viernes, 19 de enero de 2018

Ambos regímenes

Ahora (Madrid), 14 de septiembre de 1934

Al leer en el último numero —el del 1.º de este mes— de Les Nouvelles Littéraires, el tan conocido semanario de París, un artículo del tan conocido Julien Benda sobre los “Salones de antaño” se nos han ocurrido unas reflexiones aplicables a nuestra actualidad española. Benda polemiza en él con un supuesto Polemarco, que siente horror a la democracia y añoranza de los salones del llamado gran siglo. Este Polemarco simboliza a esos pintorescos y literarios monárquicos legitimistas franceses —su principal caudillo, un tradicionalista ateo— que están convencidos de la suma improbabilidad de una restauración monárquica en la Francia de hoy, y ello por falta de candidato al trono que sea persona. Más fácil una dictadura republicana. Y no monárquica, pues no parece que puedan encontrar uno como Alejandro de Serbia.

“Que todas esas virtudes con que adornáis a la antigua Francia, la antigua Francia no las tuvo, me figuro, Polemarco —le dice a éste y a los suyos Benda—, que lo sabéis como nosotros. Y si no sois ni ignorantes ni engañados, ¿de dónde vuestro credo? Creo que se nos explicó antaño con toda claridad deseable por uno de los vuestros.” Y en seguida Benda expone, como Barrés en el Jardín de Berenice, un personaje para cohonestar una campaña electoral de injurias y calumnias al adversario; decía: “Los vicios de mis adversarios, aunque fuesen ficticios, me permiten recoger, sin treinta y seis sutilezas de psicólogo, un gran número de sus actos molestos; es una concepción que explica de una manera muy feliz la reprobación y la animosidad que deben, en efecto, inspirar, aunque por razones un poco más complicadas.” “En otros términos —comenta Benda—, la infamia de mis adversarios es una ficción o, por lo menos, una simplificación grosera que sustituyo a la verdad compleja, pero que me es soberanamente útil en el combate que libro contra ellos. Exactamente la explicación que Hitler, si fuera tan inteligente como Barrés, daría de su dialéctica contra los judíos. Recíprocamente podríais decir: La perfección que asigno al antiguo régimen es una ficción que me es útil para el asalto —por lo demás, legítimo—que libro contra los demócratas. Es una tesis que adopto no en cuanto historiador, sino en cuanto hombre de acción.”

Y ahora, después de hacer observar que hombre de acción sin sentido histórico, sea de derecha o de izquierda, no es más que hombre de reacción y hasta de reflejo en su significación fisiológica, vamos a traducir el último párrafo del artículo de Benda, y que es de ajustada aplicación hoy entre nosotros. Y dice así: “Pero una cosa me entristece, Polemarco: es pensar que ese hermoso mito de la monarquía llegará a ser inútil el día en que triunfe. ¡Qué hermosa era la República bajo el Imperio!, decimos y más que nunca. Quién sabe si algún día no diremos de la monarquía: ¡Cuidado que era hermosa bajo la República!”

Así acaba su para nosotros tan sugestivo articulo Julien Benda, y al punto nos pusimos a repasar la leyenda que los de nuestro llamado nuevo régimen están haciendo del antiguo y la leyenda que los del antiguo régimen, el monárquico, están haciendo de esta reciente y tierna República. Unas veces se habla de los vicios y la podredumbre y las vergüenzas del régimen monárquico borbónico, y otras, de los del actual régimen, sobre todo del que los renoveros y consortes motejan de “bienio ominoso”, el de las Constituyentes. Y todo español de sentimiento histórico y de memoria sosegada y pura se da cuenta de que tanto en el un caso como en el otro, esos partidarios de acción y de reacción —convertibles entre sí, pues que son lo mismo— están fraguando ficciones, mitos y leyendas. Se llega de una parte y de otra, accionaria y reaccionariamente, a las más groseras falsificaciones de la memoria histórica. Y no son equivocaciones o errores, no; son mentiras. Ni vivíamos hace veinte años tan vergonzosa e indígnamente como dicen los nuevos — llamémosles así— ni hemos vivido estos tres últimos años, y en especial los del dichoso bienio, como los antiguos dicen.

Ahora que a las veces obran los dos temperamentos, el de los que sienten que cualquier tiempo pasado es —“es” y no “fue”; es, ya que pasó— mejor y el de los que sienten, en progresistas apriorísticos, que cualquier tiempo pasado es peor. O sea que cualquier tiempo venidero es —y no será— mejor, lema de los esperanzados. Pero el gentío sencillo que vive al día y siente la continuidad histórica, la tradición siempre en hacerse, comprende que nada sustancial cambia ni en mejor ni en peor; comprende que apenas va nada de uno a otro régimen.

Y hay otra cosa, y es que bajo ambos regímenes, tanto los unos como los otros, tanto los conservadores —retrógrados si queréis— como los otros, los presuntos revolucionarios, han pecado más de palabra que de obra. Medidas de gobierno hubo que si estaban justificadas, lo estaban por razones que el gobernante se reservaba. La ley de Defensa de la República hizo suya la doctrina de Felipe П, la de la razón de Estado: “por razones que el rey conoce”. En Derecho canónico: “ex informata conscientia” del prelado. Y luego, al tratar de justificarlas, ¡qué groseras sinrazones, mezcladas de insultos y calumnias! En uno y en otro régimen. ¿Es que, por ejemplo, justificó de algún modo el Gobierno republicano de hace dos años que las actividades de cierta Orden religiosa —pecadora por torpeza, soberbia e incautela— constituyesen “un peligro para la seguridad del Estado”? No, sino que se salió con una miserable sinrazón. Análoga a las sinrazones, igualmente miserables, con que el antiguo régimen, aconsejado por esa presuntuosa Orden, perseguía a otras comunidades o institutos de especie civil.

Y para concluir. Amigo Polemarco español y consortes: Sigan, si es que eso les sirve de desahogo a sus resentimientos y resquemores, inventando ficciones frente a las de sus adversarios y sigan calumniando a éstos como éstos les calumnian, y sigan buscando su persona, la que encarne su tradición ficticia; pero dense cuenta de que los españoles de memoria fiel, segura, sosegada y pura, de sentido histórico cotidiano, están por encima de esa refriega y sienten que España no depende ni de un régimen ni del otro. Lo demás es “sombra del porvenir”, según la enérgica expresión del apóstol Pablo de Tarso. Y consustancialidades..., ¡no!

Y ahora, hoy, domingo, 9, al ir a echar al correo estas cuartillas, ya antes escritas, nos enteramos con tristeza de la enorme estupidez pueril de esa huelga general parcial para protestar contra una reunión que no ha logrado ver impedida. Lo estúpido pueril es lo peor. Tememos más a la inconciencia que a la violencia bien pensada. La degeneración mental cunde y redunda en España. Y por ambos extremos.

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