sábado, 3 de marzo de 2018

Cartas al amigo XX.―A un mozo que quiere llegar

Ahora (Madrid), 8 de mayo de 1935

Me dices, cuitadillo, para disculpar tus veleidades, que lo que tú quieres es llegar, sea como fuere. Bien; pero vamos atando los cabos, si te parece. Llegar ¿adonde, a qué? ¿A un destinillo? ¿A ese terrible diminutivo del Destino? ¿A un Gobierno civil? ¿A una Dirección general? ¿A una Subsecretaría? ¿A un Ministerio acaso? Y me añades que no te importa si por ello te han de llamar “arribista”. (Y aquí entre paréntesis, fíjate en que escribo arribista con b y no con v, porque en español arribar, llegar a riba o ribera, se escribe con b y no con v, como el francés “arriver”.) ¡Arribista! ¡Pobres arribistas! ¡A qué ribas o riberas suelen arribar y cuán presto les derriba de ellas el primer cambio de ventolera! Si es que no un vendaval. Y oye todo lo que me sugirió una frase pordiosera, mendicante, cojida al azar en uno de mis vagabundeos madrileños.

Íbame otra vez más, hendiendo muchedumbre callejera, por uno de los viejos barrios de este Madrid, cuando, al doblar una esquina, en un rincón, me tendió la mano vacía un pobre mendigo sin piernas que se asentaba en un carrito. Y me dijo así: “Nunca le falten los remos para poderse valer, caballero.” Le di mi limosna, ahorrándome el “perdone, hermano”, y seguí mi camino rumiando su frase petitoria: “Nunca le falten los remos para poderse valer, caballero.”

¡Los remos! El pobre mendigo del rincón de la calle, en medio de la marea de la muchedumbre callejera, no concebía la navegación a vela, sino a remo. Amarrado al duro banco, tal como un galeote. Acaso no había visto la mar nunca. Para poderse valer, para poder llegar adonde hubiese pan, a su destinillo, no concebía más que el remo, que puede servir a la vez de timón; no concebía la vela. No concebía abrir las velas al viento que sopla, aprovecharlo y navegar, viento en popa o de bolina, a sesgo.

Continué mi camino, siempre hendiendo la muchedumbre callejera, sacándole jugo a mi limosna, y lo de la vela me trajo al magín una de mis visitas, allí en la bendita tierra de Fuerteventura, a un molino de viento, de esos que ponen sus aspas a todo viento y con cualquiera de éstos muelen su molienda y sacan harina para que no haya mohína. Y esto, como sabes, no es veleidad. Veleidad es la de una veleta —y la de un veleta—, que, sin moverse de un sitio, sin caminar a parte alguna, cambia de dirección con cada cambio de viento, y ya señala al Norte, al Sur, al Este o al Oeste, ya a derecha, ya a izquierda, y a ningún sitio arriba. El molino de viento, no; el molino de viento no es una veleta. El molino de viento no se mueve de su sitio, no va a parte alguna, sino que, puestas sus aspas a cualquier viento, acomodándose a los cambios de éste, va moliendo su molienda. Y llega a cobrar su harina.

¡Cuán inspirado anduvo nuestro señor Don Quijote cuando adivinó en los molinos de viento, los que muelen molienda sin moverse de su asiento, sus terribles gigantes! A los que no se les destruye a lanzadas. No hay caballero andante, caminante, de los que van a un término de camino, lleguen o no a él, que pueda deshacer a lanzadas al estadizo molino que abre sus aspas a todo viento. A todo viento de doctrina. Los necios —Don Quijote no lo era, sino loco—, cuando topan con un molino de viento se dicen: “¡Bah! ¡Ese no va a ninguna parte!” Si es que no se preguntan: “Y ése, ¿qué se propone?” Del trabajo de moler no se dan cuenta, ninguna. Y es que los necios arribistas, los de partido, los de doctrina —política o religiosa o social—, que les dan ya mejor o peor molida, nunca se han encontrado con tener que moler trigo ideal, porque carecen de éste. Y cuando alguna vez, por curiosidad o por remedo, se les ha ocurrido ponerse a moler, es decir, a pensar, como no tienen trigo, las muelas se muelen a sí mismas y se desgastan. Porque ¡hay que ver lo que esos necios de partido llaman ideas propias! Claro está que no todos los hombres de partido son necios, ni mucho menos —Dios nos libre de suponerlo así—; pero los que ingresan en partido para arribar a un destino cualquiera, ésos, aunque parezcan cucos, no suelen ser sino simples.

Hay el hombre navío, que trasporta cargas de trigo o de harina y trasporta también con ellas a su tripulación, a su clientela, a sus galeotes; que le trasportan a él a remo cuando la vela no basta. Esos son los hombres llamados de acción. Y también prácticos. Y hay el hombre molino de viento —a las veces, de agua, de rueda o de turbina— que del trigo saca harina. A éste le llaman teórico, si es que no le aplican otros epítetos con un cierto retintín entre compasivo y burlesco. Y me figuro, cuitadillo, que tú no quieres meterte al servicio de uno de esos molinos, pues que con ello no arribarás a parte alguna. Por lo menos, así te lo figurarás. Por lo menos, recuerdo que una vez me dijiste que tú no te preocupas de escribir historia ni de “filosofarla” —fue tu expresión—, sino de hacerla, olvidándote de lo que tantas veces me has oído —y otras tantas, por lo menos, me volverás a oír—, y es que “filosofar” historia, contarla poéticamente, es decir, creativamente, es la manera más eficaz de hacerla. La obra política de los más grandes caudillos y estadistas la han hecho en su mayor y mejor parte sus biógrafos. Y a las veces, el mismo caudillo como autobiógrafo. Y los que han llegado... a posteridad, los que viven en la memoria de sus pueblos, se debe a que supieron contar, y no tanto lo que hicieron como lo que pensaron hacer. Acaso me dirás que tú lo que quieres hacer es carrera y no historia, y que la gloria te tiene sin cuidado. Y, sin embargo, creo que te equivocas y que, en cierto modo, te calumnias. Cosa que les pasa muy a menudo a los arribistas. Y es que en tu ambición entra la vanidad por mucho más que la codicia. Y te diré más, y es que te ha de satisfacer más hacer creer que has llegado que llegar de veras.

En resolución, que nunca te falten las velas para poderte valer, caballerito, ya sea para abrirlas en navío al viento y navegar a puerto, sea para tenderlas en aspas de molino de viento y hacer de trigo harina. Que con la harina se vive.

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