lunes, 3 de julio de 2017

Discurso de D. Miguel de Unamuno

El Sol (Madrid), 29 de marzo de 1932

MURCIA 28 (12 m.).―Al levantarse a hablar D. Miguel de Unamuno es acogido con una gran ovación.

Ciudadanos, ciudadanas, mujeres y hombres todos de Murcia y de España —comienza diciendo el Sr. Unamuno—: ¡Qué de recuerdos despiertan en les recovecos de mi memoria! ¡Qué de recuerdosse agolpan en mi espíritu al volverme a ver en una tierra como ésta! Yo me acuerdo de que no empecé tomándolas del todo en serio, que procuré dar a estas fiestas un carácter distinto al que tenían. Me parecía que estos Juegos florales, que habían venido de Cataluña y de Valencia, no eran lo que más falta hacía. Me parecía que lo que hacía falta eran cosas vitales y de trabajo. Quizá en eso me equivocaba un poco, porque es muy difícil delimitar lo que es juego y lo que es trabajo, lo que es flor y lo que es fruto; fruto del trabajo, flor del juego. No sé cuál debe ser el preferido. Flor, fruto, trabajo, juego, juego del trabajo, trabajo del fruto. La planta, para nosotros, muere en el fruto, que es lo que nos comemos; pero quizá para ella misma muera en la flor, que es lo último que da. Fruto del trabajo, flor del juego. Es la misma historia del huevo y la gallina. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Yo creo que ni una cosa ni otra, sino una tercera cosa, que fue antes que el huevo y que la gallina.

SE TRABAJA MÁS POR LA PASIÓN QUE POR LA ACCIÓN

En aquella época yo estaba cerca de esta ciudad, en Cartagena, hace ya de esto treinta años. Fue la segunda vez que yo actuaba en una fiesta como esta de hoy, en que vuelvo en esta primavera y a esta ciudad de primor que es Murcia, y voy de nuevo a ver las flores y los frutos, el juego y el trabajo.

Es muy cómodo hablar, como hablando de frutos, de acciones. Yo oigo hablar de ellas muchas veces. Unas veces es de Acción Republicana, y otras veces, de Acción Nacional.

Yo preferiría que en lugar de hablar de acciones me hablaran de pasiones. Trabajar, se trabaja más por la pasión que por la acción. Hay tierra y hay palabra, materia y espíritu. La palabra es espíritu. ¿En qué términos? En la concepción cristiana no es acción, sino misión. Su final es la contemplación, no la acción. En la Sagrada Escritura se dice: “En principio fue el Verbo.”

Verbo, que es palabra; por la palabra se hace todo. Acción, acto hecho en el principio. Lo mismo que en la flor, en el principio es muy difícil distinguir el hecho de la palabra, la acción de la pasión. Se habla como de hombres de acción de los que son hombres de palabra, porque ella es su acción. Los que hayan tenido la costumbre, rara en España, especialmente —tengo que decirlo— entre los católicos, de leer con alguna asiduidad el Evangelio, recordarán aquel pasaje en que el centurión de Cafarnáum dice a Cristo:

—Señor, mi mozo está en casa paralítico, atormentado.

—Yo iré y lo sanaré.

—Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techado. Di solamente la palabra y sanará. Yo también soy hombre de autoridad y digo: Vete, y se va. Ven, y viene. Mando a mis criados, y ellos realizan mis órdenes. En vos confío.

Y Cristo dijo:

—En mi vida he encontrado tanta fe.

Hombre de palabra, mandaba con su palabra. Los hombres de verdadera acción son hombres de palabra, Al mandar es ejecutor de la justicia. El otro, el ejecutante, que es una cosa material, ordinariamente verdugo. Por la palabra se hace la justicia.

LA MEJOR PARTE DE LA POLÍTICA ES LA LITERATURA

Vuelvo a donde venía. Vida y acción por la palabra, en la palabra, de la palabra. De la palabra política, política, acaso por oposición a la literatura. Yo no sé si es mejor la política o la literatura; pero sí sé que la mejor parte de la política es la literatura —buena literatura, claro está—. Poesía también es política, siempre que no sea la poesía de los poetas líricos, de esos poetas que dicen todas esas cosas curiosas en doble actividad, no tan doble como parece.

Recuerdo algo que voy a referir hoy y que no todos conoceréis. Cánovas del Castillo fue en sus comienzos literato, novelista, hasta poeta. Cuando era el que llamaban “el Monstruo”, una especie de amo de España, en 1883, escribió la biografía de un pariente suyo, D. Serafín Estébanez Calderón, “el Solitario”, del que decía que era “la única persona de este mundo a quien he pedido auxilio y protección” Como en aquel entonces el gran maldiciente D. Bartolomé José Gallardo tuviera un pleito con Cánovas de! Castillo, dijo que “era un escritor alto, que llevaba camino de ser otro él”, refiriéndose a “el Solitario”.

