sábado, 23 de diciembre de 2017

Cartas al amigo XII

Ahora (Madrid), 3 de mayo de 1934

¡Y dale, amigo! ¡Qué doloroso —¡así!— es tener que estar repitiendo siempre las mismas cosas e ingeniándose para que parezcan otras! ¿Que qué es lo que vendrá? (Y, entre paréntesis, como usted es un lector normal, no le disonarán esos tres ques.) No; lo que hay que preguntarse es lo que ha venido. Lo de momento —de momento, permanente— es entender, comprender y sentir lo que nos pasa, saber qué nos duele. ¿Dónde? ¿Saber por dónde nos viene la muerte? “¿Qué es lo que me duele, madre, que me duele tanto?”, decía la pobre niña. Y es trágico que a uno le duela sin saber bien dónde ni por qué. Ni para qué. Es el dolor de los dolores. Es el pánico.

Y aquí tengo que detenerme para rectificar un muy corriente error lingüístico, cual es el de creer que “pánico” viene del griego “pan”, todo, y es un terror de todos, o al menos de los más, un terror colectivo, de muchedumbre. Y no es así. "Pánico" viene del dios Pan, el dios de las selvas —selvático y salvaje—, y terror pánico es el que misteriosamente le sobrecoge a uno, como en una selva por la que camina solo, y más si es a oscuras, y cuya causa ignora. Porque si se conoce la causa aterradora, se reacciona virilmente. Lo pánico de un dolor es no saber de dónde viene ni cómo. Ahora que lo que suele ocurrir es que los terrores colectivos, de masa, suelen ser pánicos; que las muchedumbres enloquecen de terror cuando desconocen el mal. Huyen sin saber de qué. Y como el pánico colectivo es selvático, silvestre o salvaje, es rural; así la reacción tiene que ser ciudadana, de convivencia civil. Y esta reacción ciudadana, civil, no puede resurtir sino del conocimiento del origen del mal, es decir, del mal mismo. De donde toda la cura depende del sentido histórico del pueblo. Histórico, claro está, de la verdadera historia, que es el presente permanente, no el pasado muerto ni menos el porvenir nonato. Tan vacío es el pasado como el porvenir, fuera del presente.

Y vea aquí, amigo, por qué le digo que esa terrible enfermedad de estar escudriñando el porvenir, de estar preguntando qué es lo que vendrá, impide la verdadera salud. Es como los que, no contentándose con mirar en el barómetro la presión —los números les confunden—, se van a ver si anuncia bueno o mal tiempo. ¡Anunciar de antemano! ¡Predecir! Es más importante pronunciar. Y pronunciar —lo de nuestros castizos pronunciamientos— no es..., permítame, amigo, que invente un vocablo..., no es pre-nunciar, no es anunciar de antemano lo que va a pasar, sino anunciar ante todos, en público, lo que está pasando. Lo que a todos les está pasando, sin que de ello se den ellos cuenta. Es labor profética. Porque profeta, en su sentido originario, no quiso decir adivino, no el que predice, sino el que dice lo que los demás se callan o no conocen. Y por esto no lo que vendría, sino lo que ha venido. ¿O es que cree usted que todos esos cuitados que se dan a predecir lo que pueda acaecer en unas nuevas elecciones generales, si se disuelven estas Cortes, saben qué es lo que acaeció en las últimas? ¿Que saben qué es lo que se votó en ellas? No, no tienen sentido de la Historia. Y así hay quien se dedica a agorero, a profeta en el sentido impropio, a calendariero. Hace calendarios sin sentir el tiempo que pasa, sin saber dónde duele.

El catecismo del padre Astete nos advertía de que no hay que creer en agüeros, hechicerías y cosas supersticiosas. ¡Agüeros! Ya sabe, amigo mío, que agüeros, augurios, eran los anuncios —no precisamente predicciones— de los augures y que los hacían por el vuelo de las aves. Y es un augur, un profeta de esos, el que nos habló de las “aves agoreras que anidan en la noche de la revolución”. ¿Bonito, eh?

