Ahora (Madrid), 30 de julio de 1935
Desde que empecé a estudiar el portugués —la lengua— y, sobre todo, desde que empecé a viajar por Portugal me interesó, más que otra cosa, la dependencia cultural mutua de ambos pueblos, el castellano y el portugués. No sin hondo sentido escribió Oliveira Martins aquella su maravillosa Historia de la civilización ibérica. Don Marcelino Menéndez y Pelayo, por su parte, incluía en su Historia de la literatura española las literaturas catalana y galaicoportuguesa. ¿Y hay clásico castellano ni más clásico ni más castizo que aquel Francisco Manuel de Melo, soldado portugués al servicio del rey Felipe IV de España y de Portugal contra los catalanes levantados en guerra? Clásico en castellano y clásico en portugués. Y habría que recordar a Gil Vicente, a Camoens y al mismo P. Granada, O. P.
Un castellano puede recorrer Portugal hablando su lengua propia, seguro de que se le entenderá. La recíproca no es tan segura. El castellano entiende mal el portugués hablado —el escrito sí que lo entiende— debido a la fonética complicadísima. La singular sencillez de la fonética castellana, con sus escasos y bien recortados —de claroscuros y sin matiz apenas— sonidos, sobre todo desde el siglo XVI, hacen del romance castellano un lenguaje muy resistente y difícilmente deformable.
Cuando alguna vez se me ha dirigido algún portugués en francés le he dicho siempre: “Fale portuguez.” Me molestaba que entre nosotros se quiera introducir un tercer idioma de cambio. (Y no digo intercambio porque esto carece de sentido.) Hasta en lo escrito he propugnado que no hay por qué traducir del castellano al portugués y viceversa. El esfuerzo que a un castellano le cueste leer portugués es pequeñísimo y, además, se compensa con que en el portugués encontraremos rincones y recovecos de nuestro idioma que no los descubrimos directamente. Aprender portugués es un buen recurso para enriquecer nuestro castellano.
No es exacto que, como se dice, no nos conozcamos unos a otros. En Portugal se ha leído siempre castellano, y desde hace algún tiempo más. Hoy se venden allí obras alemanas de ciencia —medicina especialmente—, filosofía y técnica en traducciones castellanas, ya que no las hay francesas. Y aunque las haya. Pasaron los tiempos en que se leía a Cajal en traducción francesa. Sólo algún que otro pedante presume de conocer mejor el francés que el castellano.
Funciona en Lisboa un Instituto español que empieza a prestar valiosos servicios a la común civilización ibérica. Y se piensa establecer allí una buena librería española. Y falta está haciendo que aquí, en España, sea más accesible el libro portugués. Acaba de traducirse al castellano el San Pablo, de Teixeira de Pascoaes, de que dije desde estas mismas columnas, y ojalá que ello contribuya, más que a que se multipliquen traducciones, a que se apliquen los curiosos y los estudiosos a leer directamente literatura portuguesa.
Ahora, en cuanto a traducir portugués al castellano y, sobre todo, en cuanto a que los literatos, los críticos, los investigadores españoles, se ocupen en dar a conocer la producción literaria, filosófica y científica portuguesa, creo que es un deber nuestro. El más seguro camino para que el pensamiento portugués sea más y mejor conocido en el mundo es que lo presentemos nosotros. Los más de los extranjeros estudiosos de portugués que conozco han pasado a él por el castellano. Empezaron por interesarse en literatura castellana, y de ésta pasaron a la portuguesa. Y, por otra parte, los que han abordado ésta, la portuguesa, sin pasar por la nuestra, la han comprendido mal.
Ahora vendría a cuento comentar aquí unas aseveraciones de mi amigo Osorio de Oliveira en su interesante libro Psicología de Portugal, donde sostiene que “las obras que viven por el estilo (y esto lo traduzco ahora aquí, en castellano, contra mi consejo) pueden ser bellas, mas son difíciles de traducir y no interesan a los que en la literatura buscan menos la riqueza de forma que la expresión límpida y cristalina de las ideas y de los sentimientos”. Pero ¿es que el estilo y la riqueza de forma no son los que hacen la expresión límpida y cristalina? Acusa a sus compatriotas de falta de sobriedad y de precisión en el pensamiento. Dice que el estilo retórico es un obstáculo a la divulgación del pensamiento portugués en el extranjero. Y luego sostiene que el otro obstáculo —y el mayor— es que los escritores portugueses atiendan a las cosas y casos de Portugal y hasta de una región portuguesa. De aquí —dice— la dificultad de que se universalice la obra de un Camilo Castelo Branco o de un Aquilino Ribeiro hoy. Un francés le dijo a Osorio de Oliveira: “Si Aquilino Ribeiro pudiese ser traducido, si no escribiese en un dialecto regional (del portugués, se entiende), sería considerado en Europa como el Gorki de Occidente.” Yo, por mi parte, estando en París, hace diez años, recomendé a los que por las cosas japonesas se interesaban las obras, en portugués, de Wenceslao de Moraes, superiores a las más celebradas de otros japonesistas, y en la tradición de aquel Fernán Méndez Pinto, el primero que en el siglo XVI dio a conocer el Japón.
Osorio de Oliveira incurre en el mismo error de Pío Baroja cuando suponía que una novela de asunto regional difícilmente puede universalizarse. Hasta de asunto ceñida y estrechamente local. La dificultad puede ser la lengua. Y de aquí la equivocación —por tal la tengo— de los que se ponen a escribir en una lengua sin acento local, en una lengua internacional —no universal— y para ser traducidos. O acaso en ese hórrido dialécto escrito —no hablado— del reportaje cosmopolita.
La verdad es que aquí, en España, se conoce a Eça de Queiroz —a quien se le ha traducido al castellano— más y mejor que al portuguesísimo Camilo Castelo Branco; pero, ¿de quién la culpa, si la hay? En cuanto a Aquilino Ribeiro, ¿quién le conoce aquí? Mas, por otra parte, no fío mucho en la duración de la boga de aquellos literatos —novelistas sobre todo— que escribieron en estilo —si eso es estilo— de reportaje cosmopolita y para ser traducidos… al francés. ¿Traducir? Mejor “mettre au point”. Y en cuanto a nosotros, a los ibéricos, ¿cuándo nos convenceremos de que si hemos de influir en la cultura universal, nosotros, de lengua castellana, galaico-portuguesa y catalana, no será poniéndonos a la escuela de un cosmopolitismo europeo que hace del estilo literario un álgebra sin jugo vital?
Y por ahora no más de esto. Aunque me queda por decir algo más del Portugal de hoy en relación con la España de hoy.
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