Ahora (Madrid), 4 de julio de 1934
Día de San Juan Bautista, el del sol más largo del año, y en éste, además, domingo. Subíamos a la cabecera de la Castilla leonesa o, si se quiere, del León castellano. León que fue antes Legión y que siguió siéndolo. Castillería se llama a una comarca de esas altas tierras de la Reconquista linderas con la Montaña, Reconquista ¿de qué? De la España románica y visigótica, la de los Concilios de Toledo, no del gótico —más bien franco—, de que surgió luego, al deshacerse, el barroco. Allí, entre Carrión y Pisuerga, no hay barruecos, sino navas, alcores, páramos y sencillas tierras evangélicas, de asiento, postradas a las plantas de! Señor del Cielo. Al ver pasar las ovejas trashumantes, al borde de los trigales, a que encienden mechadas en ellos las rojas amapolas, acuérdase uno de cuando el Cristo, la Palabra, dijo, según el cuarto Evangelio, el del otro San Juan: “Yo soy la puerta de las ovejas” (cap. X, vers. 7). Bizma el paisaje evangélico —y con sus ovejas— al ánimo lacerado por las rozaduras y los desgarrones de la civilización. ¿Vendrán también acá a despegarles del sosiego secular? Secular y seglar, religiosamente laico o popular. Si así llega a ser, que Dios se lo cobre. Desde sus nidos, en las torres y espadañas de las casas de oración, nos avizoran, indiferentes, las cigüeñas estilitas —no estilistas—, sansimeónicas.
En dos lugarejos ondeaban banderas blancas —de paz— en la pingorota de las torres de iglesia campesinas. Celebraban a los misacantanos que acababan de celebrar. Y en estos tiempos... ¡de reconquista seglar! ¡Villasarracino! El nombre dice de sarracina y de sarracenos —a primera oída, por lo menos—, y de allí, sin embargo, en las elecciones constituyentes, se le echó a un candidato al grito de: “¡Fuera los mahometanos!” ¡Y qué nombres de lugares! De los que se paladean. Entre ellos, esos eneasílabos toponímicos —de que es en Castilla dechado Madrigal de las Altas Torres—, y que allí suenan: Arenillas de Nuño Pérez, Rabanal de los Caballeros, Cervera del Río Pisuerga, San Salvador de Cantamuga… Preside al Carrión —el de Jorge Manrique— Carrión de los Condes —de los condes de Carrión, los yernos del Cid reconquistador—, y al Pisuerga, su Cervera señorial. En Buenavista, en el evangélico valle de la Valdavia, una iglesia recién reconquistada, es decir, reconstruida, un vecino, mostrándonos el tradicional hachero de los rituales cirios funerarios de familia, nos dijo: “¡De cera de mis colmenas!” Las abejas les dan miel con que adulciguarse las bocas para el rezo y cera con cuya lumbre apaciguarse las ánimas de sus muertos.
En Guardo, junto a un palacio de mediados del XVIII, de fachada barroca, las minas de carbón de piedra. La tierra, alzándose ya hacia la montaña, guarda bosques prehistóricos, con cuya leña, ya fósil, activar y calentar la vida de hoy. Luego, por Cervera del Río Pisuerga, subíamos por la tierra que se alza por donde baja el río. Subían también, desde Extremadura, desde tierras de Plasencia, riberas del Tiétar y del Jerte, rebaños de ovejas trashumantes con que nos cruzábamos, dejándolas pasar. La iglesiuca románica de San Salvador de Cantamuga, pintiparada a un gran búho de piedra, contempla desde hace siglos —yace en el de siempre— con los ojazos de su espadaña el paso de las merinas, del siglo de siempre también. A pesar de las carreteras de firme permanente y de las vías férreas, lo que íntimamente permanece es el espíritu de la cañada, de la mesta. “¡La eterna historia!”, me dijo una vez uno, y yo a él: “¡Sí, la historia eterna!” Como la de aquellas parejitas de mozo y moza de los campos que veíamos en los ribazos del margen de la cañada y de los trigales, junto a las amapolas, sobre la yerba, reanudando la historia eterna. “Yo soy la puerta de las ovejas”, que dijo Jesús. Y esas mocitas campesinas, románicas o visigóticas, han dejado su rusticidad. Hasta las hay que, rapadas las cejas, se las pintan. Y una lozanía alegre que Dios se la pague.
En Moarbes —en esta provincia de Salamanca hay un Mozarbez que parece ser que sea Mozárabes—, una bella portada de encendida encarnadura de piedra arenisca donde el Cristo —la puerta de las ovejas—, rodeado de los cuatro animales simbólicos de la Esfinge —hombre, águila, león y toro— y en medio de la docena de los apóstoles. Debajo, el arco ajedrezado de la puerta. Y arriba, en la torre, la cigüeña ha fabricado su nido en copa de leña, obra de arquitectura también. Le lanza a uno ese nombre: Moarbes, a soñar en unos presuntos mozárabes que, al amparo del Cristo de la puerta —y puerta Él—, se acogieron, merced a la reconquista románica y visigótica, al redil de la raza. ¿Qué quiso ser aquello?
Llegamos a la cabecera de estos Campos Góticos, por entre montañas peladas, cual montones de cernada empedernida, sobre cuyas cumbres pasaban las sombras de las nubes. Y más arriba, en Piedras Luengas, en la Venta del Horquero, se nos abrió el espléndido panorama de los Picos de Europa, bosques al pie y cumbres veteadas de nieve, a que las nubes se agarran. De Europa, ¿por qué? Allí, la Castilla leonesa —y asturiana—, la de la Reconquista, desentraña para darlos a luz sus entresijos rocosos. Allende aquellos Picos, Covadonga, la de Pelayo (Pelagius) el románico.
Al descender, ya en la llanada, dimos con el espejo de agua del Canal de Castilla, que se hizo para trasporte de mercaderías. Y para enlazarlo con la mar se construyó la primer vía férrea de Castilla —y la segunda de toda España, pues la primera lo fue en Cataluña—: la de Santander a Alar del Rey. El Canal flanquea a Frómista, la del típico templo románico, dechado de su clase.
Entre campos de trigo, y alfombras de amapolas, y rebaños de ovejas trashumantes, y parejitas campestres, y ruinas de castillos y de templos románicos, y viviendas de tapial fraguado a trulla, íbase uno soñando en la eterna historia, en la eterna reconquista de la vida que pasa. Y la otra, la Reconquista mayúscula, ¿qué es lo que fue sino la lucha de unos pastores, ganaderos, contra otros y por la trashumancia y aun después de que algunos se asentaron como labradores en ciudades? Caín y Abel siempre, enmellizados como la muerte y el amor, como el hambre y la envidia.
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