viernes, 9 de junio de 2017

Iberia es España

Heraldo de Aragón (Zaragoza), 11 de octubre de 1931

Raza es una palabra lo más probablemente de origen español y que de nuestra lengua pasó a todas las demás europeas en que hoy se usa. Es hermana melliza de “raya” y significa, en rigor, lo mismo que esta. Aun hoy se llama aquí, en Castilla al menos, una “raza de sol” a la que se filtra por el resquicio de una puerta o ventana, y los tejedores llaman raza a la hebra continua de un tejido. Raza, pues, equivale a línea y en el sentido genealógico a linaje, que a su vez deriva de línea. Y en el fondo de estas denominaciones late el concepto de continuidad. Y la continuidad, en lo humano, es la historia, aunque en lo meramente animal pueda ser otra cosa.

Una raza animal, de caballos, de toros, de carneros, de puercos, etc., puede determinarse por caracteres meramente corporales, somáticos, porque los animales no tienen historia propiamente dicha, que es cosa del espíritu. Pero una raza histórica se determina por la continuidad histórica. Claro está que, siendo el hombre un animal, hay en el género humano razas animales, las de blancos, negros, bronceados, pieles rojas, amarillos, etc., pero no les falta razón a los negros y mulatos de Haití que, por pensar y sentir en francés, se dicen de raza latina. Y de raza española era el indio mejicano, Benito Juárez, que en español pensó y sintió su Méjico, y de raza española era el mestizo de tagalo y chino José Rizal, que en español se despidió en un canto inmortal de su Filipinas “dolor de mis dolores”, “perla del mar de Oriente, nuestro perdido Edén” que dijo.

¿Raza española? Sí, producto de una continuidad histórica espiritual, raza que está siempre haciéndose como está siempre haciéndose su exponente supremo, el idioma, este idioma español que se está haciendo, se está integrando continuamente, como se hacen y se integran los ríos, por sus afluentes, hasta que van a perderse o a otro mayor río o a la mar, madre e hija de todos ellos. Así se está haciendo el Ebro, que desde cumbres cantábricas castellanas, atravesando navas navarras, va a renacen en la mar levantina, catalana y valenciana. El Ebro ―Íber de los griegos, Iberus de los latinos―, de donde se hizo Iberia.

¿Y por qué hay quienes, con recelosa falta de sentido histórico, sustituyen a España por Iberia y se imaginan que naciones ibéricas es otra cosa que naciones españolas? ¿Es por halagar o atraer a los portugueses?Pero los portugueses cultos ―y los incultos en ninguna parte cuentan― saben muy bien que Hispania incluía a Portugal tanto como Iberia. Y en rigor ríos españoles, el Miño, el Duero, el Tajo, el Guadiana, unen a Portugal con España ―la que hoy llamamos así―, mientras el Ebro, el que dio nombre a Iberia, corre lejos de Portugal uniendo a Castilla, Navarra y Aragón con Cataluña. El Ebro es el río de la unidad que forjaron los Reyes Católicos. El Ebro es el río, además, alimentado por una parte por esos Pirineos de donde bajaron los almogávares, tanto aragoneses como catalanes, que se lanzaron a la conquista del Ducado de Atenas. Y la gran cuenca histórica, la concha histórica de aquel imperio, es la cuenca del Ebro.

Aun en los Altos Pirineos, en los Centrales, se conservan dialectos aragoneses, el cheso, el benasqués, el grausino, el estadillano… después que la esencia íntima, el jugo entrañado del romance aragonés fue a fundirse en el romance castellano, enriqueciéndolo. Con lo que, en vez de perder, ganó en personalidad Aragón, que la tiene tan fuerte y destacada como la región que más se jacte de ello. Personalidad integral y no diferencial. Y conviene recordar que aquellos Borjas ―en Roma Borgias― de linaje aragonés trasplantado a Valencia ―como el de Blasco Ibáñez― no hablaban propiamente valenciano, sino aragonés, que entonces ya se confundía casi con el castellano. Así Alejandro VI, así César, espíritus imperiales.

Lo mismo da, pues, España que Iberia siempre que se entienda una unidad que es la que ha hecho la nación, la que está rehaciendo la renación. Porque frente al hecho diferencial, siempre mezquino y pobre, está lo que se está haciendo, el quehacer, integral.

En el capítulo III del cuarto Evangelio, el llamado de San Juan, se nos cuenta la visita nocturna que el fariseo Nicodemo hizo a Jesús, y cómo éste le dijo que no podría ver el reino de los cielos si no nacía de nuevo, si no renacía. Y al decirle Nicodemo al divino Maestro cómo era que pudiese volver a nacer no entrando otra vez en el vientre materno, Jesús le respondio: “Si alguien no se engendra de agua y de espíritu no puede entrar en el reino de Dios”. Y así España o Iberia. Tiene que renacer de agua y de espíritu, de ríos materiales y de ríos espirituales. De ríos físicos, materiales, cuyas aguas se recogen ya en saltos de empuje dinámico, ya en remansos y pantanos para riegos, y de ríos espirituales que también se encauzan y se recogen en saltos de empuje, muchas veces revolucionario, o se remansan en pantanos vivos para riego de las almas sedientas de ideal. De agua y de espíritu tiene que renacer la que llamo la renación española. O ibérica, me es igual.

Y ahí, en Aragón, tiene el pueblo español dos ríos padres ―mejor sería llamarles madres―, el Ebro, de cuya cuenca vive gran parte de la española Cataluña, la de tierra adentro, el Ebro que engarza Castilla, Navarra, Aragón y Cataluña, y ahí en Aragón tiene el pueblo español otro gran río, el romance español ―castellano, leonés, aragonés, andaluz, etc.― en cuya cuenca hay que recoger embalses de espíritu para enriquecimiento integral de las almas sedientas de universalidad española. Este nuestro romance que por nuestros grandes ríos ibéricos, españoles, se fue a la mar, y de la mar a América, que despertó a la historia humana universal al oír esta voz de imperio: “¡Tierra!”.

“¡Mi tierra!”, decimos con el corazón estremecido. Digamos también: “¡Mi agua!”, “¡mi espíritu!”. “¡Mi río español!”, “¡mi romance español!”. Y todo esto, aragoneses de España, españoles de Aragón, lo he sentido contemplando desde el Almanzor, vértebra cervical de Gredos, espinazo de Iberia, las cuencas del Duero y del Tajo, meollos de Iberia que es España.

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