Heraldo de Aragón (Zaragoza), 12 de octubre de 1933
El año próximo pasado, por este mismo tiempo y en ocasión del día de la llamada Fiesta de la Raza, coincidente con el de la Virgen del Pilar de Zaragoza, publiqué un artículo titulado “La raza es la lengua”, en que procuraba denunciar el aspecto materialista que suele darse al concepto antropológico de raza. El que le dan los llamados racistas. Y hoy me siento obligado a insistir en ello, en vista de la exasperada barbarie —mejor salvajería— que el tal racismo alcanza, especialmente en Alemania. ¿Pues qué si no salvajería es todo eso de los arios y de la svástica o cruz gamada, que es todo lo contrario de la cruz universal cristiana? ¿Qué si no salvajería es la persecución a los judíos? Y como este racismo y ese salvaje antisemitismo empiezan a echar raíces en nuestro suelo español, aunque sea sólo por obra de “snobs” y pedantes, conviene remachar en lo de raza.
La fiesta de la raza hispánica, de las naciones de lengua española, no puede basarse en el concepto fisiológico, somático o material de raza. Las naciones de lengua española —la lengua es la sangre del espíritu— abarcan razas materiales muy distintas, indios americanos, negros, judíos de secular lengua española —o “lengua español”, que dicen ellos— a los descendientes de hebreos expulsados de España. Sin contar los que de ellos se quedaron aquí y se fundieron en la común nación española. Y conviene añadir que si el mestizaje y el mulataje trajo a pensar y sentir en español a muchos indígenas americanos, y si son muchos los indios puros americanos que piensan y sienten en lengua española, son acaso más los que todavía piensan y sienten, aman y odian, gozan y sufren, ven y sueñan en sus viejas lenguas precolombinas.
¡Y hay que ver las luchas de razas materiales que se entablan en no pocas naciones hispanoamericanas! Para que se le vaya a dar a esa categoría de raza el bárbaro sentido que le dan los racistas, los presuntos arios esos de la cruz gamada y anticristiana. Muchos españoles de lengua —quiero decir hombres cuya lengua de cuna, maternal, era el español, o si se quiere el castellano— que se han distinguido en el cultivo de esta nuestra lengua y suya, han llevado en sus venas mayor proporción acaso de sangre material no española que de ésta, y hasta se ha dado el caso de indio puro o de negro puro que no ha pensado ni sentido sino en español. Y en cuanto a judíos, ¡habría tanto que decir!
Todos esos bárbaros racistas teutónicos y sus pedantes discípulos de aquí —hay quien cree en las fantasmagorías de aquel iluso Drumont— suelen decir y repetir que cuando se pronuncian contra los judíos no es por motivos religiosos, sino de raza. Y mucho más cuanto que no pocos de los supuestos judíos de raza —¡porque cualquiera sabe lo que es antropológicamente la raza judía!— no son judíos de religión, sino cristianos de una u otra rama, y por otra parte los sedicentes arios que los persiguen tampoco son de religión cristiana, sino más bien anticristiana. A tal punto que reniegan de Jesús y de sus apóstoles por haber sido éstos de nacionalidad judaica.
Y sería lamentable que en el incipiente racismo de España entrase la consideración que podríamos llamar, aunque abusando de la propiedad del término, religiosa. Sería, por ejemplo, lamentable que a la dichosa Fiesta de la Raza del día 12 de octubre, conmemorativo del descubrimiento de América, se le quisiera dar un sentido más aún que religioso, escolástico. A lo que se presta el que ese día coincida con el de la conmemoración por la Iglesia Católica de España de la Fiesta de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza.
El principal santuario español durante la Edad Media fue el de Santiago de Compostela, donde por muchos se cree que quien está enterrado es el hereje Prisciliano —desde luego no el apóstol Santiago en su mayor parte mítico—; durante los Austrias, fue el de Nuestra Señora de Guadalupe, y durante los primeros Borbones, el del Pilar de Zaragoza, cuya imagen es de origen francés. Y el descubrimiento de América se hizo el día del Pilar; no sabemos que entre los descubridores figurasen mucho los aragoneses. En cambio, como los principales conquistadores fueron o castellanos o extremeños, y fue extremeño Hernán Cortés, que llevó a Méjico el culto de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, esta imagen fue la que arraigó en tierras mejicanas y se hizo un ídolo de los indígenas mejicanos. Nuestra Señora de Guadalupe se indianizó, se mejicanizó y entró a formar parte del panteón mitológico de aquellos pueblos. Lo que no quiere decir, ¡claro está!, que los más de sus pobres indios mejicanos que rinden culto idolátrico a la Virgen de Guadalupe tengan conciencia católica, ni menos cristiana. “Ídolos detrás de los altares” es como ha titulado Anita Brenner a un libro sobre la... llamémosla religiosidad de los mejicanos. Sin que sea sólo en Méjico y entre los indios donde detrás de los altares o sobre ellos se erigen ídolos. Y a las veces, ídolos de raza material, cuando no de ídolos políticos.
La Fiesta de la Raza espiritual española no debe, no puede tener un sentido racista material —de materialismo de raza—, ni tampoco un sentido eclesiástico —de una o de otra Iglesia—, y mucho menos un sentido político. Hay que alejar de esa fiesta todo imperialismo que no sea el de la raza espiritual encarnada en el lenguaje. Lenguaje de blancos, y de indios, y de negros, y de mestizos, y de mulatos; lenguaje de cristianos católicos y no católicos, y de no cristianos, y de ateos; lenguaje de hombres que viven bajo los más diversos regímenes políticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario