viernes, 3 de noviembre de 2017

País, paisaje, paisanaje

Ahora (Madrid), 22 de agosto de 1933

Esta parrilla... mejor, ¡esta mano tendida al mar poniente que es la tierra de España! Sus cinco dedos líquidos, ¿Miño-pulgar? ¿Duero-índice? ¿Tajo-el del corazón? Guadiana y Guadalquivir. Y la otra vuelta, la de Levante, Ebro, Júcar, Segura y el puño pirenaico y las costas cántabras. Y sobre ella, sobre esa mano, la palma azul de la mano de Dios, el cielo natural. Y la mano ¿pide u ofrece?

¡Y lo que es recorrerla! Cada vez que me traspongo de Ávila a Madrid, del Adaja, cuenca del Duero, al Manzanares, cuenca del Tajo, al dar vista desde el alto del León, mojón de dos Castillas, a ésta, a la Nueva, y aparecérseme como en niebla de tierra el paisaje súbeseme éste al alma y se me hace alma, no estado de conciencia conforme a la conocida sentencia literaria. Alma y no espíritu, psique y no pneuma; alma animal, ánima. Como esas ánimas que según la mitología popular católica, vagan, separadas de sus cuerpos, esperando en purgatorio la resurrección de la carne. Siento que ese paisaje, que es a su vez alma, psique, ánima —no espíritu— me coje el ánima como un día esta tierra española, cuna y tumba, me recojerá —así lo espero— con el último abrazo maternal de la muerte.

No me ha sido dado otearla, en panorama cinematográfico, desde un avión pero sí columbrarla a partes, a regiones, desde sus cumbres. E imaginarla viéndola así, con el ánima y con el ánimo. ¡Imaginar lo que se ve! Si el catecismo nos enseñó qué es creer lo que no vimos, cabe decir que re-conocimiento, ciencia, es creer lo que vemos. E imaginar lo que vemos es arte, poesía. Tener fe en España y conocerla, pero también imaginarla. E imaginarla corporalmente, terrestremente. He procurado, sin ser quiromántico, a la gitana, leer en las rayas de esta tierra que un día se cerrará sobre uno, apuñándolo, rastrear en la geografía la historia.

Y aquí, aunque se me acuse de jugar con las palabras, y de discurrir imaginativamente con el lenguaje —¿y qué mejor?— he de decir que si la biografía, la historia, se ilumina y aclara con la biología, con la naturaleza, así también la geografía se ilumina y aclara con la geología. Hay las líneas —las rayas de la mano— y hay los colores. Hay nuestras tierras rojas, blancas y negras. El verdor es otra cosa y no de entraña. Y hubo quienes al modo de lo que biología y geología son a biografía y geografía, inventaron junto a la cosmografía, una cosmología. Mas dejemos esto.

En esta mano, entre sus dedos, entre las rayas de su palma, vive una humanidad; a este paisaje le llena y le da sentido y sentimiento humanos, un paisanaje. Sueñan aquí, sueñan la tierra en que viven y mueren, de que viven y de que mueren unos pobres hombres. Y lo que es más íntimo, unos hombres pobres. Unos pobres hombres pobres. Y algunos de estos pobres hombres pobres no son capaces de imaginar la geografía y la geología, la biografía y la biología de la mano española. Y se les ha atiborrado el magín, que no la imaginación, con una sociología sin alma ni espíritu, sin fe, sin razón y sin arte. ¡Hay que ver la antropología, la etnografía, la filología que se les empapiza a esas frívolas juventudes de los nacionalismos regionales! ¡Cómo las están poniendo con los deportes folklóricos, los bailes dialectales y las liturgias orfeónicas! ¡Qué paisanaje están haciéndole al paisaje!

Aunque... ¿paisanaje? No, esos no serán nunca paisanos, hombres del país, del pago, de la patria que en el paisaje se revela y simboliza; no serán paisanos o si se quieren aldeanos. Y sin ser aldeano, paisano, no cabe llegar a ciudadano. El espíritu, el pneuma, el alma histórica no se hace sino sobre el ánima, la psique, el alma natural, geográfica y geológica si se quiere. Esos, los de la diferenciación, suelen ser señoritos de aldea, que no aldeanos, cuando no algo peor y es señoritos rabaleros de gran urbe, rabaleros aunque vivan en el centro de la populosa aldea. Son los que han inventado lo del meteco, el maqueto, el forastero o sea el marrano. Ellos se creen, a su manera, arios. No verdaderos aldeanos, paisanos, hombres del país —y del paisaje— no cabreros o Sanchos si no bachilleres Carrascos. En el fondo resentidos; resentidos por fracaso nativo.

Les conozco a esos pobres diablos; les tuve que sufrir antaño. Querían convencerse de que eran una especie de arios, de una raza superior y aristocrática. Conocí más de uno que en su falta de conocimiento de la lengua diferencial del país nativo estropeaban adrede la lengua integral del país histórico, de la patria común, de esta mano que nos sustenta, entre Mediterráneo, Atlántico y Cantábrico a todos los españoles. Su modo de querer afirmarse, más aun, de querer distinguirse era chapurrar la lengua que les había hecho el espíritu.

Y luego decir que se les oprime, que se les desprecia, que se les veja y falsificar la historia, y calumniar. Y dar gritos los que no pueden dar palabras.

“¿Pero es que usted les toma en serio?” se me ha preguntado más de una vez. Ah, es que hay que tomar en serio a la farsa. Y a las cabriolas infantiles de los incapaces de sentir históricamente el país. Todo lo que en el fondo termina en la guerra al meteco, al maqueto, al forastero, al inmigrante, al peregrino, termina en una especie no de ley, pero sí de costumbre de términos comarcales o regionales. Cuestión de clientelas. Y como si fuera poco la supuesta lucha de unas supuestas clases, viene la de las flamantes naciones.

¡A donde he venido a parar desde la contemplación, desde la imaginación del paisaje y del país de esta mano de tierra que es España! Mano y lengua. Lengua de tierra en el extremo occidente de Eurasia, en vecindad del África. Mano que cojió a América y lengua que le habló en su lengua. Y desde arriba otra mano le señaló su misión, su historia. Por encima de regímenes.

1 comentario:

  1. Interesante. La expresión "¡Qué país, qué paisaje, qué paisanaje!" es de Unamuno o de Jacinto Miquelarena?. Gracias

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