Ahora (Madrid), 7 de diciembre de 1934
Unas veces me acojo a viejos recuerdos —uno es ya viejo— para vivir mejor la actualidad presente (recuerdos de esperanzas que me dan esperanzas de recuerdos), y otras veces, para purgarme de impurezas de la realidad actual, me acojo al reposo de las obras ideales, de ficción, que depuraron artísticamente las impurezas pasadas. Y así, he vuelto a Alejandro Manzoni, el gran poeta y novelista italiano, que tanto me recreó en mi mocedad.
Estaba hace poco releyendo su celebérrima oda “Il cinque Maggio” (Al cinco de mayo), el día de la muerte de Napoleón el Grande. Me la sabía de memoria toda ella antaño, y aun hoy a trechos. Es la que empieza : “Ei fu!” (Él fue.) Dice el poeta cómo, mientras vivió “el hombre fatal”, el genio del poeta le vio fulgurante en el solio, y se calló, sin mezclar su voz a las miles de voces que le ensalzaban o rebajaban; mas entonces, a la noticia de su muerte recoge un canto de su tumba. Lo recoge su genio, “virgen de servil encomio y de cobarde ultraje” (vergin di servo encomio e di codardo oltraggio). Y seguí recordando, rehaciendo todo el cántico. Mas ¿cómo es, por qué misterioso eslaboneo de imágenes, que eso del ingenio virgen de servil encomio y de cobarde ultraje me trajo a la memoria otro pasaje, éste de la novela Los novios (I Promessi Sposi), que llevo impreso en la mente y que no parece guardar encaje con esos dos versos? Es cuando al describir la peste de Milán —maravilloso relato que recuerda el de la peste de Atenas en Tucídides— y hablar de los rumores (¡siempre los rumores!) de que había “untadores” que trasmitían maliciosamente el morbo, nos dice el poeta novelista que los sensatos y discretos no se atrevían a oponerse a la opinión popular corriente. Y añade esta reflexión, admirablemente expresada: “il buon senso c'era; ma se ne stava nascosto per paura del senso comune”. Es decir: “había buen sentido, pero estaba escondido por miedo al sentido común”. O sea a la opinión común o general. ¿Qué relación puede haber entre los dos pasajes?
Me volví a reflexionar en la actualidad pasional de hoy y aquí, en esta agotadora guerra civil espiritual, que nos está envenenando y embruteciendo; en este combate entre los del servil encomio y los del cobarde ultraje; en esto de que hay que decidirse por un bando o por el otro y en el papel que hacen los hombres de buen sentido, que lo esconden y recatan por miedo al sentido común, a ese bárbaro sentido común de los combatientes. A los pobres hombres de buen sentido, de “vía media” —expresión anglicana—, a los que ni encomian ni ultrajan, ni aplauden ni reprueban —no se les admite distingos—, se les reprocha de pasteleros o de algo peor. Y no ha faltado quien me ha recordado al respecto lo del Apocalipsis (Ш, 15), al testigo de Dios: “Conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente; ojalá fueras frío o caliente; mas pues eres tibio —ni caliente ni frío— te he de vomitar de mi boca.” ¿Tibio? El Dante hace decir a Caronte que lleva las almas de los condenados al Infierno, que las lleva al fuego y al hielo (“in caldo, in gelo”). Tampoco en el Infierno apocalíptico dantesco cabían los tibios, aquellos ángeles que no se pusieron ni de parte del Señor ni de Luzbel, sino para sí mismos, y de quienes el Dante dijo lo de: “¡No hablemos de ellos, sino mira y pasa!”
Mas ¿es que los hombres de buen sentido que se abstienen del servil encomio y del cobarde ultraje son tibios cuando no ocultan ese su buen sentido por miedo al sentido común de los energúmenos de uno y de otro bando? Sentido que los acomuna a unos con otros y a que obedece el dicho decidero de que los extremos se tocan. Y no se diga que los de este buen sentido que propugnamos son tibios por carecer de pasión. No; hay la pasión de la impasibilidad, de la imparcialidad. En circunstancias de tan desbordadas malas pasiones como las por que estamos pasando me parecería un acto de valerosísimo buen sentido el que un representante del pueblo se negase, en cierto caso, a condenar ni a aprobar un movimiento en que no hubiese tomado parte ; se negase, por ejemplo, a dar un viva a aquello que más quisiese. ¿Es que a un hombre de buen sentido le cabe avenirse a la barbarie de una asamblea donde se empieza por insultar al adversario cuando apenas va a abrir la boca, si es que no a intentar agredirle? Un hombre de buen sentido se siente incompatible socialmente con semejantes energúmenos; no le cabe comunidad, convivencia, con éstos. Y su valor consiste en no esconder su buen sentido, dejando que aúlle en su torno el sentido común. El sentido común de la barbarie incivil e insocial,
¡Los dos bandos! Y al llegar en mis reflexiones a este término me surgió otro pasaje de la inmortal oda manzoniana, y es cuando dice el poeta aquello de: “dos siglos, el uno armado contra el otro, se pusieron a él (a Napoleón) sometidos, como esperando el fallo, y él hizo silencio y se sentó, arbitro, en medio de ellos”. Aquí siglos quiere decir generaciones, y son la del Antiguo Régimen, la de la monarquía capetiana y la de la Revolución. Los dos bandos, las dos generaciones, los dos siglos de siempre, los actuales y los de entonces y los que vendrán. Y él, el que fue (“ei fu!”) y sigue siendo; él, Napoleón, unió los dos siglos, las dos generaciones, ¿en qué? En el liberalismo —¡dichoso pecado de convivencia!—, en el liberalismo, al que dicen cosa ya pasada unos y otros energúmenos; en el liberalismo del siglo XIX, de ese siglo al que llamó estúpido quien lo es mucho más. El siglo napoleónico, el siglo ecuménico, el siglo liberal. Benedetto Croce ha dejado dicho que el liberalismo es la religión civil del siglo XIX, y antes que él nuestro don Antonio Maura, que el liberalismo es el derecho de gentes moderno. Religión civil, derecho de gentes contra que se revuelven los de ambos extremos, comunistas y fajistas.
Y ahora, otro desahogo personal más del comentador que os habla, y es que cuando le meten en la ya mítica generación del 98, al acabar el XIX, si con ello quieren decir la generación liberal, dicen bien. Siglo, “saeculum”, significó propiamente seguida o secuencia, generación, y generación de 1898; XIX quiere decir siglo liberal, napoleónico. ¿Y quién, si no Napoleón, trajo a nuestra España la revolución liberal, la de 1812, y las guerras civiles subsiguientes? A su brasa se templó el alma civil que aquí proclama esto ahora. Al calor del generoso y fecundo liberalismo pecador. “Ei ful” (él fue), cantó Manzoni. No; él sigue siendo. Y él nos guarde de esconder el buen sentido, el sentido propio, el sentido —personal e individual— herético, por miedo al sentido común, comunal, impersonal, rebañego, ortodoxo, de unos y de otros siervos de las contrapuestas disciplinas de una común barbarie. Os lo repite el de la generación de 1898. Que sigue siendo.