Ahora (Madrid), 27 de agosto de 1933
El comentador —¡presente!— se ha tomado vacaciones de testigo interno —pero no íntimo— de las Cortes. Y se ha puesto a devanarse los sesos para refrescarlos. Recuerda cuando allí, en la Cámara, se hablaba de la teoría y la práctica. Sí, aquel incurable profesor que se proponía escribir un libro —claro que de texto— que se titulase: “Metodología de la teoría de la práctica o sea Ante-introducción al estudio de la pedagogía”. Que podría ser demagogía —y acentúese en la i. La teoría es la legislación y la práctica es la gobernación… digo, me parece... Y hay que ver esos ejercicios teóricos legislativos con comisiones, subcomisiones, ponencias, votos particulares, enmiendas... Y sale... ¡la fórmula! Es decir, se vota. Con quorum o sin él. Que, aunque lo parezca, no tiene que ver con el coro, amigo mío. Y por cierto que eso le ha hecho a usted, aprendiendo parte de la declinación del relativo latino, fijarse en que el “quid” del “quorum” está en el “cum quibus” —el qué de los que en el con qué. Y todo es relativo. Hasta la relatividad.
Y volviendo en devaneo a la teoría, veamos aquello de: “Si n número de hombres abren un túnel de dos kilómetros en m tiempo, ¿cuántos hombres lo abrirán en medio segundo?” ¡Un problema matemático! Y las matemáticas, como son puras, no fallan, pero los hombres ¡ay! Viene aquí lo de los imponderables y las impurezas de la realidad. La verdadera incógnita es el hombre. Sobre todo en esos polinomios que son los partidos políticos. Por lo cual no anduvo tan torpe aquel atolondrado alumno que al proponerle el profesor en un examen: “Veamos, supóngase que un sastre compra siete varas de paño a...” le interrumpió lanzándose, tiza en mano, al tablero y diciendo: “¡Sea x el sastre!” Sí, los hombres, sastres o no, son la x, la incógnita.
En esa Cámara los hombres entramos, salimos, nos movemos como las abejas en una colmena. Para no hacer más que cera. Pero, la verdad, es que no hace todavía cinco años los más de los actuales diputados a Cortes ¿soñaban siquiera en serlo? ¿Sobre todo los que no lo habíamos sido, ni pretendido serlo antes? Diputados sin verdadera vocación de carrera, dígase lo que se quiera. ¿Que estos diputados de ida y vuelta, de va-y-ven le hayan tomado gusto a la cosa? Lo dudo. Me acuerdo de lo que acabo de leer en Paul Valery, mi buen amigo, y es que la política es el arte de impedirle a uno meterse en lo que le toca. Los diputados, pues, entran y salen y algunos se van a ver a las misses populares —más o menos proletarias— tostadas al sol de la playa madrileña y vestidas con trajecitos de cuatro pesetas. Y esos diputados, ¿piensan en la reelección? Algunas veces se oye hablar con espanto izquierdista de las futuras elecciones. “¡Un salto en las tinieblas!”, se dice y se repite el huero tópico. ¿Pero es que los pasos en el vacío son mejores que el salto en las tinieblas? ¿Y toda esa labor teórica legislativa, llena de equises, de incógnitas, no es pasos en el vacío? Sobre todo la de urgencia, la de plazo fijo; todo eso que dicen complementarlo. ¡Porque hay que cumplir los compromisos! Que por cierto, no han existido. Los ingenuos electores de aquellas elecciones no conocían programa alguno. Y todos los sastres de la Constitución éramos equises. Y algunos haches. Haches mudas.
“Pero bueno, ¿qué hacemos aquí?”, le decía una vez uno de los compañeros, en los pasillos, a otro de su polinomio. Y éste le contestó solemne: “¡Estamos haciendo la República!” Y este comentador —¡presente!— que asistía al diálogo como testigo interno —y en calidad de monomio— no pudo menos que entrometerse y preguntar: “¿La república? ¿y qué es eso? ¿con qué se respira?” Mirada de asombro en los del polinomio. Porque es el problema que no se habían planteado qué sea la república. Eso sí “hay que gobernar en republicano” y “eso no es república” pero ésta, ¿la república? Una x, una incógnita. A la derecha o la izquierda es igual.
No conozco un republicano español que se haya planteado en serio el problema de en qué se diferencia sustantiva y no objetivamente, de una monarquía una república. Como tampoco en qué se diferencia del socialismo. Y no digamos nada de la puerilidad esa de derechas e izquierdas. Pura logomaquia. О algo peor: filosofía inconciente.
Este comentador, por su parte, se está devanando los sesos desde que vino éste que llaman nuevo régimen —y con él el nuevo estilo— para dar en qué es lo que entienden por república los que más la cimbelean y victorean, sobre todo los jóvenes. Y no da con ello. Hace poco creyó vislumbrarlo en una frase de un revolucionario de la gran Revolución, la burguesa si se quiere, la de Francia en 1789; de un gran revolucionario, de Mirabeau. Cuando dijo: “Cuando hablo de República entiendo la cosa pública que abarca todos los intereses” —“qui embrasse tous les intérêts”. ¡Qué claro me pareció! Nada de lucha ni de clases, ni de comarcas, ni de confesiones. ¡Todos los intereses! ¿Pero... no habrá aquí la ponzoña del fajismo? ¿No se ocultará en esa fórmula el veneno de un nacionalismo no internacional? Y luego, leyendo el “New York” de Paul Morand me encontré con este dicho de un hombre de Estado norte-americano: “Nuestro gobierno es y ha sido siempre una República; el peligro sería que se hiciese una democracia.” Y volví a caer en confusiones. Y pensé que en una asamblea democrática no hay modo de eliminar las incógnitas.
Y ahora heme aquí, en este devaneo de mi seso en vacaciones —que no vacará mucho, pues le conozco— pensando que bien podía el incurable profesor de marras escribir su “Metodología de la teoría de la práctica o sea Ante-introducción al estudio de la...” No de la pedagogía, sino de la demagogía (acento en la í). Le pondría un prólogo este comentador.
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