Ahora (Madrid), 26 de abril de 1935
“Arar en la mar”, certera
frase por “tiempo perdido”;
la hay de más triste sentido:
“¡sembrar en la carretera!”
Estas cuatro líneas rimadas —una cuarteta—las tejí y enfurtí, matando con ello un rato de hastío, en horas de reflujo espiritual, de depresión moral y mental y ello para arrimármelas a la memoria y que me sirviesen de recordatorio. Llevaba unos días sufriendo —¡así, sufrir!— en cada uno de ellos al leer la prensa, en los diarios cotidianos, la obligada reseña de los mítines políticos del día. Algo desconsolador. Los mismos oradores diciendo las mismas cosas del mismo modo; la abrumadora repetición de los abrumadores tópicos y lugares comunes de cada partido. ¡Y a eso le llaman declaraciones! Y me decía a mí mismo: “¡arar en la mar!”
Porque este “arar en la mar” es lo que suelen hacer los agitadores de públicos. Agitadores y no actores. La agitación no es acción. “Agítese antes de usarlo” se dice. Y luego resulta que cuando se lo va a usar la masa ha vuelto a su propio estado. Pobres agitadores que después de una campaña de propaganda se vuelven diciendo —y acaso creyendo, que es peor— que el pueblo está excitado en contra de esto o de aquello, que vibra —palabra de cajón— que hay conciencia pública revolucionaria, o contra-revolucionaria, que ya se verá en el próximo sufragio, que... A qué seguir? Y la mar siempre la misma. “Los siglos han pasado sin dejar una arruga sobre tu frente azul —que dijo egregiamente Lord Byron. Ni en el pueblo dejan esas aradas políticas surco alguno permanente. Por lo que no es fácil preveer lo venidero al respecto. “Todos los ríos van a la mar y la mar no se hincha”, dice la Escritura. Ni el pueblo se hincha, a pesar de sus tormentas, sus galernas y sus agitaciones. ¡Pobres agitadores que se figuran que el pueblo aun espera la revolución o está ya harto de ella! ¡Arar en la mar!
Revolviendo estos pensamientos en mi espíritu agitado —mucho más agitado que el de uno de esos públicos después de un mitin o conferencia— me recojí luego en mi soledad de publicista y me puse a recojer grano de ideas para irlo vertiendo en mis escritos periódicos. “Esto es más seguro” —me decía mi demonio familiar. Que le tengo como le tenía Sócrates. “Esto es más seguro; ir sembrando ideas no en una muchedumbre, si no en individuos aislados, en quienes puedan sosegadamente recibirlas y sin que a uno le perturben ni interrupciones ni aplausos ni rechiflar ni protestar en contra”. ¡Sembrar ideas! Mas al punto se me vino a la memoria la consabida parábola del Cristo (Lucas, VIII) del sembrador que salió a sembrar su semilla y una parte cayó en el camino y fue pisoteada y las aves del cielo se la comieron, y otra parte cayó en roca y se secó por no tener tierra y otra cayó en medio de espinas que la ahogaron y otra en tierra buena y dio ciento por uno. Y pensé en la que cayó en el camino y fue pisoteada. Y le encontré a esto un doble sentido.
Primero que la mente del lector es un camino, por el que pasan toda clase de cuidados y de pesares y de preocupaciones. Y que lee para distraerse de ellos. Y lo que le inquieta o lo deja de lado o lo olvida al punta “¡Bah —se dice— camelos!” O “paradojas!” O bien dejando el papel de lado: “Bueno, que me deje en paz, que harto tiene cada cual con lo suyo y no me voy a gastar el seso en tales cosas.”
Segundo sentido y de seguro más acomodado que el primero, que no se trata ya de la mente del lector sino del camino de la opinión pública. Agitar a un público, a una muchedumbre puede y suele ser arar en la mar, pero pretender sembrar ideas en un público, en una muchedumbre, ¿no será acaso sembrar en carretera? Cada uno de los que componen el público, la muchedumbre, tiene sus cuidados, sus aspiraciones, sus ilusiones, sus esperanzas, sus congojas y entre todos pisotean —¿qué van a hacer si no?— el grano que se les eche. ¡Sembrar en la carretera!
Al llegar a este lastimoso punto de mis meditaciones busqué refugio, y como todo ello me había venido de pensar en la acción y en la agitación políticas me refugié en la contemplación de la poesía. Dejé la política y me fui a la poética. Y entonces del fondo de mi depresión me brotó esto: “Camino va de la noche / (que en horizonte está) / va cantando en el camino / para las penas matar. / Sus cantares por el aire / hasta el cielo van a dar; / la noche se va viniendo / según el día se va. / Todo está dicho, se dice / ¡y éste es su último cantar!”
¡Arar en la mar! ¡sembrar en la carretera! ¡todo está dicho! Y, lector, perdón, por este desahogo. Y considera que cantar es también sembrar. Sembrar al aire y al sol libres.
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