Ahora (Madrid), 23 de marzo de 1933
Este comentador que os dice ahora esto no lee a diario desde hace tiempo más que un periódico extranjero, que es un diario griego, de Atenas, el órgano de Eleuterio Venizelos. El diario se llama Eleutheron Berna —pronunciado “Elefceron Vima”—, que quiere decir: “Tribuna libre”. Y esta tribuna libre —“eleutheron”— es la tribuna principal de los partidarios de Eleuterio Venizelos, caudillo de los liberales. Y escribe en ella a diario un cronista que se firma Fortunio. y que es quien más le suministra a este comentador lectura en romaico o griego moderno. Y no pocas sugestiones y hasta algún giro de frase le debo.
En el número del día 8 de este mes de marzo el cotidiano Fortunio de la “Tribuna libre” de Atenas publicaba un artículo titulado Diarios, que aunque no contenga sino observaciones muy obvias y al alcance de cualquiera, merecen registrarse por la forma en que están expresadas, en un neogriego sencillo y claro. Voy, pues, a traducirlo en parte y comentarlo brevemente.
“Al griego moderno puede faltarle todo: el pan, la comida, el agua, el cigarro, hasta la entrada de favor para el teatro; pero hay una cosa que no puede faltarte, y es el periódico. Y cómo ha de faltarle, si es todo su pensamiento, todo su saber, toda su literatura y su vida toda. Tiene todo esto más barato que en cualquier otro pueblo de la tierra, no más que por un dracma. El griego es un periódico andante. Con él piensa, con él se forma, con él satisface su curiosidad, con él colma su interés artístico y, por último, de él saca no sólo las más elevadas doctrinan morales, sino hasta sus babuchas y sus calzas. ¡Cómo va a faltarle! Su cabeza es un artículo de fondo; su corazón, un folletín; sus sensaciones, el cotidiano desnudo fotográfico de las estrellas cinematográficas. Va al café con ese bagaje. Y empieza la discusión a base de los periódicos; cada uno el suyo. Cada cual se irrita con todos los otros, los insulta, exceptuando siempre aquel que lee. Así los insultan a todos y a todos los exceptúan antes de irse a sus casas a comer la sopa. ¿Cómo vivirían, os pregunto, sin ellos? El ayuno más trágico que puede uno imponerle a un griego es que le falte el periódico. Conozco hombres que se pusieron como locos anteayer a la mañana, que no tuvieron periódicos...”
Leyendo esto me acordé de aquel famosísimo pasaje —que tantas veces he comentado— de los Hechos de los Apóstoles, en que al ir a narramos el discurso de Pablo ante el Areópago se nos dice (cap. XVII, v. 21) que “entonces todos los atenienses y los huéspedes extranjeros no entendían en otra cosa si no en oír o decir alguna cosa nueva”; lo que no impidió el que cuando el Apóstol les habló de la resurrección de los muertos se hurtaron y le decían: “Ya te oiremos de eso otra vez.” Porque ello no era novedad. Y no sólo no querrían oír de resurrección de muertos, mas ni de muertes. ¡Es tan peligroso resucitar el recuerdo de ciertas muertes! Y ese pasaje de los Hechos de los Apóstoles está en relación con otro, de muchos siglos antes, en que en la Odisea se dice que los dioses traman y cumplen la destrucción de los mortales para que los venideros puedan tener argumento de canto, que es la expresión del sentimiento estético de la vida. ¡El eterno griego! ¡Tener qué contar y qué comentar! Pero el griego de hoy —el romaico o romio— va al café, según Fortunio, a discutir, a irritarse y a insultar armado de su periódico. “Insulta —dice— a todos los otros, exceptuando a aquel que lee.” Y esto, la verdad, lo ponemos en duda. Suponemos más bien que muchos insultarán al que leen a diario, y aún más, que lo leerán para insultarlo. Pues no ha de ser el griego moderno muy diferente del español actual, y aquí conocemos muchos que leen el periódico que más les irrite con sus apreciaciones. Y es que necesitan irritarse.
“El griego quiere —dice más adelante Fortunio— los relatos escritos, impresos con grandes letras, debajo de títulos enormes, como trenes de carbón, dramáticos, emocionantes...” Y aquí da algunos ejemplos. Pero eso no le ocurre sólo al griego moderno. Y lo más de la perversión de la verdad en la Prensa no proviene de intereses bastardos, si no de sensacionalismos. “Asi impresos —prosigue el cronista helénico—, los relatos toman un aire de realidad. Es una curiosa psicología: reventamos de mentiras y las tragamos muy a menudo a sabiendas. Cuántas veces no he oído junto a mí esta frase: ¡Venga el diario y leamos sus mentiras!” Y agrega luego Fortunio que hay otros para quienes el relato impreso es la última palabra de la verdad; observación trilladísima, pero muy discutible. Y acaba diciendo que si se busca la realidad, a la media hora tiene uno la cabeza como una olla de grillos y busca aspirina.
Bien se le alcanza a este comentador que las observaciones del cronista de Atenas son de las más corrientes; pero le ha retenido la atención la manera de presentarlas, y aun cuando no sea ella demasiado original. Y ha visto en ellas el reflejo de la especial democracia ática, que no parece haber cambiado desde que Aristófanes la puso en solfa en sus inmortales comedias políticas y desde que, mucho después, el autor de los Hechos de los Apóstoles escribió su caracterización de ella. Sólo que aquella democracia ática, la que describió el gran comediógrafo en su obra Las Nubes, sátira contra Sócrates, el que andaba azuzando y hostigando la inquieta curiosidad de sus paisanos, acabó por condenar a muerte al heroico partero, que así, partero, se llamó él. Y es que a muchos les resultó abortador y no pocos temieron perder la razón con sus abortamientos. Y siglos después persiguieron a Saulo de Tarso, al Apóstol Pablo, que se dedicó también a azuzarlos, hostigarlos y hurgarlos en las entrañas. Y es que las disquisiciones socráticas del Fedón platónico y las disquisiciones paulinianas de la Epístola a los Romanos no son apropósito para cimentar en firme suelo la opinión publica de los periódicos andantes, de los ciudadanos políticos.
¿Opinión pública? ¿Y qué es ello? ¿Es que a los diarios se les puede llamar órganos de la opinión? Y, por otra parte, ¿qué necesita más el pueblo, que le informen o que le remezan y sacudan el espíritu? ¿Y qué diferencia va de opinión pública a espíritu público?
Y hétenos aquí que se nos atraviesa otro anfibológico concepto cual es el de la objetividad. “Voy a hacer un relato objetivo” —oímos— y otras frases por el estilo. Pero esto de la objetividad, como lo de la convicción y lo de la conciencia —la conciencia mental, no la moral, la que se opone a la inconciencia y no a la mala conciencia o mala fe— son algo que merece un examen algo más detenido. Como lo de la verdad oficial. Por hoy no quería, si no apuntando unas observaciones del Fortunio ático, indicar la suerte que corrieron Sócrates y San Pablo entre periódicos andantes que vivían de discutir y alterar en la plaza pública, como hoy en los cafés, pero que se detenían ante los problemas esenciales de la vida.
Y conste, antes de cerrar este comentario, que no menciono con desdén a los cafés, pues el café ha sido, y sigue siendo, la verdadera Universidad Popular española, y que en él ha vivido el eterno ingenio español, dejando, dígase lo que se diga, una tradición oral que es la base de nuestra cultura.
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