viernes, 8 de diciembre de 2017

Algo más sobre la clase media

El Norte de Castilla (Valladolid), 23 de febrero de 1934

¡Pobre clase llamada media —o pequeña burguesía—, que se la toma en boca y se la trae y se la lleva y se le asenderea, y aun no sabemos a ciencia cierta qué sea ella! Verdad que no sabemos más lo que sea eso de clase, un mero mito pseudomarxista. Que nació de aquello del manifiesto famoso de “¡proletarios de todos los países, uníos!” Y nadie ha definido al proletario, ni es fácil definirlo. Y esa simplicísima distinción, ¡de proletarios a un lado y capitalistas —o burgueses— al otro! Categorías antihistóricas que nacen de lo llamado interpretación materialista de la historia, que es la interpretación menos histórica.

Por lo que hace a nuestra España, no hay criterio más antihistórico que aplicar a su historia tales denominaciones. Es como cuando se habla de feudalismo, que aquí no le hubo. Y en cuanto a la nobleza —o grandeza— española, ¡qué de mitos y de fantasías! En esta nuestra España, que nunca tuvo un régimen industrial bien desarrollado, que fue siempre en su mayor extensión una tierra de modestos labradores —o mejor ganaderos—, de pequeñas ciudades más industriosas que industriales, de artesanía, en esta nuestra España, lo que había era eso que se llama clase media, burguesía. Y hoy todavía es lo que hay, en la que figuraban, y siguen figurando,, los servidores del Estado, los empleados. Eso fue España. Eso fue merced a la Reconquista, y eso fue después merced al descubrimiento de América. Ni siervos ni grandes potentados.

Hace pocos días leíamos por enésima vez uno de esos tópicos redondos que ruedan por ahí y que se repiten a cada momento, y es que la clase media no es ni pinta nada en España, porque sus hijos, los unos o se elevan a no sabemos qué clase más alta o descienden al que se llama proletariado. Y es todo lo contrario, o sea, que los obreros y menestrales mejor acomodados, los que llegan a gozar de un jornal fijo —no eventual—, y llegan a hacer algunos ahorros o seguros, pasan a engrosar la negada y desconocida clase media, y pasan también a ellas —descendiendo si se quiere decirlo así— los propietarios desposeídos o arruinados, los ricos chicos y los ricos achicados. Porque cuando por seguir la moda, se habla aquí de nuevos ricos, se olvida que lo que tenemos es nuevos pobres. Y en esta clase media así formada, por los que se elevan —¡vaya una elevación!— a ella desde un mítico proletariado y por los que a ella se bajan desde un mítico capitalismo, en esta clase media figuran casi todos los guiones y muñidores del proletariado. Porque casi todos los representantes del socialismo y del comunismo que conozco, son pequeños burgueses, hombres de clase media. Y a entrar en ésta les ayuda precisamente su representación política.

Sucede a las veces que uno de esos militantes sociólogos se pregunte: “Bueno, ¿y a qué clase pertenezco yo?”, y meditando desinteresadamente llegue a cierta oscura conciencia —o clara subconciencia—, de que pertenece precisamente a aquella contra la que despotrica. Los más de los militantes de la llamada lucha de clases se encuentran, cuando se examinan a sí mismos, “desclasados” —fuera de clase— o desclasificados. Que es casi encontrarse descalificados. Como hemos podido observar en estos días, que los que más se revuelven contra el fajo, los que más agitan su fantasma, son precisamente los que se sienten fajistas. Y claro es que no nos referimos a esos pobres menores de mentalidad más que de edad, a esos deficientes o retrasados mentales que andan por ahí vociferando o llenando las paredes de estúpidos letreros, cuando no se dan a dar gusto al dedo en pistola. Al observar a los cuales chicos de acción —de acción directa, es decir, sin conciencia medianera— se nos viene a las mientes aquello de Federico·Amiel, cuando decía que “la acción hace casi siempre lo contrario de lo que quiere.”

Lo que hay hoy en España con alguna conciencia, por apagada y acobardada que esté, es precisamente la no reconocida clase media, en la que entra ¡claro está!, lo que se llamaba en un tiempo proletariado de levita; de cuello planchado... Y esa clase se caracteriza por no tener sentido de clase. Que es precisamente su fuerza. Queremos decir que no tiene el sentido de los lucha de clases, o mejor, que tiene el sentido de que la vida económica y social de la nación no se regula por la lucha de clases. Tiene sentimiento y sentido —si es que no clara comprensión completa— de la unidad económica y social de la nación, de la economía nacional, de que los ciudadanos de toda clase —según la enigmática fórmula constitucional—, de que los ciudadanos de todas las supuestas clases forman una sola y unitaria comunidad nacional, más natural que los de una clase de todas las naciones. Frente al internacionalismo doctrinario proletarista y frente al internacionalismo doctrinario capitalista; frente a los dos internacionales de esas dos supuestas únicas clases activas, la llamada clase media, propiamente la ciudadanía nacional, siente que el porvenir de la civilización está en las comunidades nacionales. Siente que a un español, o a un francés, o inglés, o italiano, o alemán, o lo que sea, le une más hondo interés con sus compatriotas de la clase que se les suponga, que no con los camaradas extranjeros de la clase a que a él se le adscriba. Y esto pasa hasta en Rusia, cuyo sovietismo o bolchevismo es un movimiento nacionalista. Tan nacionalista como el fajismo italiano o el nacionalsocialismo germánico. Y cuando llega el caso, los más, al parecer, internacionalistas del socialismo doctrinario, defienden la ley —llamémosla así— de Términos nacionales, y los más exaltados marxistas se pronuncian contra la inmigración de obreros extranjeros, que se les antoja han de actuar de esquiroles o amarillos. (Que alguna vez son física o racialmente amarillos). Como aquí, en España, nuestros sedicentes marxistas se pronunciaron por la famosa ley de Términos municipales, que no es de inspiración internacional, ni siquiera nacional, sino cantonal. O mejor incivilmente aldeana y para protección de los incapacitados. No lucha de clases, sino de lugarones y hasta de barrios.

La llamada clase media es la que ha hecho la patria: es la que puede y debe desamortizarla. Y que no sea una mera hipoteca de los tenedores de la deuda. Y que tampoco llegue a ser un gran hospicio. La religión civil de la clase media es el liberalismo. Es la que puede librarnos del estatismo de las dos internacionales.

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