Ahora (Madrid), 7 de abril de 1934
Como sé, amigo mío, lo que le entretienen los escarceos y extravagaciones lingüísticos, voy a comunicarle unos en derredor del burro, que se me han ocurrido leyendo un libro sobre España de un poeta griego moderno.
El poeta es Costa Urani, y el libro se titula Sol y Sombra, así, en español —y en abecedario español y no en alfabeto griego—, y como subtítulo: Figuras y paisajes de España, esto ya en griego. Es el relato de un viaje de su autor por nuestras tierras, sobre todo las castellanas y andaluzas. Y como el autor, Costa Urani, es un poeta pesimista, ve nuestro país un poco demasiado trágico. En otro libro suyo —éste de poesías— titulado Spleen —también así, en inglés—, al decir que “la congoja, vagabunda de los mundos humanos”, plantó su tienda en su alma, añadía: “Y se queda soñadora e inmóvil como una esfinge, mirando la extensión de las arenas y de la pena, sembrada con los huesos de mis podridos ensueños, de las caravanas que se perdieron en busca de un oasis.” Puede ver por esta muestra de su humor y de sus humores las impresiones que habrá sacado de las estepas —así, con esta misma palabra las llama— de nuestras Castillas.
Mas como —y usted lo sabe muy bien— tengo por método de lecturas leer alternándolos —a veces— libros de distintas materias —de filosofía, de historia, de literatura, de ciencias, de filología, etc.— y en los distintos idiomas en que puedo leer, a la vez que éste de Costa Urani, en griego moderno, estoy leyendo, entre otros, las Contribuciones a una crítica del lenguaje, de Fritz Mauthner, en alemán. Y esta obra, aguzando aún más mi sentido por las intimidades de las lenguas, me ha hecho irme fijando, al recorrer el romaico o neo-helénico de Urani, en sus relaciones con nuestro castellano, mediatas la mayor parte de ellas. ¡Y lo que se saca de estas traducciones para propio individual uso!
Entra Urani en Ávila y se encuentra con que entra en una “muy noble, muy leal y muy heroica ciudad”. Y añade: “Un bando del alcalde os hace saber que en aquella ciudad está prohibida la blasfemia.” Y aquí un tropiezo, una parada lingüística, en mi lectura, y es que el vocablo neo-helénico que traduce nuestra blasfemia suena así: “blastimia”. Es nuestra “lástima”. Que así como el latino “blasphemare”, de origen griego, se hizo en italiano “biasimare”, y en francés “blâmer”, vituperar, maldecir a uno, entre nosotros llegó a ser “lastimar”. Que es primero maldecir de uno, echarle algo en cara, injuriarle y luego lastimarle de otra cualquier manera, acaso con navaja. Y así se le puede dejar, ya a puñaladas, ya a golpes, ya a insultos e improperios, hecho una lástima. Tal que dé lástima, que dé pena verle en lastimoso estado. Por donde se ve cómo una maldición a otro puede volverse en pena compasiva para uno.
Sigue Urani entrando en Ávila y sigo yo leyéndole: “Los raros transeúntes se deslizan como sombras por entre las sombras de las cerradas casas. Los solos medios de transporte que encontramos son los rucios borriquillos.” Y aquí nuevo tropiezo, nueva parada lingüística. ¿En qué? En los medios de transporte: “metaforica mesa”. Porque “metaforá” es transporte. Y aquí cómo —¡picara imaginación metafórica!— se me ocurre imaginar al borrico metafórico —o de transporte— de Ávila, pasando hecho una lástima, hecho una maldición, al pie del bando en que el alcalde prohíbe la blasfemia, la lástima, en la muy noble, muy leal y muy heroica ciudad.
Y doy en pensar en el pobre burro, el amigo de los pobres, que son burreros y no caballeros hasta en Ávila de los Caballeros; en el pobre rucio metafórico. El cual tiene en su blasón de cristiana nobleza el haber transportado, el haber llevado al Cristo al entrar éste el Domingo de Ramos en Jerusalén, burrero en una borrica. Por lo cual el verdadero San Cristóbal, Cristóforo, el que lleva a cuestas al Cristo, fue el burro, el paciente burro cargado de lástimas. Pues ¿a quién se ha insultado, se ha injuriado, se ha denostado más que al pobre burro? ¿Hay animal más blasfemado? Y, sin embargo, el maldecido, el maldito burro es un bendito animal.
¿Voy a recordarle, amigo mío, las bendiciones que Sancho echaba a su rucio? Sí, el burro es un bendito animal. Hasta en el otro sentido que ha tomado entre nosotros lo de bendito y equivale a tonto. Y más aún en catalán: “benet”. Aunque no se le supone tonto al burro. Decir de uno que es un burro no es llamarle tonto, sino otra cosa. Y en Homero es un elogio. Peor que burro es mulo. Porque el mulo es un mestizo infecundo. Y vea usted que al venir, por un encadenamiento de términos, a esto del mestizo, me acordé del árbol que por acá llaman mesto, que es un mestizo o híbrido de alcornoque y encina, que suele darse en las dehesas en que abundan estas dos especies y que supongo, aunque no he podido comprobarlo, que su bellota sea peor que la de la encina, y su corteza, menos útil que la del alcornoque.
Y seguí leyendo a Costa Urani. Y me encontré, de pronto, en su Castilla, ¿con qué creerá usted, amigo mío? Pues con un... “silencio medieval”. ¡Silencio medieval! “¿Qué será esto?”, me dije. ¿Y qué le diré a usted de lo que nos dice de Felipe II en El Escorial y de Torquemada en Santo Tomás de Ávila? Y en el fondo, contemplando todo ello con la profunda simpatía —com-pasión en el sentido primitivo y etimológico— de un poeta helénico pesimista. Lo que sale peor librado de la contemplación de Costa Urani es Madrid, al que le deja hecho una… lástima. El libro de este griego es un libro de buena fe, de un observador agudo y poético —esto como elogio—, pero que, como les pasa a los más de los que nos visitan para contar luego sus impresiones, mezclan con lo que han visto por sí mismos lo que han oído a guías españoles, no siempre seguros. Y así dan por corriente lo que es excepcional, por castizo lo que es pegadizo e importado, y traducen comentarios de españoles que no siempre se ajustan a la justicia. Algunos juicios de Urani sobre Castilla —a la que trata, en general, muy bien, aunque sobrado trágicamente— y, sobre todo, las lástimas que deja caer sobre Madrid parecen basadas en informes y apreciaciones de algún español no castellano y menos madrileño. No hay que olvidar que se trata de un viajero griego.
Y vea usted, amigo mío, adonde me han traído estas extravagaciones surtidas de un burro metafórico de Ávila hecho una lástima. Otro día le contaré otras cosas que he encontrado en el Sol y Sombra, de Urani, con sus páginas sobre Santa Teresa, sobre la Macarena de Sevilla, sobre el Greco, sobre Don Juan, sobre Goya, páginas excelentes. ¡Nos hace tanta falta enterarnos de cómo intentan por ahí fuera de España enterarse de ésta!
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