Ahora (Madrid), 11 de marzo de 1936
Lo que a muchos se les antoja no ser más que juegos de palabras suelen ser más bien juegos de ideas. Y el juego de ideas es idear, es pensar. Con palabras se piensa. En rigor la llamada filosofía se reduce, las más de las veces, a filología. Tenía razón el Mago del Norte, Hamann, cuando en su Metacrítica se lo recordaba a Kant. Y entre nosotros, en nuestra España, los dos acaso mayores jugadores de palabras, Quevedo y Gracián, ¿no fueron los dos acaso mayores jugadores de conceptos, conceptistas, y los más amargos y penetrantes? Uno y otro, al meter el bisturí de su ingenio en las entrañas de nuestra lengua, lo metieron en las entrañas del alma española.
Ahora voy aquí a disertar brevemente acerca de unos términos técnicos —científicos— que hemos tomado de la lengua griega; acerca de unos compuestos que se han hecho de uso corriente. Se trata de las parejas de -grafía y -logia. A las que se puede añadir un terno, y es el de -cracía. Vayamos por ejemplos.
Todo bachiller que se crea algo instruido se figura saber la diferencia que va de biografía a biología y de geografía a geología, de cosmografía a cosmología y que la -logia es algo más elevado, más fundamental, más filosófico que la -grafía. Que las -grafías —biografía, geografía, cosmografía, etc.—, son algo descriptivo, clasificativo, histórico, mientras que las -logias —biologías, geología, cosmología...— son algo explicativo y filosófico. Y, sin embargo...
Sin embargo, la historia es más fundamental, más explicativa, que la filosofía. El que sepa contar —como se cuenta un cuento, una historia— cómo se desarrolla un embrión —¡cómo!—; el que sepa hacer embriología. Y en cuanto a la biografía, a narrar el desarrollo de la vida espiritual de un hombre concreto, de carne, hueso y sangre, de un individuo; el que eso sepa, sabe más biología que el que nos entretiene con elucubraciones respecto a lo que es la vida en sí. La vida en sí, que no es nada fuera de la vida en un viviente individual y concreto. Y al que os diga que la geología es algo más científico que la geografía, decidle que ésta, la geografía —sobre todo la llamada geografía humana—, es lo profundamente filosófico. Y a la vez filológico. Y ahí tenemos la sociología; esta disciplina —y tan disciplina para manos disciplinantes—, ¿no estaría mejor basada en sociografía? Que es lo que llamamos demografía, como a aquélla se la llamaría mejor llamándola demología.
Y he aquí que al llegar a esto de demografía y demología (sociología) se nos atraviesa otro término obsesionante, cual es la democracia. Demografía, descripción del pueblo; demología, explicación del pueblo; democracia, dominio o poder del pueblo. Y se nos viene otra pareja análoga, cual es la de teología y teocracia. Fue la teocracia, o sea el poder o gobierno de Dios, o, mejor, de sus supuestos representantes o ministros del sacerdocio, lo que fraguó, como doctrina en que sustentarse, la teología o ciencia de lo divino, ¿o fue esta ciencia, esta disciplina —¡y tan disciplina!— lo que dio origen a la teocracia? ¿Salió la práctica de la teoría o salió la teoría de la práctica? Y nótese que junto a la teocracia y teología nos falta otro término, cual es el de teografía. Teografía, conocimiento de la historia de la creencia en la divinidad. O sea, historia del origen y desarrollo de la creencia en Dios entre los hombres. Mas dejando esto —que es harto espinoso— por ahora y aquí, ¿es que la democracia ha llegado a formar una demología, una doctrina del pueblo? ¿Es que siquiera los demócratas tienen del Pueblo —escribámoslo con mayúscula— una noción más clara y más precisa que la que de Dios tienen los teócratas? ¿Es que la expresión “soberanía popular” nos es más definida —y definitiva— que la expresión “derecho divino” de las autoridades? (No sólo de los reyes, pues dice el apóstol que toda autoridad viene de Dios.) La demografía —en que culminó Malthus— nos ha dado la base más firme de la demología (sociología), y ésta es la de la democracia.
Y viniendo al segundo elemento de estas tres especies de compuestos tenemos “cracía”, que es poder; “grafía”, que es propiamente descripción, de describir (en griego, grafein) y “logía”, expresión de “legein”, expresar, decir, hablar. La “cracía” dice a la mano o al manejo, a la acción; la “grafía” dice a la escritura, a la visión, o sea a la idea —idea es visión—, y la “logía” dice a la voz, a la palabra. Y así la democracia nos enseña el manejo del pueblo —casi siempre inmanejable—, la demografía nos da una visión del pueblo —mediante las casi siempre engañosas estadísticas—, y la que llamo aquí demología, la expresión de nuestro sentimiento del pueblo mismo. Aunque en rigor este sentimiento no se logra si no con el conocimiento de su historia. ¿O es que alguien puede creer que esa quisicosa que llaman derecho político es algo que se sostiene como no sea en la historia del pueblo? Y no digo historia política, porque toda historia humana lo es. Eso de hablar de historia de la civilización es una redundancia.
Claro está que con estas ligeras apuntaciones sobre las “grafías”, las “logías” (acentúese en la i, no vaya a tomárseles por logias masónicas) y las “cracias”, no he querido sino sugerir al lector la riqueza de matices que se adquiere tratando lingüísticamente ciertos conceptos. Y respecto a las “cracias” tengo que añadir que, acentuando a la griega y no a la latina, se diria “cracía”, con el acento en la í. Pues así como en griego era y es teología y no “theológia” (acento en la segunda o), como en latín, así decían y siguen diciendo “democratía”, “teocratía”, “aristocratía”, como dicen “demagogía” —al igual que pedagogía— y no demagogia. En el griego actual, en el romaico “democratía” equivale a república. Así como dicen telégrama, esdrújulo, que es como lo vengo diciendo y escribiendo desde niño, y sin responder de correcciones del tipógrafo. Ni en este ni en otros casos. Lo mismo ocurre con kilógramo -—que estaría mejor “quilógramo”, sin esa intrusa k—, esdrújulo en griego, que esdrújulo aprendí a decirlo y escribirlo y así continúo. Sin hacer caso de esas pedantescas innovaciones que introdujo un cierto académico, ex-jesuita, amigo y tocayo mío que fue, que se empeñó en acentuar a la latina, y no a la griega, palabras de origen griego. Y menos mal que no logró meternos la hache de “harmonía” Y basta de ortografía y de prosodia (en griego hoy “prosodía”, que, según algunos tratadistas, forma parte de la ortología. Ganas de complicar.
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