El Sol (Madrid), 4 de mayo de 1932
No más de cuatro palabras, señoras y señores, para dar a los congresistas, a la vez que unas palabras de bienvenida, otras de despedida al terminar sus trabajos. Unas palabras que tienen, naturalmente, que ser una improvisación.
Los españoles hemos sido siempre improvisadores, improvisando cosas que venimos pensando a veces años y siglos; pero cuando llega el momento, improvisamos. Y ahora bien: en este estado actual de nuestra Universidad, la Universidad española, en que estamos casi todos los profesores y los que no lo son, nos preocupamos en hacer Historia, no en escribirla ni en investigarla, sino en hacerla. Esto de investigar la Historia es también un modo de hacerla, y aquí en esta vieja Universidad, donde han podido venir de fuera a ver en esta ciudad un paisaje, y el paisaje es una cosa humana, y los que conozcan nuestro lenguaje conocerán también el paisaje de nuestro espíritu. Y aquí no estamos bajo la pesadumbre de los siglos, sino sobre ellos, que lo mismo que esta, tierra está a más de 800 metros sobre el nivel del mar, nos encontramos aquí a más de ocho siglos de la Historia. Yo soy, afortunada o desgraciadamente, un lego en Derecho, completamente un lego. No así en Historia, porque harto papel me tocó en la Historia actual de España, en la que estamos haciendo. Cuando se habla y oigo hablar de eso que llaman la concepción materialista de la Historia, que yo llamaría la concepción naturalista de la Historia, he pensado que si yo tuviera tiempo escribiría algo sobre la concepción histórica de la materia. Cuando se habla de esto, no he podido nunca comprender la naturaleza ni el sentido material fuera de la Historia, fuera del espíritu humano. Y cuando me he encontrado con esas gentes que se dedican a una cosa que se llama derecho natural —yo no sé qué es derecho natural—, les he dicho que no es más que la historia crítica de las opiniones o teorías sobre la historia del Derecho positivo. Y ahora yo quiero que lleven los que aquí han venido una idea de esa España que está rehaciéndose y rehaciendo su derecho, pero sobre la base del que ha vivido. Y a mí me cabe alguna parte, pobre de mí, en este renacimiento. He intervenido como legislador en fraguar una Constitución nueva, y algunas veces también he intervenido como autor de hojas volanderas en los comentarios históricos sobre esa Constitución, y creo que cuando lleguen días futuros, los que la hemos hecho nos quedaremos por bajo de los que hicieron las antiguas, muchos de los cuales salieron de aquí mismo.
Uno de los presidentes de las Cortes de Cádiz fue rector de esta Universidad. Y ahora yo, aquí, no voy a hacer referencia a la enseñanza del Derecho en la Universidad, ni he de repetir, como ya se ha dicho, que las preocupaciones de los estudiantes son de un orden práctico; pero no creo en nada más práctico que la Historia. Dejo a un lado, naturalmente, ciertas cosas de los estudiantes, que son, por ejemplo, una especie de Sindicato de Estudiantes, preparados para el atraco del aprobado. Dejo aparte esto, pues es indudable que no se puede enseñar esa Historia del Derecho como una cosa pasada. La Historia es una cosa de cada momento, es un valor de eternidad, no de temporalidad. Cuántas veces me han dicho: “¿Usted cree que existió Cristo?” La cuestión no es si existió, sino si existe. La cuestión, por ejemplo, en una institución o corporación, no es si existió, sino si existe o vive, cuando cada vez la estamos interpretando y dando una nueva forma. Dispensadme que un lego en Derecho, al que ha tocado el grave problema de ser legislador de la nueva España, olvide estas cosas. La preocupación de la Historia ha sido mi mayor preocupación. El hombre no vive más que en la Historia y por la Historia. Acaso la Historia no es más que el pensamiento de Dios en la tierra de los hombres. Y ahora, sean bienvenidos y vayan con Dios, y lleven de esta España nuestra idea que nos permita seguir trabajando por el bien de toda la civilidad, de toda la justicia y de toda la libertad.
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