda república española con la celebración del decimonono centenario —supuesto tradicional— de la muerte del Cristo. Por sino, no por si no; es decir, por signo, por conjunción de dos astros espirituales, o mejor de un sol de soles y de un asteroides acaso bólido. ¿Ganas de achicar las cosas? No, si no que república y monarquía, democracia y dictadura no pasan de ser exterioridades accidentes. Y cuando a una o a otra o a cualquier especie de la misma laya se empieza a idolatrar —con su liturgia y todo— hay para entristecerse. Superstición, mera y monda superstición. ¿Historia? Externa y no la íntima, la soñada para siempre, la que consuela de haber nacido. Consuelo que no consiste en vivir, si no en soñar sobrevivir, en creer en descanso.
Se lucha por el tenor de vida, resistiendo a la inevitable baja de él. En todos los órdenes, incluso el de la cultura. Hay que hacerse a vivir más pobremente, más sobriamente, más humildemente. A descender acaso a catacumbas económicas y culturales. Lo que corre por el mundo es fatiga, laxitud. No se apetece tanto paz cuanto reposo, ya que cabe paz sin reposo: tal la paz armada que se llama. Y en tanto así como Kierkegaard dejó dicho que la cristiandad está jugando al cristianismo, cabe decir que la sociedad está jugando al socialismo y la humanidad al humanismo. Y son legión aquellos a quienes les aburre ya el juego.
¡Aburrimiento! ¡Tedio! No recuerdo caso más trágico que el de aquel niño que lloraba porque decía aburrirse, a no ser el de aquel otro que porque le habían dicho que se haría grande. Y los casos son en el fondo uno y el mismo. “¿Aburrirse en una época tan henchida de historia, tan tupida de sucesos sensacionales como la nuestra?” —dirá algún progresista. Pero es que el aburrirse es sed de reposo y se puede morir uno de sed en medio del océano agitado por galerna —espectáculo para visto desde la costa— y en cambio se apaga la sed en el agua dulce de un arroyo sosegado y manso que fluye entre verdura. Un niño sano se aburre en ciertas películas de cine. Y si no se aburre peor para él y para los suyos.
¡Aquel pasaje de Brand, el grandioso drama ibseniano, donde Brand habla de aquellos pobres niños que llevarán de por vida en el fondo del alma el espanto de la visión de la muerte de sus padres! ¡Y hoy tantos niños que crecen bajo la pesadumbre de la tragedia de la fatiga, del tedio!
Se dice que la crisis económica actual procede sobre todo de superproducción o más bien de desencaje entre la producción y el consumo, de que en vez de producir para el consumo se ha estado consumiendo para la producción y mecanizándose la vida. Pues la otra crisis, la crisis intelectual —y espiritual— se debe a superproducción intelectual, a pensar más de prisa que se pueda digerir lo pensado, a que los descubrimientos científicos, técnicos y filosóficos ahogan a la pobre razón. Fe dice el catecismo de nuestra infancia que es creer lo que no vimos; razón es creer lo que vemos. Pero hemos aprendido a dudar de lo que se ve y de la realidad del mundo exterior. O del interior, que es peor. Sólo se libra de ello el consecuente racionalista —suele ser irracional— el que siente de por fuera las cosas de fuera, el que no intima con sus intimidades. El que se queda —retrasado mental— en pedagogía y sociología sin elevarse al arte ni a la historia y ahondar en éstas.
“Bah —me decía uno de esos cuitados—, todos esos pesares de que usted tanto nos habla son pesares de lujo; no he tenido tiempo de pensar en tales cosas; la ociosidad es madre de todas las inquietudes; tengo que trabajar para vivir...” “Para morir” —pensé yo. Y ese pobre hombre que decía no haber tenido tiempo, tiempo para pensar en tales cosas —las esenciales— tampoco le había tenido para pensar en las otras. Porque no las pensaba, si no que se las tomaba pensadas, en pienso, y ¡qué de indigestiones!
“Ni por pienso”..., suele decirse. ¡Pienso, pensar, pensamiento! Pensar es la forma culta de pesar, que es lo popular. Y hay el pensar de pienso y el pesar de peso. Y el otro pesar, el hondo. Y hay esas flores llamadas “pensamientos” que piensa Dios y las viste con más gloria que a Salomón. Entre esos “pensamientos” restregándome la vista con su gloria campestre descansé el último domingo —“dies dominicus” (o “dominica”), día del Señor— del aburrimiento del cine parlamentario al que me tira la innata necesidad de abrevar y cebar ciertos remordimientos vitales, que ya dijo Nietzsche que la enfermedad apetece lo que la agrava y exacerba.
Y así, como dice Berdiaef el actual gran sentidor ruso y lo dije yo, en una revista suiza, hace ya bastantes años, vamos a una nueva edad media, a un período de descanso, de reposo, de sosegada digestión de ensueños. ¿En oscuridad? Es como mejor se duerme. ¿Soñando? Tal vez como un sol eterno e infinito. La humanidad medieval no fue gusano, sino crisálida ¿Sueña la crisálida? Acaso sueña en un capullo eterno y oscuro. ¿Será mejor dormir sin soñar? ¡Santo sueño prenatal!
¿Inquietudes, agüeros y ensueños de lujo? ¿De lujo? No, sino de primera necesidad espiritual. Los que son de lujo y peor que de lujo, de lujoso deporte, son los de las compadrerías —peor que comadrerías— de si este partido o el otro, de si la crisis —en el sentido ínfimo ¡claro!— de si a derecha o a izquierda, de si falta o sobra el hombre, de si... ¡basta!
Mirad, com-padres que lo seáis, que seáis padres, mirad a vuestros hijos y miradles a los ojos a ver qué leéis en ellos. Esas pobres criaturas que no pueden ya con el peso de esta historia, abocadas a un aburrimiento, del que ¿cómo se defenderán?
Y si cupiera decir: “¡niños, a defenderse!”
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