El Sol (Madrid), 29 de enero de 1932
Como este comentador fue quien lanzó a la circulación hace ya más de una quincena de años el mote de trogloditas, de que luego ha salido el de cavernícolas, y quien, por otra parte, ha comentado más el endémico estado de guerra civil de España, se cree en el deber de comentar la guerra, no ya civil ―que ésta es señal de civilización en marcha―, sino incivil y troglodítica, o cavernicolística, que nos está devorando la serenidad del buen juicio, Pues diríase que todos, los unos y los otros contendientes, se pelean en una caverna ―como la de Altamira―, a oscuras, fuera de la luz natural, y bajo el sino del bisonte altamirano, y no a cielo abierto, a la luz del Sol, bajo el sino del león castellano de España.
¿Y las armas? Las armas de casi todos ellos, armas troglodíticas, cavernícolas, paleolíticas, como las hachas de piedra ―piedras de rayo les llaman los campesinos―, que esgrimían en sus luchas con las fieras selváticas, y entre ellos mismos aquellos hombres de las cavernas, anteriores a la Historia propiamente tal. Armas troglodíticas, paleolíticas, prehistóricas o ante-históricas. Que tan troglodíticas las hacen, por el modo de manejarlas, los unos a los báculos, cirios, hisopos y crucifijos que esgrimen a modo de rompecabezas de cruzados, como los otros a sus hoces y martillos, y también prehistóricos y paleolíticos, y los de más acá los compases y escuadras, cavernicolísticos también, de chapuceros albañiles de derribo. Todo incivil, todo ahistórico y anti-histórico. Todo movido por pasiones cavernarias de antes de haberse cuajado la tradición, la tradición civil que hace el alma de la patria, que hace la Historia y sus consagradas imágenes.
Sí; ya se consabe que hemos promulgado que no hay religión del Estado; ¿pero quiere esto decir que la nación no tiene un alma tradicional y popular, o sea laica; que no tiene una religión laica, popular, nacional y tradicional? ¿Quiere ello decir que va a quedarse la patria desalmada? No, no puede querer decir eso, y nada sería más cavernario, más troglodítico que la imposición de un agnosticismo oficial pedagógico. Aun prescindiendo de confesiones dogmáticas, creer que los maestros ―nacionales, ¿eh?, y no estatales― puedan educar a los niños españoles escamoteando toda noción religiosa es sencillamente no darse cuenta de lo que tiene que ser la educación pública, patriótica.
En estos días, las mujeres, las madres, de una famosa villa de esta provincia de Salamanca se amotinaron al saber que se iba a quitar el crucifijo de las escuelas, y ha habido que dar satisfacción al sentimiento de ese motín popular, hondamente popular, contra una orden disparatada. Disparatada, y perdónenos el que la haya dado, de inspiración no sólo anti-nacional, anti-popular y anti-histórica, sino también anti-pedagógica. La presencia del crucifijo en las escuelas no ofende a ningún sentimiento, ni aun al de los racionalistas y ateos, y el quitarlo ofende al sentimiento popular hasta de los que carecen de creencias confesionales.
Sí, ya lo sabemos, se ha esgrimido y se esgrime el crucifijo como arma paleolítica; se pretende no convertir sino machacar infieles a cristazo limpio, como se esgrime a modo de arma contundente el grito de ¡viva Cristo Rey!, poniendo impíamente todo el acento en lo de rey y dejando al Cristo de galeoto; ¿pero autoriza ello a que se le retire de las escuelas, donde no es arma sino símbolo de la tradición ha hecho? ¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante? ¿Una hoz y un martillo? ¿Un compás y una escuadra? ¿O qué otro emblema confesional?
Porque hay que decirlo claro, y en ello tendremos que ocuparnos: la campaña contra el crucifijo en las escuelas nacionales es una campaña de origen confesional. Claro que de confesión anti-católica y anti-cristiana. Porque lo de la neutralidad es una engañifa. Que no es hacedero, no, no lo es, en buena pedagogía, que los maestros nacionales populares, laicos de veras y no de engaño, de España, eduquen a la española a los hijos de ella, prescindiendo de la tradición nacional, popular y laica que se simboliza y emblematiza en el Santo Cristo crucificado ―le hay en cada lugar― y dejando al clero de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana el cuidado de instruir a los hijos de sus fieles feligreses en el catecismo de su doctrina confesional, según el P. Astete o según el P. Ripalda, corregidos o no. Y esto lo comprenden y consienten cuantos han salido de la caverna prehistórica, sean cuales fueren sus creencias o descreencias. Depende sencillamente de sentido de civilización, de que suelen andar tan escasos como los idólatras troglodíticos, los troglodíticos iconoclastas.
Se acabó el bisonte prehistórico; nos queda el león al pie de un castillo sobre el que se alza una cruz nacional, popular, laica.
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