Remontémonos, si le parece, al viejo Cantar de mío Cid —viejo, pero posterior a Recaredo—, y recordemos sus dos versos, 10 y 11, los que dicen: “A la exida de Bivar ovieron la corneia diestra  / e entrando en Burgos ovieron la siniestra.” A la salida de Bivar tuvieron la corneja a la derecha —¡buen agüero!—, pero al entrar en Burgos la tuvieron a la izquierda —¡mal agüero!—. La bondad o maldad de las aves agoreras depende de que sean de derecha o de izquierda, pero ello, a la vez, depende de que el que las tiene entre o salga. Lo que está a la derecha para el que entra está a la izquierda para el que sale, y a la vez vuelta y al revés. Y esas aves agoreras que anidan en la noche de la revolución, ¿son diestras o siniestras? Según quien las mire y de donde las mire, y si es al salir o al entrar. Y en el fondo, falta de sentido histórico. ¿Que hay que empezar de nuevo? Siempre. Ya Trotski habló de la revolución permanente. Y es simpleza hablar de cuando un régimen esté hecho. Todo está siempre haciéndose. Y luego hay que ver si esas supuestas aves agoreras son cornejas, o urracas, o papagayos, o acaso gorriones. Es como aquello otro de: “¿Ladran? ¡Es que cabalgamos!” Y luego los mastines de los caballeros se ponen a aullar, que no a ladrar. Y esto, ¿qué es? Dolor, sin duda. ¿Dónde?

¡Y qué diremos de aquella otra simpleza —de otros— que se nos vienen con que aquí no es posible que prenda el fajismo por nuestro... individualismo racial! ¿Qué es eso de individualismo? Los que creemos más individualistas son los que primero se rinden al colectivismo. Encierra un hondo sentido lo de comunismo libertario o anarquista. No es una paradoja, como creen los mentecatos, lo de la coincidencia de los opuestos. A un mismo pueblo se le ha tenido, según los momentos de su historia y el humor de sus críticos, por individualista y por gregario o rebañego. Mas cuando queremos repetir y remachar estos conceptos, los cuitados, los menguados, los que buscan en el barómetro el tiempo que hará mañana, al oír lo de fajismo, atacados de pánico, nos preguntan, abriendo mucho los ojos: “¿Y quién? ¿Quién?” ¿Que quién? Pues cualquier Hitler; quiero decir cualquier tonto inédito. Sí, un tonto inédito que tenga ademán, gesto, voz, prestancia, que sea fotogénico, peculiar. Y peliculero. Y tenga en cuenta, amigo, que película es pellejo.

Y ya sé que usted, pues me conoce, sabe que aquí no hay alusiones. El mito del padre Cobos es tan mito como el de Pero Grullo. Los más de aquellos a quienes atribuimos, por lo menos aquí, en España, segundas intenciones, se contentarían con tener las primeras. No, no aludo a nadie con lo del tonto inédito. Que es inédito para mí. Sólo quiero decir que no me esfuerzo por adivinar ese... mesías; me basta con sentir la tontería colectiva ambiente, que no es inédita si no está editada y publicada. Sí, esa tontería colectiva, madre del pánico, es pública y re… Basta, no digan que abuso. ¡Pero debo tantas revelaciones a este desentrañar el sentido de las palabras! ¡Me ha librado de tantos agüeros, hechicerías y cosas supersticiosas! De antiguo y de nuevo régimen.

En resolución, ¿qué es lo que nos duele, España, que nos duele tanto? No nos perdamos en la selva de Pan. Y para la reacción ciudadana lo que hace falta es sentido histórico, penetrar en lo que quiere el pueblo. Si es que quiere algo... Bueno, no nos metamos ahora otra vez en lo de la gana y la desgana y el mañana... ¡Basta de contemplaciones!

Esto, por supuesto, no es política, a Dios gracias.

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