lunes, 26 de marzo de 2018

Acerca de la censura. Al señor ministro de la Gobernación, amistosamente

Ahora (Madrid), 18 de septiembre de 1935

Ya no; hay que salir al paso a procederes no ya dictatoriales, sino nada inteligentes. Pues nada más torpe que la manera cómo suele ejercerse la censura por los encargados de ella en las recientes y flamantes dictaduras.

Apenas entré, hace tres meses, en el Nuevo Estado —que así le llaman— de Oliveira Salazar, que ha sucedido al Portugal que tanto conocí y quise, cuando hube de protestar contra la manera con que allí se ejercía la censura. Y se impedía la entrada de número de diarios extranjeros —por lo menos, españoles— para que los portugueses no se enterasen del modo cómo se juzga fuera de ellos el régimen que les rige. Hubo manifestación mía al llegar allá —la de que soy individualista, liberal y demócrata— que se tachó en algún diario, mas no en otros. Dióseme por razón —mejor, sinrazón— de esto la de que en aquel diario, por ser de solapada oposición al salazarismo, mis palabras cobraban otro sentido. Y ello me obligó a protestar allí mismo, y en público oficial, contra tal manera de censura

Y ahora, hace pocos días, me he encontrado con una entrevista que Oliveira Salazar, asistido por su secretario de propaganda, ha otorgado a un redactor de Les Nouvelles Litteraires, de París, si es que no la ha solicitado de éste. Y, escocido acaso por aquellas mis censuras a su censura, se ha puesto a defender ésta con los consabidos y resobados lugares comunes del régimen dictatorial. Compungidas ramplonerías escolásticas de eso que llaman la libertad bien entendida. Pero resulta que aquí, en España, como estamos tan atrasados en política —según el mismo O. Salazar le dijo a uno de los que fueron a recoger sus oráculos—, no acabamos de entender esa manera de defensa de la libertad en los flamantes nuevos Estados. Mas en lo dicho en esa entrevista por el jefe del Nuevo Estado lusitano hay una afirmación que choca contra un hecho. La de que allí se prohíbe publicar noticias falsas, afirmaciones contrarias a la realidad de los hechos y no criticar éstos con serenidad y seriedad. Y esta afirmación de Salazar es falsa.

Y ahora debo volverme —ya es hora— a lo que, desgraciadamente, pasa, a este respecto, en esta nuestra España en estado de alarma o de lo que sea. Es el caso, por ejemplo, que recibo con regularidad cotidiana dos diarios de mi tierra vasca, el uno de San Sebastián y el otro de mi Bilbao. Es aquél —en parte al menos— de mi buen amigo el señor Usabiaga, radical, y el otro, de mi tan buen amigo también el señor Prieto, socialista. Uno y otro diario tienen ciertos colaboradores comunes que mandan el mismo día un mismo artículo al uno y al otro. Y he podido observar que ese mismo artículo suele aparecer entero, sin tachadura alguna, en el diario guipuzcoano, que se rotula “republicano”, y con picaduras en el vizcaíno, que no se rotula. ¿Es acaso que en éste adquieren especial gravedad manifestaciones que en aquél son inocentes?

El último caso ha sido el de un articulo de don Antonio Zozaya —escritor singularmente ponderado y comedido—, del que se han tachado juicios sobre el “hambre” y el “delirio imperialista impulsivo” no del pueblo italiano, sino de sus fajos. Tachado por el censor de Bilbao esto: “Ahora parece prepararse una nueva guerra, cuyas trágicas consecuencias a nadie es posible prever.” Peligrosa afirmación en Bilbao, perfectamente permisible en San Sebastián. ¿Será acaso que la representación mussolinesca en España se queja de que aquí se emitan tales pareceres? (“Parece”, dice el texto tachado.) Pues habría que hacerle saber lo que Norteamérica al Japón cuando éste se quejó de que en una revista de aquélla se hubiese publicado una caricatura del emperador japonés, cuya divinidad no está reconocida por los norteamericanos. Así como fuera de Italia somos muchos, pero muchos, los que no reconocemos ni la inteligencia ni el espíritu de justicia del “duce”, aunque esto se deba a que, como me dijo cierto fajista traducido, carecemos de “talento integral”. Y para que no se enteren de esto los italianos sometidos en Italia al fajismo, le cabe a éste el recurso, de que se vale, de impedir la entrada allá de las publicaciones en que así se diga. Y luego, cuando esos pobres sometidos salen al extranjero se encuentran con que los más se ríen de su ademán de saludo litúrgico y cómico.

Otro artículo —éste, de Antonio Espina— apareció el mismo día —24 de agosto— en ambos susomentados diarios, intacto en el de San Sebastián y con machacaduras en el de Bilbao. Véase el párrafo, en el que pongo entre paréntesis lo inocente en San Sebastián y nocente —o nocivo— en Bilbao. Dice así: “(Pero como nuestras derechas no se resignan a abandonar sus inveteradas costumbres de juego sucio), pese a todas las lecciones que les dé la realidad, ahora pretenden con un candor muy parecido (a la estupidez) enfocar la cuestión por otro lado.” Importa poco aquí al caso de qué cuestión se trataba, aunque no estará de más advertir que el artículo empezaba con un elogio al señor Azaña, que es... ¡tabú!

Y ahora bien, mi buen amigo, señor Portela Valladares: a usted, que es comprensivo y razonable y, por lo tanto, liberal y demócrata, a usted le digo que el que ejerciten así la censura subordinados suyos es cosa de un candor —no sé si servilidad— no muy parecido a la estupidez, sino idéntico a ella. Y si hubiera —quisiera creer que no le hay— algún hombre público (si no de autoridad, de poder) a quien le molestaren ciertos juicios sobre su juego político, hágale entender que podrá y deberá dolerse de que ése su juego se estime sucio; pero no es lo mismo que le estimemos juego estúpido. Que todo hombre de Poder público puede y debe sentirse agraviado de que se ponga en duda la limpieza de su juego, pero no la inteligencia con que lo ejercita. Hay que someterse a ello.

Y no sirven para cohonestar esas maneras de censura las compungidas ramplonerías neo escolásticas de la dictadura académico-castrense del Nuevo Estado lusitano. Ese no es criterio. Ni siquiera la de aquel tan vagamente ameno —a ratos divertido— y superficialísimo librito El criterio, del discreto periodista Jaime Balmes, desdichadamente supuesto filósofo, librito que sirve de texto en cierta escuela —subvencionada por el Estado— de periodistas censuradores y candorosos.

¿Será, mi buen amigo, el decir esto en servicio del Gobierno y del buen gobierno sobre todo, también censurable? No lo debo creer.

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