Ahora (Madrid), 20 de marzo de 1936
Acabamos de leer la Carta Pastoral que el obispo de esta diócesis de Salamanca, Dr. D. Enrique Pla y Daniel, ha dirigido a sus diocesanos. Se titula Sentíos miembros vivos de la Iglesia y trata de la cooperación económica a las necesidades del Culto y Clero. Es un escrito de una serenidad y corrección, sin ningún exceso polémico, verdaderamente pastoral.
Parte del quinto de los llamados mandamientos de la Santa Madre Iglesia, el de “pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios”. De cómo al suprimirse estos diezmos y primicias por decreto de 29 de julio de 1837 se sustituyeron éstos por el presupuesto de Culto y Clero, obligándose la Nación, en virtud del artículo 11 de la Constitución de 1837, a “mantener el culto y los ministros de la religión católica que profesan los españoles”. Hace notar cómo el verdadero ideal económico de la Iglesia no ha sido nunca “el depender del Presupuesto del Estado”. Cita un Catecismo que decía: “El quinto pagar diezmos y primicias o lo que a esto haya sido debidamente subrogado”. Y viene esta queja: “¿Puede, por tanto, sin ruindad de ánimo y raquitismo de corazón tomarse pie de los haberes pasivos (los concedidos en 1934 a los sacerdotes que en 1931 percibían dotación del Estado) para disminuir la suscripción en las diócesis donde no se había cubierto el antiguo Presupuesto de Culto y Clero?” Y esta queja transcurre a través de la Pastoral toda. Véase esto: “Por nuestra parte, ante los inconvenientes que en la práctica han surgido en las pocas parroquias de nuestra diócesis donde como sanción a los no suscriptores Pro Culto y Clero se les exigían derechos de Arancel doblados o más subidos, con esta misma fecha abolimos esta práctica”. Y esta observación: “Mirad; la supresión del Presupuesto del Culto y Clero ha venido en España después de haberse registrado ya en nuestras dos naciones vecinas y hermanas: Francia y Portugal, y en varias diócesis de estas naciones los fieles han suministrado a la Iglesia más de lo que le suministraba el antiguo Presupuesto del Estado y han podido construir nuevos y espléndidos Seminarios”. Lo que quiere decir que aquí, en España, no empieza a suceder lo mismo. ¿La causa?
Dice el señor obispo: “El desencadenamiento del laicismo y la persecución religiosa en España la ha permitido Dios Nuestro Señor para que despertasen tantos católicos durmientes para quienes en el orden práctico ser católico no era profesar y cumplir una ley de vida, sino poco más que haber sido bautizado en la infancia”. Y aquí creo poder hacer al señor obispo de esta diócesis una observación que no hace mucho le hice al señor obispo de Oviedo a propósito de una Circular sobre la manera de atraer al pueblo obrero a la Iglesia de que se ha apartado. Y es que ese pueblo no profesa ya la fe católica. Ni nuestro pueblo, ni el urbano, ni el campesino, la profesa desde hace mucho. Para él ser cristiano era estar registrado en la fe de bautismo, casarse por la Iglesia y enterrarse según su rito. Mas el registro civil, el matrimonio civil y el entierro civil como actos dentro de la comunidad civil han venido a demostrar que una gran parte, acaso la mayoría, de nuestro pueblo, de lo que se llama pueblo, de las clases populares, no es ya católica. Por lo que ha podido decirse que España ha dejado de ser católica. Y no ahora, después de la República, sino mucho antes. Y de aquí el que sea ahora difícil, dificilísimo, a la Iglesia Católica obtener los diezmos y primicias que fueron sustituidos por el presupuesto de Culto y Clero en 1837, en plena guerra civil entre liberales y carlistas.
Las clases populares, descatolizadas y hasta descristianizadas, no acuden a sostener un culto y un clero que no responden a sus actuales sentimientos religiosos, de los que los tengan. La religión popular, esto es, laica, se desentiende de ese culto y de ese clero. ¿Pero y las clases pudientes?, se dirá. ¿La aristocracia y la burguesía católicas? ¿Todas esas congregaciones y juntas de damas y de caballeros? ¿Todos esos de la llamada Acción Católica?
Es que a esos de la Acción Católica no les mueven, en general, sentimientos religiosos, sino resentimientos políticos. Es que para ellos la religión no es algo para consolar al pueblo y darle una esperanza trascendente, sino lo que llaman un freno para contener a las masas, un medio de conservar el orden de sus negocios. La Acción Católica se ha convertido en la Acción Popular, en la que la religión —o la religiosidad— apenas si juega para nada. El obispo de Oviedo creía poder atraer a los obreros que no creen en el credo católico con programas económicos-sociales y el obispo de Salamanca se lamenta de que el pueblo supuesto católico no acude lo bastante a sostener su culto y su clero. Y en tanto loa católicos pudientes y poderosos gastan —y malgastan— mucho más en la Acción Popular política que en la Acción Católica religiosa. Gastan más en subvencionar una campaña electoral desenfrenada y desaforada —“¡No pasarán!” “¡A por los trescientos!” “Estos son mis poderes”, y demás despropósitos —que en reedificar iglesias quemadas y tratar de convertir a los infieles. Religiosa y no políticamente. Y es que en el fondo, a esos pudientes y poderosos tampoco les animan fe ni esperanza ni caridad religiosas. Su Iglesia, como su Reino, no son sino de este mundo.
Ved lo de la catequesis o instrucción religiosa. Desde que se suprimió esta enseñanza en las escuelas nacionales el clero apenas se da maña para sustituirla debidamente. Dije una vez a una alta autoridad eclesiástica que aquella supresión sería beneficiosa para la Iglesia, pues obligaría a su clero a enseñar el catecismo —y para ello aprenderlo mejor, que buena falta le hace—; pero parece que me equivoqué. Acaso porque también para ese clero la enseñanza religiosa no es propiamente religiosa, sino política.
Los innatos sentimientos religiosos del pueblo, sus esperanzas trascendentes, van por otro camino que solían ir todavía en 1837. Otra religión, laica o sea popular, apunta en el pueblo. ¿Y en el fondo de ésta no alienta, acaso, el fondo de su antigua religión? ¿En el fondo de la fe religiosa del bolchevismo moscovita no alienta acaso la fe del pueblo ruso ortodoxo, que tan bien reflejó Dostoyevski?
Creo inútil advertir al lector que no sea un energúmeno de uno o de otro extremo que yo, por mi parte, en estas reflexiones de contemplación histórica dejo de lado mis propios sentimientos y concepciones religiosos y políticos, que harto los tengo expuestos frente a los que piden definiciones dogmáticas. ¡Es tan difícil hacerse entender en este manicomio suelto que es hoy España!
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