El Sol (Madrid), 13 de noviembre de 1932
Aún no hemos acabado con lo de la estatua. Pues ahora otra visión. Y fue la de una gitanilla —Mariposa— bailando descalza al sol y mirando bailar su sombra sobre la verde yerba de una pradera. Bailaba sola, para sí misma, y aún mejor, ni para nadie ni para nada, sin para quién ni para qué, en neta gitanería. Escribía con los pies en el verdor de la pradera el poema de la libertad creadora. Escribir con los pies, sí, pero claro que no calzados. A esos insectos que andan —no andan— sobre el agua, y a que se les da en castellano los nombres de “tejedores” y “zapateros” —“girinos” por mote entomológico—, llámaseles en Flandes “escritorcillos”. Y nos recuerdan lo que se nos cuenta en el Evangelio (Marcos, VI, 18 y 19) de cómo Jesús, en el lago de Genezaret se fue a sus discípulos andando sobre el agua —descalzo, de seguro—, y ellos, al verle caminar así, pensaron si sería fantasma, y tuvo que decirles: “Ánimo: soy yo, no temáis.” No era estatua, que ésta ni caminaría ni hablaría. Lo de hablar las estatuas —hasta de Cristo— ha venido después.
Los gitanos, los perfectos individualistas, son los menos estatuidos. Y libres, pues si otros pasan sobre la ley, ellos pasan por debajo de ella. Y haciéndose a menudo el camino con los pies a campo traviesa, o por trochas y atajos. El hombre no puede, como el pez dentro del agua o el ave dentro del aire, moverse en ámbito homogéneo, sino que tiene que pisar en tierra atravesando el aire de que respira. Y aun así ha inventado el submarino y el aeroplano, no sujetos a superficie, y con la bicicleta un modo de locomoción en que se toque lo menos posible la tierra, en que se desprenda más de ésta.
Don José Echegaray dio, ya en sus últimos años, en andar en bicicleta, y como lo explicara un día en el Ateneo, al decir que lo hacía por ser modo de locomoción más individualista, hube de atajarle diciéndole: “No, don José; el modo de locomoción enteramente individualista, anarquista mejor, es caminar solo y escotero, a pie desnudo, por donde no hay camino y haciéndolo con la marcha; a todo otro nos ayudan los demás.” Y de este modo nadie está más cerca que los gitanos, los hombres más ajenos a la estatua y a todo lo estatuido.
¡Ay, aquella gitanilla —Mariposa—, que parecía querer volar, como una alondra, sobre la tierra y no echar raíces en ella, como la estatua del hombre civilizado en disciplina! Bailaba al sol y sola; sola con su sombra. Y había que acordarse de aquello de: “yo me entiendo y bailo solo”. Cosa que no entienden los estatuidos, disciplinados, partidarios, sectarios o de escuela o corporación. ¡Entenderse y bailar solo, gran virtud! Mas no solo, sino con la propia sombra. Sombra no estatuida ni fijada, sino cambiante. Al salir del sol la sombra nace larga y gigantesca, y al ponerse del mismo sol vuelve a crecer y se alarga y agiganta de nuevo. ¡Sombra de primera infancia, de niñez; sombra de última infancia, de vejez!
Los mamíferos, unos son cuadrumanos, como los monos, nuestros parientes, y otros cuadrúpedos. Y al caballo, solipedo —que pisa con un solo dedo, que se le ha hecho casco—, encima le calzamos, le herramos. Y el hombre mismo se ha calzado, y ya, sin desnudez sus pies, su baile no lo es verdadero. Se ha hecho más pedestre que manual. ¿Y por qué “pedestre” es para el estilo término de reproche? ¡Aquellos pies de los versos antiguos, que servían de letra al canto con que se acompañan al baile! ¿Y surgió de la música el baile o del baile la música? ¿O fueron hermanas mellizas ambas artes? Hay lo de “al son que le tocan baila”; pero también danzante que es él quien provoca, guía y conforma el son.
¡Qué cómodo motejarle a alguien de danzante! Mejor danzante que estatua. Y, sobre todo, hacer danzar a las ideas ante las mentes distraídas de los demás, en vez de esculpirlas y fijarlas. Y más si ha de ser en programas de partido o secta. Gran obra la de hacer que las ideas —científicas, filosóficas, religiosas, políticas— desnudas de pie y de todo, dancen en las mentes de los que las piden fijas y estatuidas. La estatuaria es a la danza lo que a la música la letra. Y hay pobres hombres que no saben atenerse sino a las letras; hombres a la letra.
Como hay lectores que me escriben preguntándome cuándo voy a fijar mis ideas y a darles a ellos soluciones y certidumbres; cuándo voy a forjar estatuas. ¿Para qué? ¿Para convertirme en una de ellas? ¡Ah, no! Mejor seguir entendiéndome y bailando solo. O con mi sombra. Y convidando al lector a que se entienda a sí mismo. Que sí no se entiende, ¿cómo le voy a dar entendimiento de sí? Y hete aquí, lector, por qué a veces yo me te escapo como otras tú te me escapas. ¿Letra estatuida? ¿Programas? ¡No, no y no! Eso hay que dejarlo para los que se dicen consecuentes y se forjan postura de estatua. ¿Consecuentes? Pero “conseguí” quiere decir seguir una cosa a otra —y conseguir—, y en la estatua, fuera del tiempo vivo, no hay consecuencia, porque no se siguen en ella unos momentos a otros. No es de momento. Consecuente un río que va haciéndose su cauce y varía y cambia —sin solución de continuidad—; pero no una montaña quieta. Hay más consecuencia —conseguimiento— en danza seguida —y conseguida— que no en postura quieta de estatua, a que no cabe danza. Y en cuanto a estatuir y estatuar la danza, es matarla.
Ved a qué danza de visiones —ideas— hemos venido desde la estatua del comendador con su: “¡ya es tarde!” a Don Juan Tenorio, al pedir piedad al Señor hasta la gitanilla —Mariposa— que, bailando sola, descalza y casi desnuda, junto a su sombra, al sol, al son del tiempo, se calla, y para la cual siempre es temprano. Y ved cómo voy trenzando estos Comentarios, en que no se fijan, no se funden, no se forjan posiciones o posturas estatuidas, ni programas —¡líbreme Dios!—, si no se hace bailar a las visiones de la actualidad —danza— pasajera.
Y ahora... ¡puede el baile continuar! ¿Al son de...?
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