Ahora (Madrid), 23 de enero de 1935
Se me dice usted, mi antiguo amigo, católico a secas —y, por lo tanto, sin gotas de otro humor alguno religioso— y a machamartillo. Se me dice también que vive y reza cara al cielo y cruz a la tierra. Y yo le digo que a mal tiempo, buena cruz y no buena cara. Ya le contaré algún día de aquel que se acostaba en una cruz sobre la tierra —y en cruz sus brazos, que no cruzados— a contemplar de noche la estrellada. Los brazos en cruz, se lo digo, no cruzados. Que no era un cruzado de los que van a cortar orejas a los Malcos, no de los que andan a cruzadas. Ya sabe, amigo mio, que la cruz hay que rescatarla de los cruzados... Que es usted católico rancio y chapado a la antigua española, no chapado a la moderna, que si se les cae la chapa, se les vierte el humor entrañado. ¿Rancio? No, sino avinagrado. Y le hago gracia de lo de los vinos nuevos y viejos y los odres nuevos y viejos.
Con todo esto me habla usted de las persecuciones que dicen que está sufriendo la Iglesia católica española y del tan mentado artículo 26 de la todavía en parte vigente —y en mayor parte yacente— Constitución actual de esta nuestra República de trabajadores de toda clase. De ese artículo, cuya revisión piden unos, y otros se aprestan a impedirla. Y para entrar en caso voy a recordarle a usted, pues le sé lector asiduo y atento del Evangelio, lo que se nos cuenta en el capítulo XVI del llamado de San Mateo.
Cuéntase allí que cuando Jesús se fue a las partes de Cesárea, la de Filipo, preguntó a sus discípulos que quién decían los hombres que era el Hijo del hombre, y luego, quién decían ellos, sus discípulos, que era él. Y respondiendo Simón Pedro, dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.” Y Jesús le dijo : “Dichoso tú, Simón Bar Ioná, que no te lo reveló carne y sangre, sino mi Padre, el que está en los cielos.” Y sigue aquello tan conocido de: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra —haciendo un juego de palabras (¡hay tantos en el Evangelio!) en griego— edificaré mi Iglesia...” Les anuncia luego el Maestro su pasión y muerte, e interrumpiéndole, Pedro empezó a reprenderle diciendo: “¡Lástima de ti, Señor; que no te sea eso!” Y Él, vuelto a Pedro, le dijo: “¡Retírate detrás de mí, tentador! Me eres un tropezadero, porque no piensas lo de Dios, sino lo de los hombres.” (Le traduzco “Satanás” por tentador y “escándalo” por tropezadero; es decir, se los traduzco.) Y entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguien quiere venir detrás de mí, niegúese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame; pues quien quiera salvar su vida la perderá, y quien pierda su vida por mí la encontrará.” ¿Se ha vuelto a enterar usted, amigo mío? ¿Sí? Pues vamos adelante con la cruz.
Pedro, Simón Bar Ioná, el que luego en el olivar había de esgrimir espada con intento de impedir la pasión del Cristo; Pedro, la piedra de la Iglesia, no quiere la pasión, no quiere persecuciones. Y por ello Jesús le llama tentador y piedra de tropiezo, escándalo. Y usted, amigo mío, ¿quiere o no evitar persecuciones? Me tiene dicho antes de ahora que jamás formará en un partido católico. ¡Claro! Como que eso de partido católico carece de sentido político y de sentido religioso. Una comunión católica —o judaica, o mahometana, o protestante, o budista— no puede degenerar en partido. Y menos una comunión cristiana sencillamente. Que suele ser una comunión de comuniones.
El tan debatido artículo 26 es, en gran parte, un atentado contra la libertad de conciencia. Y el achaque que se dio para disolver la Compañía de Jesús, algo —se lo he dicho a mi público antes de ahora— lamentable. Suponer que el llamado cuarto voto puede llegar a atentar contra la seguridad del Estado es un insulto a la Iglesia Católica Romana. Y a su piedra angular, aunque ésta sea de tropiezo para el Cristo. Quien se sienta liberal ha de condenar el mal espíritu de ese artículo; quien cristiano solamente, no sólo resignarse a él, sino alegrarse de él, aun condenándolo, pues con esa persecución se purificará la cristiandad española popular, lo que de cristiano y de popular —laico— haya en el catolicismo español; quien sólo católico romano, ¡ah!, ése piensa más en lo de los hombres que en lo de Dios, que es lo político. ¿Que usted, aunque católico a secas, no es sólo católico? ¡Natural! Pero ahora, quiéranlo o no, los católicos se están haciendo liberales, y los mismos que antaño voceaban —los del cuarto voto— que el liberalismo era pecado, piden ya libertad de cultos, y libertad de conciencia, y libertad de enseñanza. Aunque, en rigor, lo que más piden es libertad de inconciencia y libertad de no enseñar. Esta, sobre todo, la libertad de no enseñar, los padres de familia profesionales, algunos sin hijos. Pues libertad de examinar no es libertad de enseñar y menos de aprender. ¿Es usted, amigo mío, católico liberal o sólo a secas? El liberalismo no es sequedad.
Quien se sienta cristiano y liberal tiene que rechazar ese artículo 26 y descubrir el engaño que hay en eso de la enseñanza mal llamada laica o neutral. ¿Neutral? Maestro y maestra que sean hombre y mujer, acaso padre y madre, han de tener una creencia o descreencia, una fe o una infidelidad, una esperanza o una desesperanza —acaso desesperación—, y pretender que se las guarden, que no las dejen transparentar cuando los niños preguntan por el misterio de que todo y todos les hablan, pretender eso es pretender que esos maestros sean marmolillos y no humanos. Es como si una madre que no queriendo criar a su crío por flaqueza o por molicie, buscara una ama de pecho con leche neutral, esterilizada, pasteurizada. Porque la nodriza puede tener cualquier mal humor en la sangre y transmitirlo a la criatura que ha de criar. Para semejante caso están el biberón y la lactancia artificial al cuidado de una “nurse” científica. Y a este biberón corresponde en lo espiritual la pedagogía. Que suele ser una colección de moldes de queso de todas formas y tamaños, mas que, de no haber leche, no sirven los moldes, y en habiéndola sobran, pues se hace el queso con un simple pañuelo.
Ahora que se lo repito: esa que ustedes llaman persecución ha de ser muy provechosa a la comunidad cristiano-católica española popular, o sea laica. Por de pronto, tendrán que enseñar el catecismo no los maestros de Estado, sino los que se lo confiaban a ellos para tener menos quehacer y para vigilarlos y hasta deprimirlos —he conocido casos—, o porque no lo sabían bien —también he conocido casos—, y tendrán que aprenderlo mejor para mejor enseñarlo. Y de esto podrá alumbrar a flor de espíritu popular la venera cristiana y liberal que hay en las entrañas de la comunidad religiosa popular —laica— española y que aflora por resquicios. Y vea por donde ese artículo 26 y sus aplicaciones, que me han parecido, en general, de una gran injusticia, me parecen provechosos para el porvenir religioso de nuestra España. Y para hacer liberales a los católicos cristianos.
Y para concluir, no sean ustedes tentadores ni piedras de escándalo para con el Cristo ni piensen más en lo de los hombres que en lo de Dios. Y menos aún se dispongan a cortar orejas a los Malcos.
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