jueves, 18 de enero de 2018

Carta a un mozo que presume de tal

Ahora (Madrid), 8 de septiembre de 1934

Ah, sí, ya sé, muchacho, que te han dolido algunas de las cosas que os he dicho a los que presumís de jóvenes —presuntos jóvenes—, y en lo más por no haberlas entendido a derechas. (No te enredes con esto de derechas y de tuertas.) Que no andas muy bien de entendederas. Por lo que me motejas de gruñón. Y me preguntas qué es lo que busco. Te busco a ti, o mejor, busco el que te busques, sin dejarte engañar por los que te adulan la juventud. Verás.

¿Actual? ¿Actualidad? Deja que lo escudriñemos, por mi parte repitiéndome. La repetición, la reiteración, es mi fuerte, aunque me digas que mi flaco. Vivir al día, que es para siempre, es repetirse. Siempre el mismo; antiguo y moderno siempre; de anteayer y de pasado mañana. ¿Recuerdas lo que ya te tengo dicho de la actualidad y de la potencialidad del pasado? Pero dejemos estos nombres de pasado y de porvenir para lo no humano —acaso inhumano—, para lo material, y valgámonos de otros llamándole al pasado humano, histórico, el vivido, y al porvenir humano, histórico, el porvenir. Sé que te burlas de la Historia, y que con un mohín de fingido desdén, dices de algo o de alguien que no llegas a comprender ni a consentir: “¡Bah! Eso —o ése— ya pasó a la Historia.” Pero a la Historia, muchacho, no se pasa si no se queda uno en ella. La Historia humana, el vivido, es lo viviente. De ella, de la que te empeñas en desconocer —y en disentir—, estás viviendo. Está viviendo tu infantil —no moceril— rebeldía.

Cállate y no me hables de tradición. Ah, sí; sé que te ha quedado en la memoria aquello de que la masa viva del cuero humano se renueva toda en tanto o cuanto tiempo, que algún fantasioso hasta ha fijado en años. Y que hay quien enseña que alguna porción queda —acaso en los huesos— que permanece materialmente la misma. Mas lo que queda es no lo material, sino lo formal, la forma. Los escolásticos —no te sonrías— le llamaban al alma la forma sustancial del cuerpo. Y esto de la forma sustancial recuerda lo de la constitución interna de don Antonio Cánovas del Castillo. Y vuelve a sonreírte si quieres. Un barco —es metáfora ya muy usada— sale del puerto; hoy pierde una tabla de banda, de cuaderna, de quilla, de cofa, un palo, un cabo de jarcia, un trozo de velamen; mañana pierde otro, y otro después; mas como la pieza nueva —el nuevo miembro— ha de ajustarse al perdido, el barco vuelve él mismo al puerto de que partió. Y acaso la nueva pieza es más ajustada, más tradicional, que la vieja.

No me hables de huesos ni de anquilosis. Fíjate en la piel, que parece lo más nuevo, lo más fresco y lo más soleado. Y más para vosotros, que os perecéis por la película. Ya dijo, quiero recordar que Carlyle, declamando sobre la revolución francesa, que la serpiente no se despoja de su piel vieja mientras no esté cuajada, por dentro de ella, la nueva. ¿Pero y cuando se le arranca a un pueblo, revolucionariamente, su vieja piel sin tener la nueva cuajada dentro? Al que se le arranca la piel no transpira bien. Y el que transpira mal o no transpira, acaba por no respirar y se ahoga. Transpiramos y respiramos gracias a la piel que nos ciñe. Lo superficial —me lo has oído otras veces— nos hace de entrañas.

Y ahora, ¿qué es eso de la nueva generación? ¿Del turno de las generaciones? ¿Qué es eso de que cada tantos o cuantos años surge y sale a luz una generación nueva? ¿La tuya es la de republicanos, o socialistas, o tradicionalistas, o nacionalistas, o fajistas..., o auténticos? La autenticidad no es cosa nativa. Es como la originalidad que se consigue remedando. Se acaba, no se empieza, por ser original, auténtico y joven. Y tú y los tuyos no tenéis tradición de mocedad. Dime, ¿qué mozo de alrededor de los treinta ha surgido en estos años que creéis de renovación —o de revolución, es igual— nacional? ¿Quién de ésos —y ellos bien pocos— que se han echado al ruedo político o literario como “espontáneos” o “capitalistas” —para servirme de la jerga taurina— ha llegado, no ya a matador de alternativa, más ni a novillero de tantas o cuantas orejas? Y algún rabo. ¿Noveles? ¿Novicios? ¿Luises? ¿Balillas?

Queréis entrar, tú y los tuyos, en la vida pública exterior, en la acción traspiratoria y respiratoria muy pronto, sin haberos cuajado, y os improvisáis. Queréis haceros los hombres, hombrear antes de edad de hombría, reprochando su escasez de ésta a vuestros mayores. Y esto pasa en cada partido y en cada secta.

Y en cuanto a eso de que os moteje de niños yo, que tanto he ensalzado la niñez y que me glorío de llevar la mía a flor de alma, como su piel, en cuanto a eso tengo que decirte que es que le doy en esos casos otro sentido —y en general opuesto— a la niñez motejada. Cuando a ti te motejo de niño quiero decirte que, como no te han dejado serlo de veras, es poco hacedero que lo llegues a ser. No tienes verdadero por vivir porque no te han dejado gozar el vivido. Y esto te lo dice quien sintió su niñez civil mecida por ecos de una guerra civil nacional. Guerra por la libertad política. Y por el liberalismo auténtico, vivido, tradicional.

Hazte de veras niño, y llegarás a serlo en el auténtico, tradicional y viviente sentido.

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