Ahora (Madrid), 7 de julio de 1934
Recordemos la historia bíblica y comentémosla a la par, Jehová le mandó a Jonás, hijo de Amati, que se levantase y fuese a la gran ciudad de Nínive y pregonara contra ella. Nínive parece que fuese un centro de corrupción burguesa, de injusticia social. Pero Jonás —no se sabe bien por qué— no se sentía profeta de clase y fuese a Jope para embarcar rumbo a Tarsis. Pero Jehová, en vista de la deserción de Jonás, levantó galerna en la mar, y la tripulación de la nave sospechó que Jonás era el motivo, y éste lo declaró, y los otros, compadecidos, en vez de matarle, arrojáronle a la galerna. Como si dijéramos, a la revolución. Pero el Señor tenía preparado un gran pez —y aquí entra en juego Leviatán, o sea la ballena— que se tragó a Jonás y le retuvo en sus tripas tres días y tres noches. Y desde allí, desde las tripas del Leviatán, alzó Jonás al Señor un salmo, diciendo cómo le rodeó el abismo y se enredaron las algas a su cabeza, y ofreció sacrificio a su Señor y que pagaría lo prometido, y entonces Leviatán, por mandato del Señor, vomitó a Jonás a tierra.
Este Leviatán que se tragó a Jonás profeta ¿era el Estado, como quiere Tomás Hobbes? ¿Era lo que en inglés se llamó “Commonwealth”; en latín, “civitas”, y nosotros, república? Mas prosigamos la historia bíblica. Y fue que el Señor volvió a mandarle a Jonás que fuese a Nínive, la corrompida sede de la burguesía y del capitalismo, y pregonase la revolución social en ella. Y así hizo Jonás; pero los ninivitas se convirtieron al Señor o, como si dijéramos, se hicieron fajistas. Y entonces Jehová se arrepintió de sus amenazas contra Nínive y la perdonó. Lo que apesadumbró a Jonás, que se enojó. Pues ¿cómo iba a quedar después de sus apocalípticas profecías revolucionarias? Y el pobre Jonás, visto el curso que tomaba la historia, se dijo que mejor es morir que vivir (v. Profecía de Jonás, cap. IV, versillo 3), y salió de la sede burguesa, y se sentó al oriente de ella, y se hizo una choza, y se sentó debajo de ella a la sombra, y el Señor hizo que le cubriera una hiedra, lo que alegró a Jonás. Porque siempre es grato poder descansar a la sombra de una hiedra mientras la ciudad burguesa sigue su carrera de ruina. Pero el Señor hizo que un gusano secara la hiedra y levantó un viento abrasador, y el pobre Jonás volvió a decirse (vers. 8) que mejor es morirse que vivir. Y el Señor reprendió a Jonás, que se había apiadado de la hiedra, que no había plantado, y le dijo: “¿Y no he de apiadarme yo de Nínive, la gran ciudad, en la cual hay más de 120.000 personas que no saben discernir entre su mano derecha y su izquierda, y también un gran número de jumentos?” Y con esto de los pobres ninivitas, que, por no saber discernir entre la derecha y la izquierda, se pasaron al fajismo y a la burguesía, con esto se acaba el bíblico relato de la profecía de Jonás, hijo de Amati, el que estuvo tres días y tres noches en las tripas del Leviatán.
Y este Leviatán ¿quién sería? ¿Acaso el Estado, la República de los trabajadores o no más bien su prefiguración, el gran Partido Internacional socialista? ¿La República social, la de la clase obrera? Porque el caso es que hay que escoger entre Nínive o el Leviatán. O en los arrabales de Nínive, a la sombra de una hiedra, o en las tripas del Leviatán. No hay otra opción.
Hace algunos años que un buen amigo mío, distinguido trabajador de la pluma —como yo—, me dirigía desde Alemania, donde estudiaba entonces, cumplidas cartas en que se desataba contra Leviatán, es decir, contra el Estado, en anarquista, y yo, el recalcitrante individualista que no quiere dejarse tragar —y menos digerir— por ningún monstruo, tenía que defender a Leviatán. Como amparo y broquel del individuo, se entiende. Mas desde entonces, desde aquel trueque de cartas, ¡han pasado tantas cosas! Entre ellas, el advenimiento a España de esta llamada República de trabajadores, aunque con la coletilla consabida: “de toda clase”. Que no parece ser lo mismo que “de todas las clases”.
Ahora los pobres socialistas internacionales, atosigados de ciencia —había que oír a un honrado peón de albañil decir “el socialismo científico” o “el marxismo”, poniendo boca redonda y enjuagándosela con las palabras esas—, han abandonado la teoría revolucionaria, y si logran levantarse una choza en las afueras de Nínive y descansar a la sombra de una hiedra, o de una parra, o de un nogal, no echan de menos las tripas de Leviatán. Prefieren la democracia parlamentaria. Y esto lo sabe muy bien mi antiguo amigo.
Y mientras nnos y otros hablan de revolución —a la que todos temerían si es que creyesen en ella—, el Señor se apiada de Ninive, donde hay más de 120.000 hombres que no distinguen entre izquierda y derecha —así dice, al menos, el que hemos dado en llamar sagrado texto— y, además, un gran número de jumentos (“et iumenta multa”, según la Vulgata). Y se da el caso de que esos 120.000 ciudadanos y esos muchos jumentos que no distinguen entre derecha e izquierda —“nesciunt quid sit inter dexteram et sinistram suam”—, que no se dan cuenta de la injusticia social, ni de la ineptitud del Estado de clases —no “de toda clase”—, ni de la falsedad en todos los sectores de la vida, ni de que aquí nada envejece, porque todo es viejo de nacimiento, se da el caso de que esos pobres 120.000 ciudadanos inconcientes de Nínive y sus muchos jumentos empiezan a sospechar que el día en que haya que optar, los revolucionarios ex científicos, los de las tripas del Leviatán, optarán por el fajo, o sea la tripa. Pues no aciertan a ver diferencia entre los dos cabos del apuro. Lo mismo que no saben la diferencia que haya entre derecha e izquierda, no saben la que haya entre fajismo y comunismo más o menos libertario. La masa, la consabida y tan mentada masa, no suele saber a qué atenerse. Es una masa de arena suelta y de acarreo, no de tierra apretada, y se da en dunas que se hacen, deshacen y rehacen para deshacerse al “soler” —¿y por qué no si se dice el ser, el haber, el poder, el querer y...?— del viento y no en rocas. Y si ha solido decirse que el español es irreductiblemente individualista, no se solerá —soldrá, o como haya de decirse— decir en adelante tal cosa. Y se sabrá que la dichosa hambre —de justicia, ¡claro!; ¡pues no faltaba más!— no es, sin más y de por sí, acicate para ir a acarrarse los trabajadores en las tripas del Leviatán libertario-comunista. Acaso en las del otro. En las de Nínive leviatanizada, con trabajadores “de toda clase”. De toda, ¿eh? Y si no que se lo pregunten a los balleneros, que son una clase de trabajadores también. Digo... A los cuales, si llegase a atraparles de sopetón la galerna, sería de verles asirse de calabrotes sueltos, a porfía, para escabullirse.
Tal es la lección de la profecía de Jonás, hijo de Amati, el de las tripas del Leviatán y el de la choza a la vera de Nínive y a la sombra de la hiedra que se agarra a las ruinas.
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