Cánovas, luego, comentando esto, decía: “No sabría yo hoy mismo cómo pagarle su pretendido agravio. Acaso si se hubiera cumplido, harto más satisfecho estaría yo de mí mismo.” Y él, que decía de Alfonso XIII “mi Rey, y digo mío porque yo lo he hecho”, declaraba con estas palabras que hubiera dado todo por ser otro Estébanez.

Esto hoy se revive. Y es verdad que hace falta quien gobierne. Gobernar, en el sentido recto, directo, dirigir una nave. La nave es el Estado, empleada en metáfora, naturalmente, y aunque alguna vez la metáfora sea muy amplia. Todos conoceréis la de aquel orador francés que decía: “La nave del Estado navega sobre un volcán.” Pero gobernar es dirigir el timón o gobernalle de una nave. Para que la nave se mueva hay que hinchar sus velas soplando con la palabra. Más que al timonel es al hombre de palabra, poeta o profeta de respiración, no de inspiración, al que corresponde el gobierno de la nave. Gobernar con palabras. Homero gobernaba con palabras. Con palabras gobernaba Dante, el más grande forjador de la unidad italiana, en un poema, en un tratado de teología, en otro de política, de política tan profunda como la de la Monarquía.

La labor de Víctor Hugo fue la que más contribuyó a derribar el segundo Imperio. Como las palabras de Carducci, el poeta civil de Italia —porque si no es civil no es poeta—. Es que con la palabra se hace y crea actualmente; ¡como que la palabra es la verdadera acción!

CREO EN LAS MURALLAS DE JERICÓ

Yo me acuerdo de que cuando en la frontera lanzaba voces, que eran voces ardientes, voces que a veces eran un apóstrofe a la mocedad española y otras eran en verso, un conocido político, también en la emigración, como yo, me decía:

—¿Cree usted que con esas voces conseguirá algo? ¿Cree usted en la leyenda de las murallas de Jericó?

Y yo le respondí:

—Creo como he creído en las murallas de Jericó, murallas que fueron derribadas con palabras. Como lo que tengo que derribar son bambalinas, basta con el soplo de la respiración.

Y así fue. Y las bambalinas se vinieron abajo. Yo creo que aquellas hojas con palabras encendidas y alentadoras que yo lanzaba entonces desde el otro lado de la frontera han sacado a ésta mi pobre patria entonces de su situación.

Tierra y lengua. Lengua en el más amplio sentido. ¡Cuántas veces hay que unir tierra y lengua, materia y espíritu! Yo, que vivo hace cuarenta años en tierras de Castilla, mirando la paramera, viendo la soldadura del cielo y de la tierra, he sentido el eco del Mío Cid, he sentido la unión del cielo y la tierra. La tierra, llena de cielo, y el cielo, henchido de tierra. Y he visto los atormentados personajes del Freso como hundidos en un barranco en que yo los veía al resplandor de un relámpago, que luego Jehová detuvo un momento para fijarlo en el tiempo. Y al lado del Carrión, el río de Alonso de Beruete y de Jorge Manrique, he oído sus cosas:

                                               Nuestras vidas son los ríos
                                               que van a parar al mar.

Por esas aguas van las sales de los huesos de los que allí descansan; van al mar, acaso camino de América, adonde fueron sus antepasados. Permitidme también que recuerde, ya que estamos en una fiesta de versos, otros versos, no míos, sino el soneto de García Tassara en el que dice que

                                               ... su primavera no volverá,
                                               su invierno es eterno,

¡No! El invierno no es eterno. Cuando se ha buscado, la primavera es la eterna. Durará lo que nuestra vida y después de nuestra muerte.

TODO Y NADA. SIEMPRE Y NUNCA. SÍ Y NO.

Los poetas del cielo soñaron frutos del trabajo, flor del juego en el más alto sentido de la vida. El Hacedor hizo la tierra jugando, y sigue jugando con nosotros. ¡Qué le vamos a hacer, si es cosa de juego! Carducci dijo: “Mejor es trabajando olvidar, sin indagarlo, este noble motivo del universo.” Pero no puede ser; cuando se trabaja, se indaga. Muchas veces nos lanzamos a acciones para acallar voces interiores, voces llamando al último fin, que no es otro que la contemplación, y entonces piensa uno en esas palabras que llegan a extrañarnos por terribles: “Todo y nada.” “Siempre y nunca.” Yo pienso también en estas dos palabras, que son, como aquellas, terribles y extrañas: “Sí y no.”

