lunes, 5 de febrero de 2018

Reflexiones actuales VII.

Ahora (Madrid), 26 de diciembre de 1934

¿Actuales? Ahora no, si no ya antiguas. Aunque sí, actuales, de una actualidad permanente. Voy a traer a cuento recuerdos de antaño, de hogaño y del porvenir. Sí, recuerdos que serán. Voy a traer acá recuerdos de la actualidad de hace cuarenta años, y que se ha quedado fija. Como si no hubiese pasado el tiempo.

Hace ya de esto que voy a contar más de cuarenta años, cuando yo había recién llegado a esta ciudad de Salamanca. Dividida en bandos, como en siglos pasados. De un lado, los precitos, los liberales en pecado de herejía, los republicanos —que dominaban entonces la ciudad y su concejo—, y del otro, los tradicionalistas, divididos, a su vez, en mestizos, carlistas e integristas. Y en medio, el obispo, el R. P. Cámara, agustino, celebrado orador. (Había que oírle pronunciar en trémolo, con su voz de barítono, la palabra Sa-la-man-ca, con sus cuatro aes; ¡un encanto!) Los réprobos le dábamos disgustos, pero se los daban más sus amados fieles. Andaba siempre a la greña con los jesuitas, que regían el Seminario conciliar, y de los que se quejó en público. Los tradicionalistas seglares —obispos de levita les decían— publicaban un diario integrista; los episcopales otro, éste mestizo. Los jesuitas parecían inspirar el primero, cuyo director y principal redactor —hombre agudo y excelente periodista— pasó luego al diario integrista de la Corte. Con él formaban la camarilla jesuítica anti-episcopal otros prohombres locales —alguno hasta nacional—, entre ellos dos catedráticos —todos han muerto—, uno, padre del actual jefe de la C. E. D. A. Otro —éste, ya no catedrático, ni escribía más que cartas—, padre de otro diputado actual, tradicionalista, por esta provincia. En época de exámenes traían acá a examinar a sus alumnos los jesuitas de Deusto.

Entre aquel grupo de fervorosos tradicionalistas jesuíticos y anti-episcopales, de los de: “el liberalismo es pecado”, halló gran eco el libro camelístico de Drummondi sobre la Francia judía. ¡Qué tragaderas las de aquellos benditos varones! Y les traía preocupados, ¡claro está!, la tenebrosa masonería, la sombra de cuya mano —o mejor, ala de murciélago— veían en todas partes. Se está olvidando a aquel grandísimo pícaro burlón que se llamó Leo Taxil, que se convirtió para revelar los satánicos misterios masónicos; tomó con ello a los jesuitas el pelo —les debe quedar ya poco—, cosa muy fácil, y luego se desconvirtió para burlarse de ellos. Y yo, que entonces, a mis treinta años, sentía rebullirme el buen humor, empecé en artículos —anónimos— del diario republicano a anunciar revelaciones sobre los manejos judaicos en Salamanca, y, ¡es claro!, los inocentes tradicionalistas cayeron en el lazo, me excitaron a ser claro y se aprestaron a la obra. Mas como yo ni era Leo Taxil ni tenía nada que revelar, no hice sino divertirme a costa de su inocencia. Inocencia jesuítica.

Ya sé que a más de un lector, presa de la leyenda anti-jesuítica, le chocará esto de la inocencia de los PP. (“Los nuestros”, que dicen ellos.) ¡Tantas cosas podría contar al respecto! Baste, por ahora, ésta, y es que uno de esos padres —de los suyos—, profesor en Deusto, para demostrar a sus alumnos la intervención del demonio en los fenómenos espiritistas y teosóficos, les enseñaba en una fotografía la fantasma de Kate King, tras la que se transparentaban los fieles de la secta demoníaca. Truco este del fantasma, al alcance del fotógrafo más chirle. No sé si el argumento gráfico tendría eficacia, pues como decía de otro el P. García Ocaña, S. J., también profesor en Deusto: “¡Este argumento como prueba es en latín, en latín!” ¡Qué tiempos aquellos de judíos, masones, jesuitas ingenuos, fantasmas, mestizos, integristas y argumentos en latín! Unas veces, de Seminario, y otras, de refectorio.

Por entonces escribí en nuestro diario —al que decían excomulgado— un artículo (sin firma) titulado “El monstruo trifauce”, en que contaba que, aunque los pobres judíos, masones y jesuitas sin debida jerarquía lo ignorasen, el Gran Oriente, el Supremo Sanedrín y el Consejo superior de la Compañía se reunían de consuno, y las tres tenebrosas Órdenes obraban de acuerdo, aunque fingiendo combatirse. Y mi buena madre, cuya noble salud mental no toleró nunca la ironía —y menos el humorismo—, al leer aquel artículo exclamó: “¡Parece mentira que se puedan creer estas cosas!” A mí, por mi parte, me parecía mentira que aquellos tradicionalistas pudieran tragarse fantasmas demoníacos, abominaciones judaicas y espantajos masónicos.

Ahora me siento remozado y como si me hubiesen quitado de encima cuarenta años. Vuelvo a sentir el dichoso pecado —“felix culpa” dice la Iglesia— del liberalismo. Oigo que un heredero de aquellas ingenuidades propone que se declare fuera de la ley a la masonería, ¡como si estuviese en ella! Y oigo que para un cargo se habla de un candidato anti-masónico. Decididamente, nos está haciendo falta el latín del R. P. García Ocaña, S. J.

Excusado es advertir que los exorcizadores de las fantasmas creían a pies juntillas que los pobrecitos liberales nos abrevábamos en Rousseau. Aunque ya les sonaban Strauss y Renán. Y a propósito de Strauss, he de volver a contar lo de aquel fraile exclaustrado que en Vergara le preguntaba a una de mis tías: “¿Has ido al baile y bailado?” Ella: “¡Sí, padre!” “¿Valses?” "También algún vals.” “¿De Strauss?” El fraile aquel, horrorizado de los valses de Strauss, no era jesuita, pero merecía serlo. En todo caso, compañero del padre jesuita de la fantasma de Kate King. Y los dos, de la misma orden mental de los que piden que se declare fuera de la ley a la masonería y se proclaman candidatos tradicionalistas anti-masónicos. “O sancta simplicitas!” Esto es latín del difunto P. García Ocaña, S. J., y profesor que fue en Deusto.

Actualidad de hace cuarenta años y de hace muchos más y de dentro de otros cuarenta, Y de siempre. ¡Actualidad eterna! Mas, en fin, ¡bienaventurados los pobres de espíritu...! Pero como no son mansos, no llegarán a poseer la tierra. Y de todos modos, es cosa triste que tengamos que seguir bregando con fantasmas como los jesuitas, los masones y los judíos de la leyenda de uno y de otro extremo y con otros análogos entes de sinrazón.

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