Ahora (Madrid), 8 de octubre de 1935
En mis Recuerdos de niñez y de mocedad he contado los de cuando en mi nativa (no nativo) Bilbao pertenecí a la Congregación de San Luis Gonzaga durante la época de mi bachillerato. Que lo hice en el Instituto Vizcaíno, el oficial, y no en colegio alguno privado ni eclesiástico. Así como la Congregación, en mi tiempo de ella, no fue dirigida por jesuita alguno. Después, sí. Y no olvidaré nunca todo lo que se nos contaba de San Luis.
Siempre —ya desde entonces— me pareció aquel cuento o relato una especie de novela hagiográfica amañada para servir de libro de edificación a los muchachos. Y más de una vez he pensado si habrá una biografía de ese santito que sea a la que se nos servía lo que la biografía de San Ignacio de Loyola que figura al frente de la Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, del P. Astrain, S. J. —es decir, jesuita—, es a las vidas de edificación, empezando por la del padre Rivadeneyra, es decir, una biografía limpia y serenamente histórica, en que se nos presente un hombre de carne y hueso y no un mito edificativo. Porque cuando el mito está tan desordenadamente compuesto —o descompuesto— como el que de este San Luis se nos daba justifica aquel severísimo juicio que le mereció a William James, el gran psicólogo, quien en su libro sobre las Variedades de la experiencia religiosa llega a decir esto: “Pero cuando la inteligencia, como en este Luis, no es originalmente más ancha que una cabeza de alfiler y acaricia ideas de Dios de correspondiente pequeñez, el resultado, no obstante el heroísmo desplegado, es, en conjunto, repulsivo.” ¿Un bendito? Sin duda; pero no se olvide el sentido que este apelativo suele tomar. Especialmente en catalán, donde “beneit” o “benet” no es, ciertamente, una recomendación. O aquello otro de que “cretino” derive de una palabra de romance suizo: “chrestin”, que equivale a cristiano. Y, ciertamente, que a ningún cristiano normal se le puede llamar cretino.
Entre las cosas que de San Luis se nos contaba en la Congregación, una de las que más presentes se me han quedado es la de los pecados que creyó haber cometido de niño —lo fue toda su vida y no normal—, y estuvo llorando arreo y teniéndose por ellos como un grandísimo pecador. Uno era el de que como su padre, que era militar, le hubiese regalado un cañoncito de juguete, el chico le hurtó una vez un poco de pólvora para hacer fuego con el juguete. Claro que para tirar salvas y con cañoncito de juguete. Y menos mal que el santito se arrepintió y lloró amargamente aquel descarrío de su carrera de santidad pacífica.
Últimamente he recordado ese edificante remordimiento del mítico San Luis Gonzaga al ver a algunos de sus discípulos, de los llamados luises, dedicarse a disparar salvas con cañoncitos de juguete y pólvora hurtada a sus mayores. Porque no es de creer que profesen luisismo gonzaguesco los que se sirven de pistolas a nombre de uno o de otro fajo. Íñigo de Loyola fue un militar; pero Luis Gonzaga no lo fue, aunque hijo de militar. Y tuvo que llorar el haber hurtado pólvora a su padre.
Y esto me trae como de la mano a eso que se llaman partidos políticos católicos, es decir, religiosos confesionales, que se creen alguna vez obligados a emplear métodos militantes de pólvora y de cañoneo. Sobre todo en guerra civil. Verdad es que ya no sabe uno qué es lo que se entiende por catolicismo. Y qué por política.
Ya otra vez, no hace mucho, comentando aquí mismo una muy bien pensada y bien intencionada circular del señor obispo de Oviedo acerca de la cuestión llamada social y la posición de les obreros que se apartan de la Iglesia, tuve ocasión de decir que el hecho de que la Iglesia acepte soluciones más o menos socialistas —y aunque fueran comunistas— no es razón para que los obreros suscriban el credo religioso de la Iglesia. Con eso del “salario justo” no se adquiere ese credo. Mas, no hace poco, nos hemos encontrado con que el partido católico belga no exige a sus adherentes confesión religiosa católica ni de ninguna especie. Es decir, que puede pertenecer a ese partido un calvinista, un agnóstico o un ateo. ¿Por qué, pues, se llama católico el partido?
Es como lo de Sindicatos católicos agrarios. ¿En qué consiste su catolicismo? Cualquier noche sale uno cualquiera inventando un Sindicato agrario budista o musulmán o espiritista. Eso da la impresión de que no se trata de un Sindicato, sino de una clientela. En semejantes Sindicatos, que cuidan no aparecer como cofradías, el sentimiento religioso apenas si juega papel alguno. Ni siquiera, que yo sepa, organizan una bendición de los campos. El catolicismo se reduce a una enseña electoral. Y esto recuerda lo de unas elecciones, hace unos años, en mi nativa tierra vasca, en que decían los aldeanos: “Al que pague mejor el voto, y si los dos pagan igual, al católico.” Catolicismo, pues, inconfesional, o sea electoral. De partido y acaso, a lo peor, de partida. Pero no de partida de bautismo. Y para eso ¿hurtar pólvora —por lo demás, mojada— a los mayores?
Es muy peligroso para una fe religiosa cualquiera el andar jugando así con ella. Como es peligroso para la fe nacional el andar jugando con el concepto y el sentimiento de la Patria. Que es lo que hacen esos insensatos que han sacado lo de la anti-España. Verdad es que unos y otros, los que juegan con la fe que creen haber recibido de sus mayores y los que juegan con la Patria que hicieron nuestros antepasados todos, los de un lado y los del otro, tanto los ortodoxos como los heterodoxos, no hacen todos ésos más que jugar con cañoncitos de juguete y pólvora hurtada a sus mayores. Cometen el pecado que tanto lloró San Luis. Y lo cometen por la misma mentalidad que llevó al santito a cometerlo. Porque lo más triste de todo esto es que los muy benditos ni se dan cuenta de la verdadera pecaminosidad de su pecado. Puestos a pecar, ni pecar saben. Como no sea que lo que se proponen es entrar en la plantilla de artilleros de salvas. Y libres de restricciones. Y no míticos ni místicos.
Ya volveremos sobre esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario