Ahora (Madrid), 20 de diciembre de 1935
Al sentir el ahogo del temporal político-religioso que venimos pasando suele refugiarse en espíritu este comentador que os habla, lectores, en las memorias de su ya lejana infancia, tal como en gran parte las guarda en sus Recuerdos de niñez y de mocedad y en su novela histórica Paz en la guerra. ¡Qué frescor le llega de ese pasado íntimo!
Eran los tiempos en que se encendió la última guerra civil cruenta —a tiros— entre carlistas y liberales, después de la caída de Isabel II y de la huida de Amadeo. En aquel ambiente, los niños acomodábamos a él nuestras pedreas deportivas. Había en Bilbao dos partidas principales: la de Sabas y la de Azcune. El que esto cuenta entró en el Instituto Vizcaíno el año mismo, 1874, en que había acabado el sitio y bombardeo de Bilbao. Allí conoció a Sabas, el jefe de partida. Pero las partidas no se llamaban de liberales y carlistas.
Consabido es que en esas peleas de chiquillos las partidas se dicen de ladrones y guardias civiles —“¡Yo quiero ahora ser ladrón, y si no, no juego!”, “¡Ahora te toca ser guardia civil!”— o tal vez de rusos y japoneses, como podían ser de tirios y troyanos, oñacinos y gamboínos en mi nativa tierra, o de cartagineses y romanos, como para la competencia escolar dividían los jesuitas a sus alumnos. Ahora esas partidas podrían llamarse de italianos y abisinios. Pero es que los peleadores de hoy no son ya niños de diez o doce años, sino de alguna más edad corporal y de mucha menos edad mental. Y en vez de piedras usan de porras y de pistolas.
En cuanto a la denominación, ¿qué más da? Recuerdo que entre mis compañeros de colegio —escuela era la municipal, la de balde— había uno preocupado con pelear contra los... madianitas. Hoy los madianitas para esos porreros y pistoleros se llaman marxistas, o judíos, o antiespañoles, o... krausistas. Y de otro lado, fajistas, falangistas, tradicionalistas, japistas y ¡qué sé yo!... ¿Contenido doctrinal? Ninguno. Siquiera los de mi tiempo no pretendían llenar con supuestas doctrinas políticas, religiosas o sociales el empuje deportivo que los llevaba a las pedreas infantiles. Pedreas sin pretextos.
Lo de ahora es algo que acongoja Tengo a la vista unos números de esas publicaciones que venden o reparten estos chiquillos de ahora, y... se le cae a uno el alma al leerlos. No hay doctrina alguna. Esas hojas rezuman y hasta chorrean memez. O mentecatez. No dicen nada. Recuerdan la filosofía de aquel botero de Segovia a quien pintó Zuloaga y de quien éste decía: “¡Qué filósofo! ¡No dice nada!” No que diga como cualquier nihilista que no hay nada, sino que no dice nada. Y así éstos. ¡Qué sentencias! Recuerdan lo que decía Juan Pablo Richter de los que pintan éter con éter en el éter. Llega uno a pensar acongojado si tendrán razón los que afirman que se está formando una generación que es degeneración, inapetente de saber, de una ignorancia enciclopédica invencible. Y algo que no decimos por ser no ya inefable, esto es, que no puede decirse, sino nefando, o sea que no debe decirse.
En uno de los números que tengo a la vista, uno de esos chicos dice que “no perecerá el mundo si esta juventud manda”, que los viejos “son casi todos tontos y cobardes”, que los jóvenes —ellos se entiende— sean “quizá demasiado apresurados y hasta vacíos de cascos”, pero que esto no importa, pues “todas tas grandes acciones las han hecho las juventudes y todas han sido locuras”. Después de esto se ve claro que esta Juventud de Falange Española, la del yugo, no ha de hacer locuras, sino tonterías o mentecatadas, que es muy otra cosa. Necedades futuristas.
La cosa es tristemente seria. En general, el pensamiento (pase el eufemismo) político y religioso hoy en España es de una vaciedad, de una ramplonería y de una superficialidad aplastantes. ¿Pero el de esta sedicente juventud? Hay una virilidad mental, y es cosa terrible cuando antes de llegar a ella, a la pubertad intelectual siquiera, se pretenden engendrar convicciones políticas, patrióticas o religiosas. ¡Cuánto mejor harían leer el Juanito o el Bertoldo!
¿Y aquello otro de los del tercer grado de la obediencia loyolesca, de los que piden todo el poder para el jefe, de quien dicen que no se equivoca? Una vez hablé aquí mismo de un Instituto cuyo fin es mantener, defender y propagar la tontería. Lo que puede ser hasta caritativo, ya que la tontería garantiza una cierta felicidad. Pero sólo defiende el engaño vital el desengañado, y la tontería el que no es tonto. Y el que se hace el tonto es que lo es. “Eso no me lo preguntéis a mí, que soy ignorante; doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder”, dice el catecismo jesuítico que me enseñaron para justificar la fe implícita o del carbonero. Pero ¿y si esos doctores resultaren ignorantes? Que éste es el caso. No, no; un rebaño de borregos no puede ir guiado por otro borrego, y menos por un corderillo retozón. Mejor por un lobo, aunque éste se cobre. ¿Está claro?
¡Ah como estas juventudes llegasen a domeñar y manejar a sus mayores! ¡Entonces, sí que...! Porque así se prepararía y entrenaría la mayor gangrena civil de la gobernación de un pueblo, que no es la inmoralidad, sino la imbecilidad. Mil veces peor el tonto, que no el ladrón. Y éste es el pecado original —y por ende, hereditario— de nuestra política. Asusta hoy la vacuidad mental de estas juventudes militantes. Hay la otra; la que calla, estudia, espera, o acaso desespera y se consume sin alharacas. Por muy “tontos y cobardes” que seamos los viejos de hoy en España, nada tenemos que aprender de esos mentecatos. Por mi parte, no creo en madianitas.
Hay quien sostiene que la llamada vulgarmente inmoralidad, la corrupción administrativa y gubernativa, es mera parvedad, cosilla de mal menor, comparada con el laicismo. Pero este comentador está convencido de que en la inevitable lucha por la cultura —no hay que decirlo en alemán—, la tontería del tercer grado de obediencia loyolesca, la del carbonero de la fe implícita, es raíz de la peor inmoralidad. La del suicidio mental.
Que se fajen los del fajo, que se unzan los del yugo, que se aporreen disciplinándose loa de la porra; pero, por Dios santo, que no estén aporreando la virilidad mental de la patria, que no estén entonteciendo —como lo están— a esta menguada generación, que no conoce ya las puras y frescas y verdaderamente infantiles pedreas de aquellos tiempos, en que la santa guerra civil de liberales y carlistas le echó los cimientos de su conciencia civil al que esto, con el ánimo amargado, os dice, lectores. ¿O es que quieren llevar a España a que se suicide en alguna inédita Etiopía?
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