Ahora (Madrid), 7 de noviembre de 1933
Oiga, mi buen amigo; acción —y a la vez pasión— acaso de las más heroicas de que tengo oído es la de aquel médico, maestro de patología, no curandero, que a la hora de irse a morir reunió en torno suyo a sus discípulos queridos para irles explicando su agonía, de qué se moría y cómo se moría. Seguía el ejemplo de la divina inmortal muerte del Sócrates que soñó Platón. Y no les aleccionó nuestro heroico médico para que aprendiesen a curar, no, sino para enseñarles a saber morir y a saber cómo se muere. Y, por tanto, a vivir, a saber cómo se vive, y no cómo no se debe vivir.
Se dice y repite que la Historia es maestra de la vida, mas ello no quiere decir que nos enseñe a vivir vida pública civil, sino a saber cómo la han vivido los hombres. Y a contemplar la verdad, sea como fuere. No tiene moraleja, pues nadie escarmienta en cabeza ajena, ni conviene. La Historia es la vida misma pública espiritual. Goza —así, goza— de la catástrofe quien la conoce y la estudia.
En todo esto vengo pensando, mi buen amigo, en estos días preñados de historia nacional, en que se me viene pidiendo —sobre todo por parte de diarios extranjeros— que diga cuál creo que haya de ser el porvenir de España, que haga pronósticos. Y hasta que indique recetas. ¡Harto será que pueda hacer diagnóstico! Y nada de recetas. ¿Qué pasará? Antes, qué es lo que está pasando y cómo. Es más hondo y más serio el menester de informador, de reportero si se quiere, que el de profeta. Ver la realidad concreta de cada día, todo lo que hay y nada más que lo que hay..., ¡pues ahí es nada! Parézcanos bien o mal. Bastante es saber cómo se vive, cómo se goza, cómo se sufre, cómo se sueña, cómo se hastía, cómo se muere. Y sin recetas ni moralejas.
Vea un caso el económico. El empeño de una supuesta más justa distribución de la riqueza está estorbando y amenguando su producción. Sube el salario y baja el rendimiento. Es el alza de los salarios lo que hace los parados. La tierra, sobre todo, no puede con la carga. Al empobrecerse los amos se empobrecen aún más los más pobres, los desvalidos, los verdaderos proletarios, no los de la matrícula de tales. Y todo ello le hace ver al clínico que el tenor de vida —standard of life, que dicen los ingleses— está bajando. Y aun derogando a mi propósito de no hacer pronósticos, creo poder afirmar que tendrá que bajar aún más, que todos tenemos que hacernos a la cuenta de haber de rebajar considerablemente nuestras satisfacciones de toda clase, de resignarnos a una vida más implacable.
Ya sé lo que me dirá usted, mi buen amigo, pues ya otra vez me lo dijo, y es que esto vale a predicar no la Buena Nueva, no el Evangelio, sino la Mala Nueva, el Disangelio. Mas esto no es predicar, es prever. Y sin preocupación de proveer. “¡Luchemos hasta contra lo inevitable!”, me dijo usted entonces, y me recordó aquel sublime pasaje del Oberffann que dice: “perezcamos resistiendo, y si es la nada lo que nos está reservado, no hagamos que sea una justicia”, pasaje que tomó usted de mí. Y aquel otro del final del último canto de Leopardi a la retama, la flor del desierto, donde el altísimo poeta le dice que plegará, sin resistir, bajo el peso mortal su cabeza inocente. Traduje yo, en verso, hace años ese canto y puse “mortal peso” donde el original italiano dice fascio mortal, fajo o carga mortal. Y ya estamos en el fajo y el fajismo.
Donde cunden tanto los curanderos, saludadores, animadores, consoladores, arbitristas de toda laya, ¿no ha de haber quien se esfuerce en hacer ver lo que hay, lo que es y cómo es? Ni buena ni mala nueva ni evangelio ni disangelio, sino conocimiento, que es libertad. Porque libertad es la conciencia de la ley por que uno se rige. Planeta que conociese la fórmula de la curva de su órbita sería libre.
Y ahora vengamos a lo de ahora, a lo del día, a las próximas elecciones. O es un acto de examen de conciencia pública civil —¡y religiosa, claro!— o no es nada duradero. Que se den cuenta los electores de lo que piensan, si es que piensan algo. Un acto como el que se prepara no ha de servir sino para que el pueblo se pregunte: “¿y para qué España?” Aquí está la clave, en el para qué. Toda la trágica labor del espíritu humano ha sido y es darle a la Historia un para qué, una finalidad. Se nos pide sacrificios, y los más se preguntan: “¿para qué?” Para hacer España, para que España cumpla su misión en el mundo. Pero, ¿y qué es España? ¿Cuál es su misión? ¿Quién nos la revela? El caso es crearla. ¿Y cómo?
Hay una doctrina determinista, que es la de la interpretación llamada materialista de la Historia, la de Marx. Y esa doctrina acabó creando una ilusión, un engaño, una finalidad, la del opio revolucionario del bolcheviquismo de Lenin, una religión. Y los pobres fieles se figuraron saber para qué habían nacido. Y se resignaron a toda clase de sacrificios, y hasta a vivir peor que sus antepasados los siervos de la gleba. Y contra esa doctrina, aunque íntimamente ligada a ella, por la ley dialéctica de la identidad de los contrarios, de los mellizos enemigos entre sí, contra esa doctrina se yergue y endereza la del fajismo o nacional-socialismo, que crea otra ilusión, otro engaño, otra finalidad, la del opio del nacionalismo. Y sus fieles se figuran que saben para qué han nacido naturales de tal nación y no de otra cualquiera, y hay luego los que se preguntan, acongojados: “¿Y ese para qué a su vez para qué?” Y ya estamos en el nudo de la cuestión.
Insisto, mi buen amigo, en que en el fondo de toda esta agitación revolucionaria y contra-revolucionaria, de todas estas acciones y reacciones, late el eterno anhelo de la conciencia popular por cobrarse a sí misma, por darse cuenta de sí, por saber cuál es su razón de ser, y más que su razón su valor de ser, su finalidad. Dio e il popolo, “Dios y el pueblo”, decía el altísimo profeta italiano José Mazzini, dechado de revolucionarios místicos y prácticos, el que predicó que la vida es misión. Pero esos que dicen: “Dios, Patria...” y lo que la hagan seguir, ¿qué quieren decir con eso de Dios? ¿Recuerdan lo de nuestro místico fray Juan de los Angeles, prototipo de individualistas? Porque aquí está el toque, en la individualidad, en el individuo, para nosotros en el hombre español. ¿El español para España o España para el español?
Mas como esto se enreda y se hunde, dejémoslo para otra vez. Hay que zahondar más adentro en esta remoción del alma nacional que busca conciencia. Y hay que tocar, en relación con ello, en eso del placer de crear, que dice el político poeta.
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