domingo, 10 de diciembre de 2017

Acción y contemplación. A don Manuel Azaña

Ahora (Madrid), 28 de febrero de 1934

Luis Feuerbach, el hegeliano materialista —que en muchos respectos fue un mellizo intelectual de Carlos Marx—, decía en la introducción a sus obras completas: “Mi filosofía es que no tengo filosofía.” Lo que es ya una filosofía, y acaso la más honda. Windelband, el historiador de la filosofía moderna, dice de Feuerbach que fue el hijo perdido del idealismo alemán y que tuvo que acabar donde acabó: en el materialismo más sensualista. Sí, acabó en cierto materialismo histórico—algo parecido al de Marx— y, sobre todo, en la contemplación histórica. Él, con su “Esencia del cristianismo”, y su colega David F. Strauss, con su “Vida de Jesús” —dos de las obras más resonantes y hasta estrepitosas de su época—, ensancharon y allanaron el camino de la inquisición critico-histórica de las religiones cristianas. Camino más seguro que el de las especulaciones dogmáticas de los epígonos de Kant. La obra de Feuerbach, como la de Strauss, fue contemplativa, filosófica, pero de contemplación histórica. Y últimamente Benedetto Croce, el último gran hegeliano, ha terminado sus especulaciones filosóficas por contemplaciones históricas. Qué es en la historia donde hay que buscar el universal concreto, y véase cómo es una filosofía el no tenerla.

Como es una política el no tener política, eso que los técnicos, y aun los “dilettanti”, del politicismo, de la acción política, llaman política. Como el apoliticismo es también política. Lo es la acción directa del apoliticismo sindicalista. ¿Acción directa?; ¿qué quiere decir esto? ¿Acaso acción sin contemplación? ¡Quiá! Acción sin contemplación —previa, conjunta o subsiguiente— no es acción conciente. ¿Qué es eso, amigo Azaña, de que “las contemplaciones ascéticas... no conducen a ninguna parte”? Conducen, por de pronto, a la contemplación misma, que es fin de acción y a la vez principio de ella. Aunque sean contemplaciones nihilistas o quietistas. ¿Crear un pueblo nuevo? ¡Desvarío! Lo que se crea —y es no ya mucho, sino, a las veces, todo— es una visión nueva del pueblo. Ahí es nada cobrar conciencia de la historia que se está viviendo, que se está sufriendo. Y haciéndola con conocerla. Quiénes hicieron la guerra del Peloponeso: los beligerantes o Tucídides, que la narró, la creó espiritualmente, con su “Historia” “para siempre”, como él arrogantemente dijo: Y hay quien cree que el “Memorial de Santa Helena”, de Napoleón, vale más que sus batallas, que, además, no las dio él. De grandes agentes de la Historia, lo que “para siempre” nos queda es lo que creyeron haber hecho, lo que soñaron hacer, cuando han sabido contárnoslo. Hay quien vive una vida activo-contemplativa para escribir su autobiografía. La acción sin contemplación sí que a nada permanente y duradero conduce. El placer mismo de crear, de que usted hablaba —y muy bien—, es placer de contemplar lo creado y acaso de contemplarse en la obra. Decía Goethe que el hombre de acción —al que por antonomasia se le llama así— está desprovisto de conciencia y que es el contemplativo el hombre de veras conciente. ¡Y qué activo fue en sus contemplaciones Goethe! Él, el supremo contemplativo, pudo decir: “En el principio fue la Acción.” Amiel, otro gran contemplativo, decía que “la acción hace siempre lo contrario de lo que quiere.” Y Oliveira Martins —y con esto acabo las citas— dijo de Antero de Quental que “vivía de más para poder ser activo”. ¡Y qué fuerzas de íntima acción —y de íntima resignación activa— se sacan de los contemplativos sonetos ascéticos de Antero!

Y no es lo peor no saber lo que se va a hacer ni no saber lo que se está haciendo, sino ignorar—o peor, desconocer— lo que se ha hecho, no acertar a contemplarlo, no cobrar conciencia clara de la propia obra. En política aquí, hoy, en España, más que meterse a definir la república o el izquierdismo y otros camelos por el estilo, convendría saber contemplar la realidad concreta histórica presente y enterarse bien de cómo funciona esta república democrática y constitucional de trabajadores “de toda clase” y de todo trabajo, incluso el de pensar. No hay modo de hacer repúblicas —ni monarquías ni dictaduras— sin saber contemplarlas, ascética o epicúreamente, una vez hechas y mientras se rehacen o se deshacen. “La obligación de las personas inteligentes —que no están, por principio, excluidas de la política, aunque a veces lo parezca— es (decía Azaña en su discurso del 11 de febrero) saber qué motor se lleva entre las manos, sobre qué fuerza está uno sustentado, qué es lo que nos guía, adónde queremos ir, pero no marchar dando bordadas de cuneta en cuneta, esperando el día del baquetazo final.” Después de esto, la reseña de donde lo tomo añade: “(Aplausos.)” Uno el mío, mi aplauso, y sincerísimo. Bien, muy bien, requetebién, amigo mío. La obligación, en efecto, de las personas inteligentes, aun de las incluidas en la política activa, es saber qué pueblo se lleva entre manos, sobre qué fuerza está uno sustentado. Acaso sobre berruecos de Ávila. La obligación de los políticos inteligentes, aun de los incluidos en la acción, es saber contemplar, es saber cobrar conciencia histórica de la realidad concreta presente; es saber lo que se ha hecho, saber por qué lo que se hizo se deshace; es darse cuenta de que no puede haber reconquista donde no hubo conquista; es conocer al pueblo, que está sobre la república, como ésta está sobre la Constitución, que amaga deshacerla. Su obligación es enterarse de lo que real y verdaderamente quiso el pueblo —si es que quiso algo concreto y conciente—, si quiso esta o aquella república, la de esta o aquella Constitución, para no exponerse luego al desencanto y a que aparezca viraje a este o al otro lado lo que no es sino el curso natural del río, el de la pendiente, no el del oleaje, que obedece al viento cambiable. Esto sería Contemplación Republicana.

¿Y qué es eso del “nihilismo desolado español”? Muchas veces saber mirar cara a cara a la verdad, aunque ello nos lleve a desolación. Aun de tener que morirse —lo he dicho antes de ahora—, morirse con plena conciencia de que se muere. Una muerte conciente vale más que una vida inconciente, que es peor que muerte.

Ganas me dan de entrar, por vía de ejemplificación, acaso anecdótica, a aplicar este criterio contemplativo al problema ése de los llamados jornales de hambre, para ver si esto es cosa de economía política y no de economía natural, o sea si se trata de jornales de hambre o de rendimiento o productividad de hambre de la tierra, y si eso de los jornales de hambre se puede arreglar acabando de arruinar a los que tienen que pagarlos, para que luego se arruine, a su vez, la nación. Pero esta visión, esta contemplación ascética del problema resultaría desoladora. Lo que no cuadra a un político activo. La obligación de éste es engañar al pueblo, aunque le dé a entender que le engaña, pues el pueblo quiere ser engañado. Por lo cual actúa y no contempla. Y, acaso la mayor obligación para un político activo es saber engañarse a sí mismo. A lo hecho, pecho y no seso.

1 comentario:

  1. ¿Apoliticismo anarquista? Es otro tipo de apoliticidad diferente del uso que se suele hacer de este término. No tiene casi nada que ver. El primero sería que no te interesa la política y suele ser más de derechas aunque también lo hay de izquierda y de ninguna y... La segunda es que no te interesa ese tipo de participación política, optas por la anarquía. En cualquier caso, apolíticos...de izquierdas.

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