ABC (Madrid), 30 de noviembre de 1932
En el Ateneo de Madrid dio el lunes por la tarde una conferencia D. Miguel de Unamuno. Versó el tema de su discurso sobre “El pensamiento político de la España de hoy”. El salón y las tribunas aparecían repletos de público.
El Sr. Unamuno comenzó diciendo: “Vengo como quien va a un sacrificio, con el ánimo bastante deprimido. He dicho ―agregó― que me dolía España, y hoy me sigue doliendo, y me duele, además, su República.” Afirmó que no pertenece a ningún partido político, lo que no quiere decir que no sea republicano. Quiere decir que él no es político, sino español. “De este no conocerme ha surgido, entre otras cosas, el que se me echase en cara, a poco de inaugurarse el Parlamento, que ayudase, como creí de justicia, a resolver mi acta, la de Salamanca, y que me dijeran que era necesario servir a los partidos políticos, aun cometiendo injusticias.”
Examinó el concepto de opinión pública y preguntó si verdaderamente existe. “Los pueblos en España no son monárquicos ni republicanos: sólo son contrarios de alguien. La República vino contra el Rey. Nos trajo ella a nosotros; no la trajimos. En España hubo solamente oposición republicana de Su Majestad. Después de la República ―añade― vino el desencanto, porque no se hizo la revolución. Ahora dicen los políticos que se está haciendo: pero se hace con actos verdaderamente temerarios, como fue la quema de los conventos y la disolución de la Compañía de Jesús y confiscación de sus bienes. La frase de todos los conventos de España no valen la vida de un solo republicano fue interpretada por mí como que los incendiarios eran buenos republicanos.”
Califica de desdichada la ley de Defensa de la República y la secuela de arbitrariedades ministeriales. La inquisición tenía garantías; pero hay algo peor que ella: la inquisición policíaca, que, apoyándose en un pánico colectivo, inventó peligros con el fin de arrancar unas leyes de excepción. Habla de la suspensión de periódicos, y dice que le recuerda lo ocurrido a un capitán. Tenía delante a un soldado que le miraba socarronamente y le dijo: “¿Se está usted riendo, eh?” “No; mi capitán”, le contestó el soldado, y el capitán le replicó: “Pero se ríe usted por dentro”.
Sigue afirmando que él, que padeció injusticias, no quiere que se cometan ahora. No comprende la significación de la llamada concentración de izquierdas, y cree que nos estamos hundiendo cada vez más en el campo de las pasiones. Trató después de la enseñanza, y dijo que, suprimida la religiosa y creada la laica, se necesitan maestros, y, como no los hay, habrá que reclutarlos entre los frailes. (Se oyen aplausos y protestas, y es silbado el orador. Entonces se le tributa una ovación de desagravio.)
El orador dice que no cree que con alborotos se resuelvan los graves problemas planteados. ¿Resolverá el problema la ley Agraria? Hay tierras que con reforma o sin ella no pueden dar de comer a sus pobladores. Muchos de los que mañana dependan del Estado comerán menos que hoy, y todos nos convertiremos en siervos de la gleba. Con el proletariado intelectual sucederá lo mismo. Habrá de llegar a un período de suicidio y de esterilización.
También hay que ir contra esa monserga de la personalidad diferencial de las regiones. El autonomismo cuesta caro y sirve para colocar a los amigos de los caciques regionales. Habrá más funcionarios provinciales, más funcionarios municipales; habrá un Parlamento y un Parlamentito. Es decir, existirá una enorme burocracia que contará, además, con el asilo del Estado federal. En vez de una República de trabajadores vamos a hacer una República federal de funcionarios de todas clases.
Dios quiera que vuestros hijos encuentren en esa nueva sociedad que se avecina las satisfacciones que yo no podría encontrar. ¡Que esa República federal de funcionarios de todas clases encuentre un ideal! No es lo que yo soñaba. ¡Qué le vamos a hacer!
Presencio con tristeza que ha desaparecido toda serenidad. Yo sirvo a un sentimiento de justicia, y me aterra que con otros se cometan injusticias. No me gusta eso, no quiero llevar dentro de mí un alma de déspota.
Fue aplaudidísimo.
EL SEÑOR UNAMUNO FUE MUY FELICITADO
Fuero muchos los diputados que ayer tarde en los pasillos de la Cámara felicitaron a D. Miguel de Unamuno por el discurso que pronunció en el Ateneo el lunes último. El Sr. Unamuno dijo a algunos diputados:
―Tuve que hacer un gran esfuerzo físico para frenarme. Pero el día menos pensado diré en el Parlamento cosas mucho más graves. Luego añadió―: Yo tenía hace tiempo el pensamiento de hablar así, pero me resistía a ello. Lo que me decidió fue el último discurso del Sr. Azaña.
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