El Día Gráfico (Barcelona), 13 de octubre de 1932
¡La fiesta de la Raza! ¿Pero qué es eso de la raza? ¿La de los llamados racistas o nacionalistas ciento por ciento? O es el concepto que pertenece a eso que se suele llamar antropología y no es sino zoología más o menos humana? ¿Qué es eso de la raza ―raza latina, raza ibérica, etc.― que tan palabreramente se encarece y pondera? Empecemos, pues, por la palabra misma: raza.
La palabra raza ―ya lo hemos dicho otras veces y habrá que repetirlo otras más― es una palabra que del romance castellano pasó a otros idiomas. La palabra raza es melliza de raya, como bazo lo es de bayo y otros casos así, y deriva del latín radia. Raza es raya o línea. y así se habla en Castilla de una raza de sol, y se le llama raza a la hebra de un tejido. Y se aplicó luego a la línea, no en espacio sino en tiempo, a lo que se llamó también linaje, que de línea deriva. Raza, linaje, casta es lo mismo. Y por otra parte tenemos abolengo, que viene de abuelo. “Viene ―decimos de uno― en línea directa de...” tal o cual antepasado. Podríamos decir “en raza directa”. Aunque esto de lo directo… ¿Es que uno procede de aquel tatarabuelo cuyo apellido lleva más que de los otros quince, pues que fueron dieciséis?
Pero este sentido corporal, zoológico, de la raza, no es el que en la historia humana, en la verdadera historia, tiene valor y validez y valía. La raza es aquí algo espiritual, y el espíritu es, ante todo y sobre todo palabra. La línea, la raza que une y aúna en la historia a las generaciones, la que hace la continuidad y la comunidad de ellas, es el lenguaje en su sentido más íntimo. Que aunque cambie es continuo y es el mismo. Aunque una palabra que hoy usemos no quiera decir lo mismo que decía en el Quijote o en el Poema del Cid, es la misma, como el río es el mismo, aunque las aguas cambien. La raza espiritual, histórica, humanamente nos la da el habla, el lenguaje. Es lo que nos une, lo que nos hace comunidad, lo que nos da comunión en el espacio y en el tiempo. Lo que nos hace de la misma raza, del mismo linaje, de la misma línea, de la misma comunidad de los que con Colón exclamaron: “¡tierra!” a la vista de América recién nacida a la historia, es nuestro lenguaje.
Una vez en París le oímos a un negro haitiano, tan negro como el betún, a un compatriota de aquel heroico Toussaint-Louverture, decir: “nosotros los latinos...” y otro latino, este blanco y español, me dio con el codo, y yo le dije: “¿por qué? ¿Es que no piensa ―y por lo tanto siente― de nacimiento, de nación, en francés, que es una lengua latina? ¿Es que el espíritu no está tejido con palabras? Ese negro es mucho más latino que un hijo corporal de latinos que no piense sino en sueco, o en ruso, o en árabe...” Porque así es. Y si uno de esos excelentes poetas negros de los Estados Unidos de la América del Norte se pretendiera no ya americano sino anglo-sajón o inglés, tendría razón pues que al englishspeaking folk, al pueblo de habla inglesa, pertenece. Como a la razón de lengua española, a la raza latina española, castellana, pertenece Nicolás Guillén, el gran poeta cubano de hoy. Que cultiva el especial dialecto castellano negro de los negros de Cuba. ¿O es que no era latino hispánico, español, aquel indio mejicano ―acaso de pura sangre corporal indiana― que fue Benito Juárez, uno de los padres de la República de Méjico? ¿Y no fue latino y español, hondamente español, aquel José Rizal que en castellano despidió, antes de sufrir muerte de martirio, a su Filipinas, y no en tagalo? Y acaso tampoco tuvo gota de sangre corporal europea, aunque sí china.
La fiesta, pues, de la raza debería ser una fiesta de la lengua. Y así como en el sentido corporal, material, físico, no todos los hombres nacidos contribuyen a la continuidad de su especie, pues muchos se mueren sin dejar descendencia ―y si la deja suele ser, muchas veces, peor― así en sentido espiritual, psíquico, muchos, acaso los más, no dejan rastro ni reguero, pues ni enriquecen, ni conservan, ni fijan el lenguaje común. Y hay quienes no trasmitiendo su sangre corporal, la trasmiten deparada y enriquecida. Y esta trasmisión es la tradición, tradición en progreso. Y tradición que corresponde a la apetencia de la conciencia común que pide perpetuidad, que pide perpetuación. Y es a la vez el modo como un pueblo, una nación, se conserva y se perpetúa. ¿Qué nos importa que una parte de nuestra comunidad espiritual, de nuestra raza espiritual, se separe políticamente de nosotros si sigue pensando ―y por lo tanto sintiendo, lo repito― con nuestra misma sangre espiritual, con nuestro mismo lenguaje? Y por otra parte se puede hablar de una raza norteamericana, pues los nativos todos de los Estados Unidos ―que es una verdadera Federación, esto es, una verdadera Unión, una unidad―, sea cual fuere el origen de su sangre material, piensan y siente en inglés. Y no se puede hablar de una raza suiza ni de una raza belga.
¿Fiesta de la Raza? En Italia, antes de su unificación, en 1861, siendo en Turín ministro de Instrucción Pública del Reino del Piamonte y la Cerdeña aquel excelso espíritu que fue Francesco de Sanchis, inició la que luego fue la Sociedad Dante Alighieri para difundir la lengua, o sea la cultura, italiana en América, en Túnez, en Alejandría, en Egipto, en Trento, en Córcega, en Malta, en el Tesino y… en la Italia misma. Y en el mismo Piamonte dialectal. Celebró su primer Congreso en Roma en 1890, y fueron presidentes de ella Ruggiero Bonghi, Ernesto Nathan, Pasquale Villari…
Si aquí se formara una Sociedad Cervantes ―o Quevedo― no tendría más que hacer fuera de las tierras de romance castellano, que en estas mismas. Porque conciencia de raza es conciencia de lengua y lo más de los que piensen y sienten hoy en castellano, dentro y fuera de España, lo hacen inconscientemente. Les falta la conciencia, la reflexión, y con ella la religiosidad de la lengua, de la raza. Porque hay una religiosidad lingüística. Y esta religiosidad es el hecho integral de la gran raza hispánica de Ambos Mundos.
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