Ahora (Madrid), 10 de abril de 1936
Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno,
como de Dios, al fin, obra maestra.
Miguel de los Santos Álvarez.
Estos versos, que puso Espronceda al frente de su Diablo Mundo, le dirán a usted, mi anónimo reprensor, que acaso —o mejor, al caso— tenga usted razón. Y sólo razón, no más. Quién sabe... ¿A qué este andar con pesimismo a vueltas? ¿A qué verlo todo en negro, en lóbrego y en lúgubre? Los ciegos no ven el campo en negro, como tampoco lo ve usted así con la espalda. Por lo que me dice que no se debe ser pesimista. Y luego, que no hay derecho a serlo. ¿En qué quedamos, en deber o en derecho? Pero, ¡adelante!
Después de esos versos del amigo de Espronceda, con la cuádruple bondad de esta obra maestra de Dios, que es el mundo que habitamos, añadía el Álvarez aquel: “¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!” Vamos, pues, a cantar, pero canto de gallina, o sea palinodia, ya que me dice que usted está arrepentido de un su anterior pesimismo. ¿Cuál la causa? Y que se propone usted acabar su vida, si no reventando de risa, por lo menos con una chanza. Tal vez como un paisano mío muy “chirene”, que al ir a dar su última boqueada se volvió a la pared diciendo: “¡Colorín colorao, este cuento se ha acabao!” ¿A qué tomarlo más en serio? O aquel otro, hombre correcto, que al presentir, en su agonía, el inminente último momento de vida hizo que le afeitasen cuidadosamente y le arreglasen el pelo. No confiaba en que se lo habrían de hacer en cadáver. Y quería tomar el mundo en serio.
“¿Lo toma en serio su autor?”, me pregunta usted. ¡Verá! En mi vieja comedia nueva El Hermano Juan o el mundo es teatro le hago decir a esa reencarnación del Tenorio, hablando de la risa divina, la de Dios: “Sus truenos, los del final del Don Álvaro, me suenan a pavorosas carcajadas...” Y ello es de tradición homérica, pues el Zeus (Júpiter) de Homero hace retemblar el cielo con su risa. Y si me dice que esto es concepción pagana, le diré que en la Biblia se dice que Jehová se ríe de sus enemigos, aunque Clarín le hubiese reprochado esa ocurrencia a don Alejandro Pidal y Mon como si hubiese sido de éste. Sí. Dios se ríe y es humorista, como ha elucidado el famoso deán anglicano, que fue de San Pablo, de Londres, Inge.
¡Y si sólo fuese reírse y tomarlo a broma...! Hay un tremendo pasaje en uno de los dramas de Shakespeare en que éste le hace decir a una de sus criaturas que los dioses —y este plural es un eufemismo— se divierten con nosotros torturándonos como los niños —por lo general, inconcientemente crueles— con bichos, gusanos e insectos. Y le invito a que lea la estupenda novela norteamericana Moby Dick, de Herman Melville, en que la ballena blanca es el símbolo de una terrible divinidad malévola que se complace en atormentar a los hombres. Recuerdo que en mi niñez tuve un amiguito que se divertía en ponerle a un limaco una cerilla encendida encima y ver cómo se arrastraba chamuscado y dejando baba. Y ahora, en mi vejez, veo en tomo mío retrasados mentales que se divierten con algo parecido, y no precisamente con limacos. ¿O es que no cree usted, mi anónimo reprensor, que muchas de las atrocidades que presenciamos no son sino divertimientos? Como eran antaño los autos de fe. Las más de las quemas... sociales son desahogos, diversiones. Y a propósito de desahogo, le voy a contar a usted de un desahogado social que siempre está haciendo alarde de servir a otros —de altruismo—, de servir al común, a la comunidad —de comunismo—, y, en efecto, come, digiere su comida merced a su mucha bilis de resentido y luego va al común a descargarse en él, en el pueblo, de su servicio. ¿Encono? Alguien dirá que resentimiento artístico. Se trata de un literato fracasado, torvo, enconado, cobarde. Cuando habla —pedantescamente— del genio de la especie no se sabe si es del que empuja a la propagación de ella, a la prole, o del que empuja al suicidio colectivo y a la guerra y la revolución. Y éstos son los que llevan a los pobres retrasados mentales, que, con la sesera en puño, se divierten con diversiones fúnebres.
Ahora que hay quien se queja de todo eso. ¡Ganas de quejarse! ¡Manía pesimista! Perversiones humanas, artificiales, no sentimientos animales, naturales. Porque ¿quién nos dice que el insecto torturado o el limaco chamuscado sufre con ello? Yo escribí una vez que habría que comparar —y esto es un absurdo— el dolor de la oveja devorada con el placer del lobo que la devora. Pero ¿quién nos dice que el pobre lobo no sufre con tener que devorar a la oveja y que la oveja no goza con sentirse devorada por el lobo ? Aunque entre los animales no haya ni sadismo ni masoquismo. ¿O no se exalta alguna vez el dolor en goce? ¿No hay hombres y pueblos que se recrean en su propia agonía? Nada, pues, de pesimismo.
El más grande lírico portugués del siglo XIX —ni creo le hubo mayor en España—, João de Deus, tiene una fábula, Cabra, carnero y cochino cebón, en que la cabra y el carnero se extrañan de que el cochino berree en el carro en que les llevan a los tres al mercado, como si fuera mejor ir a pata, y se lo reprochan. Y el cochino cebón responde que a él no le llevan a ordeño ni a esquileo. Y por eso grita: “Aqui d'el-rei! Aqui d'el-rei!” Y añade el fabulista: “¡Hablaba como un hombre! Mucha gente no discurre con tanta discreción. Infelizmente cuando el mal es fatal, el plañido ¿qué vale?, ¿qué vale la prevención? Antes ser insensato que prudente; un insensato, al menos, menos siente; no ve un palmo ante su nariz; ve el presente; está contento; ¡es más feliz!” Y puede ser optimista, agrego yo ahora aquí.
Así, pues, cantemos la gallina, la palinodia; ¡cantemos en nuestra Patria, criaturas! Ni hagamos una divina tragedia de lo que no es ni divina comedia. Volveremos, como el Dante, saliendo de este infierno, a rever las estrellas. Y entre ellas, la revolución... de los astros. Y quién sabe si a reventar de risa mientras truena la carcajada del Señor. Nadie podrá decir que no estamos viviendo unos tiempos interesantes y divertidos. A pesar de los berridos de los cebones. Hagámonos, pues, optimistas. Y colorín colorao...