Ahora, dejadme que en esta devoción mía yo os diga que lo más hondo que puede hacer la tierra y la lengua, carne y espíritu, es hacer patria. Lo mismo que el arado penetra en las entrañas de la tierra, remozándola, para sacarle su fruto, así nosotros debemos también remozar nuestra lengua, la lengua madre, para tener también en ella una hija nuestra. Esto lo sabéis aquí, pueblo de huertanos trabajadores, con sed de agua y de otras comodidades. Después de todo, la flor es con nosotros. La tierra ha tenido que nacer, tierra hija y lengua hija y madre. Hija o madre, es igual.

UNA MUJER ES SIEMPRE MADRE, AUNQUE MUERA VIRGEN

Solía ser costumbre en estos actos dedicar unas palabras a las mujeres. No me gusta clamarlas, señores. Lo mejor que se puede llamar a un hombre es hombre. Pues a una mujer, mujer. Estas palabras eran una especie de flores por las que quedaban sujetas a un estado de inferioridad, y se dejaban las cosas serias para los hombres. Hoy, que ya se les ha concedido el voto, ya se les ha concedido todo. Están en las mismas condiciones que nosotros, tienen las mismas características.

¿Cómo voy a ignorar que lo que más puede distinguir a vosotras de nosotros es la maternidad? Toda mujer tiene algo de madre desde su nacimiento. Es siempre madre, aunque muera virgen. Sucede en todas partes, y acaso más que en ninguna en España, donde tan honda y entrañada está la maternidad, que hasta esas mozas sin familia, de esas pestañas largas, pestañas uñas de sus ojos, con las que a veces cogen un mosquito y lo devoran, tienen el sentido del pudor maternal. Lengua, madre o hija.

Lo mismo que los que trabajáis la tierra, deteneos los que trabajáis la lengua.

Yo, que muchas veces he pensado, he creído en los sentimientos de la mujer, creo que ha de ser un momento de una gran dulzura, cuando se llegue al fin de nuestra carrera, poder cerrar los ojos en el regazo de una hija que sea a la voz de nuestra madre y sonreír desde allí a la vida que pasa. ¡Que nos ayudéis, que seáis, verdaderas madres de la patria! Así lo espero. Creo que contribuiréis a hacer con nosotros esta España que nace. Creo en esta primavera en flor. Primavera mejor que cuando llega el fruto. Espiritualmente, la flor.

CUANTOS MÁS AÑOS CONTAMOS, MÁS JÓVENES SOMOS PARA EL PASO DE LOS SIGLOS.

Por eso, yo, que me burlaba de los Juegos Florales, a los que llamaba frutales o fructíferos, he venido aquí a decir que quizá no estaba en lo cierto. He vuelto a mi oficio de antaño, que viene de poético, de divagatorio y de político, haciendo a mi manera política, que la política requiere algo de profético. Yo no sé si las palabras que he leído de Cánovas me las tendréis alguna vez que aplicar a mí mismo. Creo que no. Creo que he logrado mis más íntimas apetencias. En esto se engaña también la gente. Hay quien cree de hombres que tienen apetencias de poder, y ellos lo que desean es ser maestros del bien decir. No está en mandar, en “su” mandar, por espíritu de palabra; que su palabra siga resonando después que su boca se cierre y su lengua se pegue al paladar. ¡Aunque cualquiera conoce los repliegues del corazón de un hombre público!

Yo espero volver otra vez a esta ciudad, que más que ciudad es una gran alquería, a la que el mayor encanto que le encuentro es que sus principales monumentos sean los montones de las verduras de su huerta; acaso venga a agitar otros sentimientos y pensamientos; pero por hoy tengo que volver al punto de partida, al fruto del trabajo, a la flor del juego. Vuelvo después de este silencio a la antigua vida. Los años no cuentan; cuentan los siglos de tradición que llevamos en el espíritu. Cuantos más años contamos, más jóvenes somos para el paso de los siglos. Ahora yo, más que nunca, veo y siento la niñez de España. No es la primavera, sino algo más pueril y primitivo. A vosotras, mujeres, que de estas cosas tenéis un sentido más íntimo, os pido que cojáis a España, a la República, que ahora está en su infancia, y hagáis de ella vuestra hija, para que luego, cuando la sintáis como madre, nos reciba también como hija, sobre cuyo seno podamos reclinar la cabeza, sonriendo a la vida que pasa.

Una clamorosa ovación acogió las palabras del Sr. Unamuno.

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