El Día Gráfico (Barcelona), 13 de diciembre de 1932
¡Cómo sé niegan los cuitados a arrostrar ―a dar rostro o cara― a la realidad biológica que está sacudiendo a todo el mundo civilizado, en sus cinco partes, a esta revolución cuyos ramalazos están ya llegando a nuestra España, extremo occidental del mediodía de Europa y nudo entre ésta, África y América! Cómo cierran lo ojos al verdadero y hondo sentido de esta crisis de crecimiento o de decrecimiento. A esta crisis de población, o de despoblación. Porque tal es el problema. El que planteó de una vez para siempre aquel pastor protestante que fue Malthus.
¿Revolución? Sin duda, pero no como se la imaginan los cuitados atacados de jacobinismo, pero que no alcanzan a comprender lo que hubo en el hondón de la gran revolución francesa, por debajo de aquello de libertad, igualdad y fraternidad y de los Derecho del Hombre (Todo esto con mayúsculas). Que no era un problema ideológico de principios, sino un problema biológico de hombres, de sustituir, a unos por otros; de mondar una generación para que pudiese mejor medrar otro. Era un caso de quitarte tú para que me ponga yo. “Cuando se decía perseguir a unos ―hasta guillotinarlos― porque profesaban tales o cuales ideas, esto de las ideas que profesaran era un pretexto. Había que eliminarlos porque ocupaban puestos que apetecían o ambicionaban los otros. Y las grandes guerras que siguieron a la Revolución y que luego llevó a cabo Napoleón, no fueron más que otra sangría o si se quiere otra poda de vidas humanas para que hubiese más espacio de luz y de tierra para las ramas que quedasen en el pobre árbol de la Humanidad. Que tal fue el sentido económico, biológico, de la Gran Revolución Francesa.
Y tal es el sentido de la Gran Revolución Moscovita. Los pobres rusos no cabían ya holgadamente en su tierra y aun cuando en ella haya bastantes extensiones casi yermas, han barrido al los nobles, a los aristócratas, a los capitalistas, a los grandes ―y aún muchos de los pequeños― propietarios y ni aún así, igualándose en la miseria, resuelven el problema. Y es inútil aumentar la producción cuando no aumenta el consumo. Y es loca aventura la de querer hacer consumir para la producción en vez de producir para el consumo. Y siempre se vuelve al planteamiento malthusiano del problema biológico.
Por no querer ver esto, por no querer encararlo, hay aquí entre nosotros, en España, pobrecitos cuitados que no dejan caer de sus labios la palabra Revolución, y que se imaginan o fingen imaginarse que se trata de algo de ideales históricos, de principios de Revolución, cuando no se trata si no de una generación que busca su puesto en tierra y al sol, y se encuentra con que no hay bastante holgura para unos y otros. Lo cual es perfectamente vital, que es más que ser perfectamente lógico. Hegel tomó por lema de su “lógica” aquello de Sófocles de que la verdad puede más que la razón; pero la vida puede más que la verdad, puesto que se alimenta muchas veces de mentiras y de ilusiones.
Tomemos, por ejemplo, un caso actual que ha producido ciertas apasionadas disensiones en nuestra España; la de las jubilaciones de magistrados, fiscales y jueces. ¿Es que se les jubila por su incapacidad manifiesta o acaso por su falta de lealtad al nuevo régimen? Es lo más probable que lo crean así, y en perfecta buena fe, los que decretan las jubilaciones. Y son muchos los sedicentes revolucionarios que piden a grito herido la depuración ―quieren decir la poda― de la judicatura. Pero en el fondo, dense o no clara cuenta de ello esos ideólogos de la revolución, de lo que se trata es de producir vacantes para que haya gente joven que pase a ocuparlas, se trata de un problema biológico. Y el fundamento de derecho en que se quiere apoyar esas jubilaciones ―como otras análogas― no es más que un pretexto, perfectamente sincero, con que el genio de la especie adiestra a los podadores. Si no fuese la incapacidad o la falta de lealtad habría que inventar otro. Porque hay que dar paso a los aspirantes parados.
¡Cómo le han puesto a uno por decir que aunque hay evidente un hambre de instrucción escolar, una necesidad de acabar con el analfabetismo, en rigor se siente más las necesidades de los productores de instrucción que los de los consumidores de ella! ¡Cómo le han puesto a uno porque ha dicho que el Estado es un gran auto! ¿Es que no estamos viendo que las más de las obras públicas que se emprenden es más por la productividad de la obra misma para que coman y vivan los que las ejecutan mientras la ejecutan? “¡No queremos limosna, queremos trabajo!” dicen unos, y a esto se contesta inventando trabajos, los más improductivos que no son sino un pretexto para una especie de limosna de Estado.
¿Lucha de clases? Lucha de clases no, si no lucha de oficios, de clientelas, de generaciones. Lucha por plazas en el gran asilo que es el Estado.
Y ello ―lo repetiré cien veces― es inevitable, es natural, es biológico, que es más que ser jurídico y que ser lógico. Pero ¿por qué escandalizarse uno, encarando la trágica verdad biológica, descubre esta lucha por la vida disfrazada con tantas ideologías jacobinas? ¿Es que uno la condena? Tanto valdría condenar un terremoto, o una inundación, o un tifón, o una epidemia de cualquier clase de peste. O hasta una guerra.
Y la política responde a esa biología. Y lo mismo da que el político se ponga· una u otra etiqueta, porque no sirve sino a esas necesidades de la lucha por la vida que tienen poco que ver ―si es que tienen algo― con la libertad, con la igualdad, con la fraternidad, con la justicia, con el orden y con la civilización.
Y continuaremos.
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