El Sol (Madrid), 14 de enero de 1932
En aquel tan sugestivo libro The autocrat of the breakfast table (El autócrata de la mesa redonda) ―¡y qué extraño que no se haya traducido ya!― le hacía decir su autor, Oliver Wendell Holmes, al monopolizador conversacionista, esto: “No supondrá usted que las observaciones que hago en esta mesa son como otros tantos sellos de correo, cada uno de los cuales sólo se usa una vez. Y si supone así, se equivoca. Tiene que ser un pobre hombre el que no se repita a sí mismo a menudo. ¡Imagínese al autor de aquella excelente pieza de consejo: ¡Conócete a ti mismo!, sin volver a aludir a ese sentimiento durante todo el curso de una prolongada existencia…! Porque las verdades que un hombre lleva consigo son sus herramientas; ¿y cree usted que un carpintero no tenga que usar el mismo cepillo más que una vez para cepillar una tabla nudosa o tenga que colgar su martillo, después que ha metido su primer clavo? Jamás repetiré una conversación; pero una idea, a menudo. Usaré de los mismos tipos cuando me plazca; pero no, de ordinario, de la misma estereotipia. Un pensamiento es muchas veces original aunque lo haya expresado uno cien veces. Se le ha ocurrido por nuevo camino, por un nuevo y expreso curso de asociaciones.” Y además, añado yo, es en vano que esquivemos repetir ciertas nociones cuando ellas, como ciertos manjares, nos repiten dejándonos su dejo en el paladar del pensamiento. Y sobre todo, cuando se repite la pregunta hay que repetir la respuesta. Así ahora.
Pues me escribe uno de esos mozos de vanguardia sin peso de hisoria, que, forasteros en dondequiera, tiran tan sólo a arrasarlo todo a su propio vacío rasero ―¡claro que de boquilla!―, que la República debe ir a paso de carga, y yo le respondo ―a él, ¡irresponsable!― que no, sino a paso de trilla. ¡Aunque después se pongan a pegar fuego a las parvas! ¡Es tan entretenido!
Invoca, ¡claro!, la revolución. ¡Y dale con ella! Pero yo le pregunto qué quisicosa es ésa de la revolución que tanto traen en boca. ¿Es revolverlo todo? ¿Es volver la tortilla? ¿O es lo que llaman en astronomía revolución, la de los planetas en torno del Sol, la de los satélites en torno de un planeta? En un reloj de bolsillo el segundero va más de prisa que el minutero, y éste más que el horario; pero todos vuelven al mismo punto, cumplen su revolución, y… vuelta a empezar.
¿A paso de carga? ¿A cargar sobre qué? Ni él, mi corresponsal el mozo de vanguardia, lo sabe. Es que se encuentra en un estado de ánimo que podríamos llamar catastrófico, en un tenor revolucionario que no es político, o sea civil, ni ético, o sea moral, ni menos religioso, sino estético; es que sufre de lo que se diría acedía seglar ―correspondiente a la acedía claustral, que tanto torturaba a los ascetas― de tedio civil, o, en una palabra, de aburrimiento. Es el mismo triste estado de ánimo que lleva a tantos a las corridas de toros no más que en acecho de lo que llaman hule. “¡Así no se puede vivir; aquí no pasa nada!” ―decíame uno de esos mocetes. Y es lo que les llevó a quemar conventos a mozalbetes que ninguna enemiga abrigaban contra sus frailes. Una enfermedad del magín; un efecto de la leyenda cinematográfica de la actualidad. Y en el fondo, una falta de formación histórica.
Los más de esos chicos y grandes que hablan de la revolución que está por hacerse en España no saben de lo que se trata. Es aquello de “cuando venga la gorda...” Prim hablaba de destruir en medio del estruendo ―así― todo lo existente, y apenas sí quedó el estruendo. “Se fue para siempre la raza espúrea de los Borbones”, decían; pero en Cartagena ―que está en la misma costa que Sagunto― prepararon los cantonales su vuelta restauradora. Y segunderos, minuteros y horarios se pusieron a dar las horas al paso del Sol, que no se sale del suyo.
Y es por esto por lo que vengo insistiendo y volviendo a insistir en que se críe a la generación nueva en el hondo sentimiento de la historia patria, en el arregosto de la tarea cotidiana, en el consentimiento del lazo que nos une con los que nos han hecho españoles. Porque aquí la historia es historia española, y España es su propia historia, su obra. “Gesta Dei per francos”, los gestos; es decir: las acciones o hazañas de Dios por medio de los francos ―dijeron éstos―. “Somnia Dei per hispanos”, los sueños de Dios por medio de los hispanos ―digamos nosotros―. Y éste será el más profundo sentimiento de la patria y de su historia. ¿Meta última? El gran historiador alemán Ranke solía decir que cada generación está en toque inmediato con la Divinidad. Y es que hay como una visión beatífica civil y mundana, y es la contemplación, la comprensión y el goce de la historia que se está haciendo. Hacer historia es comprenderla y gozar de su comprensión. Y hacer historia es hacer patria y es hacer religión.
Y hasta para ponerse a echar mano a un derribo y desescombro, que no es otra cosa una históricamente inevitable revolución, se debe ir a ella, no por emociones catastróficas, no por holgorio callejero, sino con la alegría del sentido de la responsabilidad histórica. Sentido que nos dice que la verdadera revolución ―diríase que astronómica―, la permanente, va a paso de trilla. Y ¡ay del que, arrastrado por la afición catastrófica, no va sino a salir del paso!
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