Ahora (Madrid), 28 de enero de 1933
Este hombre de quien os voy a decir es un gran camelista, de la escuela de aquel don Fulgencio Entrambosmares del Aquilón de quien di completa noticia en mi Amor y Pedagogía. Desempeñó —o mejor, empeñó— un carguillo en el llamado antiguo régimen y se cree muy ducho y machucho en técnica política, pues que se estima profesional de ella. Su preocupación actual es lanzar a su hijo a la carrera política y que pueda lograr en ella puesto que él no logró antaño. Pero oigámosle:
—Yo, ya lo sabe usted, mi querido don Miguel —me dijo—, soy en política perro viejo, y por eso trato de educar a mi hijo, que no es todavía más que un lobo mozo, un lobezno o lobato. Quiero lanzarle, pero dentro del actual régimen republicano, ¡pues no faltaba más! Ambición no le falta; pero hay que encarrilársela. La falta de ambición pierde. Vea usted, nosotros, los que nos sentíamos de segunda fila al entrar en el escalafón político, teníamos a la carrera por algo así como el juego de la treinta y una, y por no pasarnos nos plantábamos antes de que las treinta y una se cumplieran.
—Y usted se plantó en veintiuna —le dije.
—Me plantaron, mi querido don Miguel, me plantaron —me respondió—. Y no estoy dispuesto a que a mi hijo le planten así. Y ahora estudio en qué partido le conviene ingresar. O, mejor, qué partido le conviene formar. Qué, ¿se sorprende usted? Pues bien, si, yo aspiro a que mi hijo forme y acaudille un nuevo partido. De eso que llaman de derecha, por supuesto. Que ahí está el porvenir.
—¿El porvenir político a la derecha? —le interrumpí.
—Sí, verá usted —reanudó—. Hay que partir de que los componentes de un partido político, los partidarios o matriculados, los números, las cifras, son todos ceros, ceros a la derecha o de derecha, o ceros a la izquierda o de izquierda. Y verá usted lo que sucede. Si se le ponen a uno los ceros a la derecha, le agrandan, y cuantos más se le ponen así, más le agrandan; mientras que sí se le ponen a la izquierda, le achican, y más le achican cuanto más se le ponen así. Seis ceros a la izquierda de uno, 0,000001, le reducen a un millonésimo, y seis ceros a la derecha de uno, 1.000.000, le hacen millonario. Y observe que la unidad que acaudilla un montón de ceros de izquierda está a la derecha de ellos, y la que acaudilla un montón de ceros de derecha está a su izquierda. De modo que, en buena lógica de aritmética política, se deduce que a un partido de izquierda debe dirigir el más derechista del partido, y a uno de derecha, el más izquierdista de él. Esta es la derecha. O mejor, ésta es la fija. Porque los ceros, no lo olvide usted, siempre son ceros, estén a la derecha o a la izquierda. Si es que saben donde están...
—¿Y con esos principios camelísticos —le dije— piensa usted encarrilar a su hijo por la República? Me parece que va usted descarrilado.
—Alguna vez—me contestó—lo he sospechado. Hay un agüero fatídico. Toda mi vida racional, de adulto, he acostumbrado dar cuerda al reló al ir a acostarme; pero últimamente he experimentado un síntoma fatal, y es que alguna mañana, al despertarme, me he encontrado con que el reló...
—Andaba parado—le interrumpí.
—Exacto; no andaba. Que se adelante o que se atrase, me importa poco; lo malo es que se me pare.
—Así es —volví a interrumpirle—. Adelantarse o atrasarse es andar. Tanto vale el progreso como el regreso. El que quiera volvemos al siglo XII nos empujará más hacia el XXII que el que sueñe utopías acrónicas o fuera de tiempo. Toda reacción es acción.
—Eso quiere decir —me contestó alborozado— que, según usted, debe dirigir un partido de izquierda, de acción, un espíritu de derecha, de reacción. Chóquela, don MigueL
—¡No —le repliqué—, no! Eso quiere decir que todos esos juegos verbales cabalísticos o algebraicos, con la derecha y la izquierda, no son, en usted y en otros, más que galimatías. ¿Cuando se convencerá usted, señor mío, que hay una derecha y una izquierda objetivas y otras subjetivas y relativas todas? Un tuerto del derecho se ve en el espejo tuerto del izquierdo. Y casi todos los izquierdistas y los derechistas se ven tales en el espejo.
—No lo entiendo bien —y luego más bajito, para el cuello de su camisa, añadió—: no lo quiero entender...
Pensé yo entonces que si no hay peor sordo que el que no quiere oír, tampoco hay peor tonto que el que no quiere entender; mas, a pesar de ello, continué diciéndole:
—Mire usted, señor mío; en este lío de derechas e izquierdas, que no es sino confusión de confusiones y todo confusión, o, si quiere usted, vaciedad de vaciedades y todo vaciedad, lo mejor es atenerse al origen histórico concreto de esas denominaciones que arrancan de la posición que ocupaban los partidos parlamentarios en la Cámara: los unos, a la derecha del presidente, que es la izquierda de ellos, y los otros, a su izquierda, derecha en el reflejo. Es decir, que derecha son los que ocupan y usufructúan el Poder, sean los que fueren, los ministeriales —que no es lo mismo que gubernamentales—, y son izquierda los que están en la oposición, sean los que fueren. Y cuando éstos, los de oposición, pasan de ella al disfrute del Poder, se pasan a la derecha, y los otros, los que ocupaban el Poder, se pasan a la izquierda. Y ésta si que es la fija, o, si usted quiere, la derecha. El que se adueña del Poder, por este mismo hecho, se hace de derecha, y el que le resiste, se rebela, se hace, por lo mismo, de izquierda, sean cuales fueren sus respectivos idearios de etiqueta.
—Pero —me replicó— con eso de derechas e Izquierdas, tal como lo venimos usando, nos entendemos todos...
—¡No, no y no! —le atajé—. Con eso lo que hacemos es desentendemos. Nadie ha sabido decirme, de los dos extremos, el del individualismo; el anarquismo contra el Estado, y el del socialismo o estatismo; el bolchevismo, cuál es el de izquierda y cuál el de derecha. Y si se me dice que los extremos se tocan, pregunto si por la derecha o por la izquierda. Como nadie ha sabido decirme cuál es de derecha y cuál de izquierda entre la absoluta libertad de conciencia y, por lo tanto, de enseñanza, y la religión de Estado —no del Estado—, de Estado docente, o sea lo que se llama laicismo, que no es ni puede ni debe ser neutralidad. Pretender entendernos con eso de derechismo e izquierdismo, no es sino buscar desentendemos del examen de los problemas. Y eso estará bien para los ceros, de derecha o de izquierda, lo mismo da; pero no está bien para las unidades. Y no sé si sabrá usted lo que decía nuestro Quevedo del cero, y es “que delante del número no vale nada, como la sombra, que es nada detrás del cuerpo”.
—Pero detrás del número, a su derecha —insistió mi sujeto—, vale mucho, pues sirve para acrecentarle.
Le tuve que dejar con su manía. A él, como a otros, desde que se les paró el reló, ya no saben ni si es de día o es de noche. Ni dónde tienen la mano derecha. No entienden sino el santo y seña. Cómoda almohada para la pereza mental.
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