Ahora (Madrid), 1 de abril de 1933
¡Cómo pesa!;Cómo pesa el tiempo según pasa, pisoteándonos a tierra! ¡Tiempo de bochorno espiritual, sobre todo en la calle! En la calle, sin verdura ni rocío. ¡Temperatura de temporal! ¡Temple de tempestad! ¡Temporal!, ¡tempestad! es lo que da el tiempo que pasa pisoteándonos. Lo eterno da calma. Pobre Nietzsche, el de la vuelta eterna, que no logró calma. Y menos mal que murió sin saber que se moría, libre de la razón.
Y esos niños que juegan en la calle al pelotón mientras el tiempo nos pesa, ¿se percatan de nuestras pesadumbres? ¿Se les quedan nuestras miradas en el alma? ¡Mejor que no! Porque siente uno aquí, en la calle, algo así como la sensación de una telaraña invisible e intangible, formada de un tejido de miradas de odio, de envidia, de desdén, de desprecio. Y también de lujuria. Y a lo peor le mira a uno uno de esos niños como quien recuerda haber visto su retrato en los papeles públicos. ¡Pobres niños! ¡Pobres moscas de esa fatídica telaraña espiritual!
¿Organizar las impresiones callejeras? ¡Imposible! No se eslabonan; se apelotonan las ideas —impresiones— y se apeguñan y se destrozan. No hay reposo ni sosiego para ordenarlas según se atropellan. Hay que verter el fichero de los apuntes. Y, además, ¿organizar ideas? ¿Para qué? Acaso las políticas —si es que son ideas—, para la propaganda. ¡Hacer declaraciones! ¡Dar programas! Pero las verdaderas ideas se asientan y se organizan como el grano en mano de los medidores: a golpecitos. O a golpes. A golpes secos se asientan y cuajan en sistema —o programa— las ideas. Y se quedan muertas.
¿Objetividad? ¿Qué es eso? Un tópico parlamentarlo, o sea, vacuidad. ¡Objetividad! Ni una cámara oscura de fotógrafo, y eso que no tiene alma. Para dar impresiones objetivas hay que tener alma de cántaro o de cañón: vacía. Espíritu objetivo es el de un anti-profeta. Profeta no es adivino, no es vaticinador, no es “calendariero” —esto es: el que hace en los almanaques el juicio del año venidero, de su tempero—, no es el que dice lo que pasará mañana o pasado mañana, o el año o el siglo que vendrá, sino el que declara lo que está pasando hoy por dentro —mejor, lo que está quedando— y lo que pasó —o mejor, quedó— ayer; todo lo que los demás, si lo saben, se lo callan. Y los profetas del pasado suelen ser los más profetas. ¿Y por qué los demás se callan lo que ellos proclaman o profetizan? De ordinario, por no pasar por pesimistas. Pero... el peor pesimista, el pésimo, es el que de nada ni de nadie habla mal porque de todos y de todo piensa mal.
Al fin esos niños del pelotón son verdaderos niños, aunque vayan, ¡lástima!, para mozalbetes. Pero, ¿y esas juventudes? Juventud del partido H, N o X... (Aquí una etiqueta programática cualquiera.) ¿Juventud? ¿Mocerío? ¿Pero de dónde sacarán tantos mozos de partido que vayan para hombres públicos? Si es que la indisciplina —divino tesoro de la Juventud— no se lo estorba. “Oy, Dios, qué cosas!” —murmura una viejecita al cruzarse con una de esas manifestaciones de mozalbetes que van matraqueando un grito cualquiera callejero, ¡qué más da cuál! Y no hay cosa ninguna; no son más que voces, sones de asonada. Ni de motín siquiera —menos de revolución—, si no de asonada.
Y luego... las últimas noticias del día: de Inglaterra, de los Estados Unidos, de Francia, de Alemania, de Austria, de Italia... Y el fajo... y el anti-fajo. La que está fajada es nuestra alma comunal. ¿Y el cáncer? “Pero usted no fuma ni bebe...” Pero vivo. Y, sobre todo, quería referirme al otro cáncer, al cáncer espiritual, a esa verruga, o taladro ideal, que crece hacia dentro y nos desgarra el alma.
En esto: “¡Por Dios, caballero, que no tengo pan para mis hijos!” ¿Y por qué se me viene a las mientes al oírlo eso de que en italiano y en griego actual se le llame al mazapán “pan de España”? ¡Se le amargó la almendra! La facha del pordiosero era congojosa. “Si sigue así —pensé— pronto producirá una vacante... ¿Pero vacante de qué? De pordiosero, de menesteroso, de parado..., ¡claro! Y no faltará quien la consuma o la ocupe. ¡Consumir una vacante!”
¿Y aquello del artículo 46 de la Constitución de esta República de “trabajadores de todas clases”? ¿Aquello de que “la República asegurará a todo trabajador las condiciones necesarias de una existencia digna”? ¿Qué es “una existencia digna”? Otro truco o tópico constitucional. “Trabajadores de todas clases”..., “la guerra como instrumento de política nacional”..., “existencia digna”... Sí, como lo del “salario justo” de la tan asendereada Encíclica de León XIII, o “la Universidad es un centro de alta cultura”, o..., o..., o… Todo ello bueno para “bourrer le crâne”, que dirían en Francia, y aquí, “tupir la mollera”; o para “épater le bourgeois”; en nuestro caso, dejar turulato al obrero “con-s-ciente”. (Ojo, señor regente; aquí hace falta la s esa porque se trata de “consciencia” —con s—, que es más solemne que la vulgar conciencia.)
Y ahora, ¿por qué se me viene a las mientes la imagen de un rebaño —no manada— de lobos frente a una oveja que los contiene? Pero, ¡ay!, los mastines... Los mastines rabiosos son para con las ovejas peores que los lobos hambrientos. Y suele suceder que los rabadanes, en un ataque de irresponsabilidad, azuzan a los mastines contra las ovejas para acarrarlas y acorralarlas, en defensa del rebaño.
Mas... ¡basta!, ¡basta! Esto de cerner sueños por la calle en medio de torbellinos de temporal del espíritu... ¿Espíritu? A soñar a casa, a la cama...
¡Otra vez en саsа! “Abuelito, ¿por qué no cae el cielo a la calle?” Y recordé lo que escribí antaño: “Después que lento el sol tomó ya tierra / y sube al cielo el páramo...” El campo, al ponerse el sol, sube al cielo; ¿pero la calle? ¡A la cama, pues, a dormir sin soñar! ¡No sea que en el sueño se me abran las puertas de las tinieblas soterrañas —“portae inferim”— y me atrapen el alma y me la arrastren por la atarjea de la calle!... ¡A dormir! Mañana será el mismo día...